El peor año de Zapatero

ZP Y EL MUNDO

Crisis del Sáhara/ agresiones en Melilla

El 2010 tampoco ha sido el año de Zapatero en política exterior. Entre nuevos guiños a regímenes como el cubano, el problema más grave con el Gobierno ha tenido que lidiar ha sido, sin duda, el de Marruecos.

En estos meses no ha importado cuán grave fuera la provocación del país vecino hacia España. Ni desafíos a la soberanía a nuestro país, ni amenazas directas de anexión de Ceuta y Melilla, ni boicots de toda clase. La respuesta de Zapatero ha sido la misma, sintetizada en una sola palabra: pasividad.

El año daba comienzo con exhortos del primer ministro marroquí para que España acabara con la “ocupación” de Ceuta y Melilla, así como de las islas –españolas –que tildaba de “expropiadas”. La respuesta del Ejecutivo fue inexistente. Pero lo realmente sangrante llegaba en agosto, cuando colectivos marroquíes fueron un paso más allá, pasando al acoso directo. Las mujeres policías de Melilla que trabajaban en aduanas sufrieron insultos y amenazas, en una cruenta campaña de hostigamiento. Se las tildaba de “matonas de discoteca”, amén de otros amables calificativos. Zapatero optó por ignorar el conflicto, dejando en el desamparo absoluto a sus policías melillenses. El ministro de Exteriores desapareció durante toda la crisis y sólo habló para darla por zanjada, al igual que Rubalcaba, que viajó a Marruecos para dar por resuelto el conflicto sin pasar antes por las ciudades españolas. El único movimiento del presidente del Gobierno, apenas tres meses después, fue condecorar al ministro del interior marroquí, máximo responsable de los gendarmes que invadieron Perejil.

Las provocaciones y agresiones no cesaron durante el otoño, pero la crisis en mayúsculas estalló en octubre. Marruecos invadió el campamento de protesta de Gdeim Izik, cercano a El Aaiún, ciudad que también acabaron sitiando. La violencia estalló, y la policía marroquí mató a un saharaui de origen español, además de provocar decenas de heridos. La crisis se prolongó durante varios días en los que el Gobierno español quedó completamente retratado. Mientras la capital del Sáhara Occidental ardía, la recién estrenada ministra de Exteriores visitaba mercadillos en Iberoamérica. Los sucesos alcanzan tal gravedad que llegan al Parlamento Europeo, poniendo en entredicho la postura de Zapatero y su gobierno que se negó a reprobar la conducta de Rabat, desentendiéndose. “España no tiene responsabilidades allí”, aseveró Trinidad Jiménez. La postura del Ejecutivo supuso el abandono definitivo de su apoyo al Sáhara, y le valió las críticas de todos los grupos políticos, que afearon la conducta de Jiménez en un memorable debate en el Congreso. Ningún miembro del gobierno, ni mucho menos Zapatero, condenó nunca la violencia de Marruecos, ni siquiera cuando los periodistas españoles fueron expulsados del Sahara para imposibilitar así que se narrase nada de lo que estaba ocurriendo. Dicho posicionamiento promarroquí les llevó a abandonar incluso a sus tradicionales aliados de la Ser, también expulsados por Rabat.

La pasividad española dio alas a Marruecos, envalentonado ante la complacencia de Zapatero. Cuando aún no se había esclarecido lo ocurrido durante el desmantelamiento del campamento, Rabat dio un golpe de fuerza y convocó en diciembre una marcha por la liberación de Ceuta y Melilla. La convocatoria fracasa, debido al caos aéreo vivido en España y queda aplazada.

Presos Cubanos

Frente a la dictadura cubana, la posición del Gobierno Zapatero no ha cambiado: han seguido con sus gestos de apoyo a los Castro y sus maniobras en la UE para modificar la Posición Común, aunque sin éxito. Especialmente sangrante fue la actuación del Gobierno ante la muerte en prisión del disidente Orlando Zapata. Tampoco ha habido condena contundente del régimen de la isla cuando Guillermo Fariñas, premio Sajarov, emprendió una huelga de hambre para la libertad de los presos de conciencia. Estas presiones, el apoyo de parte de la comunidad internacional y las gestiones de la Iglesia Católica llevaron a la dictadura cubana a anunciar la liberación de varios presos de conciencia, comenzando por los encarcelados en la Primavera negra. Pero ello no implicaría la libertad para quienes sufrieron el calvario comunista: no pudieron escoger, siendo desterrados de la isla a España. Así, como un incesante goteo, el castrismo fue liberando a los disidentes, que no encontraron un panorama demasiado alentador al llegar a nuestro país. El Gobierno, tras colgarse la medalla de su liberación, se desentendió de ellos. No quiso reconocerlos como refugiados políticos, y les colocó en un albergue de dudosas condiciones, donde fueron denigrados. Los cubanos elevaron su voz y pidieron amparo al defensor del pueblo, para que cesasen las presiones del Ejecutivo que intentaba trasladarles desde Madrid a otros puntos de la Península para evitar convertir la capital en un foco anticastrista.

Mientras, el Ejecutivo español demostró una vez más su desbordado interés por halagar a la dictadura cubana, que alcanzó cotas máximas de desvergüenza con la visita de Leire Pajín y Elena Valenciano a La Habana. Allí, se reunieron con Raúl Castro como viejas amigas – con foto incluida- , negándose en redondo a verse con la disidencia.

Mientras, los cubanos desterrados en España han quedado en una situación de alegalidad que les impide buscar trabajo y reconstruir su vida. De una cárcel de barrotes, a otra de intereses políticos del Gobierno de Zapatero.

La ‘Paliza’ de Obama, las legislativas en EEUU

Durante 2010 Zapatero ha compartido también ocaso con Obama. Las cifras de popularidad de ambos líderes han alcanzado mínimos históricos, que en el caso estadounidense ha tenido además una proyección en las urnas. En noviembre, Obama se enfrentó a las elecciones legislativas, un auténtico referendo de su gestión. Y el dictamen fue unánime, como vaticinaban hasta las más optimistas encuestas: los republicanos ganaron las elecciones, haciéndose con el control de la cámara baja y avanzando seis escaños en el Senado, proyectando un oscuro futuro para el Nobel de la Paz.

El fulgurante ascenso del movimiento del Tea Party marcó un hito histórico, encumbrando a personalidades como Marco Rubio o Michelle Bachmann, cuyo proyecto liberal convenció a los votantes estadounidenses, y rompió los moldes de los comicios en EEUU. El fracaso fue tan estrepitoso que el propio Obama no tuvo más remedio que reconocer que los republicanos le habían dado “una paliza” en las urnas.

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