José García Domínguez

De nuestra anorexia patriótica

Contra lo que pretenden los románticos de todos los partidos, es el Estado quien crea la nación, y no viceversa. Hoy, a dos siglos del 19 de marzo de 1812, la labor ingente que se propuso La Pepa sigue a medio hacer.

Reza el artículo 339 de la Constitución de Cádiz: "Las contribuciones se repartirán entre todos los españoles en proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno". Tal que así pensaban los genuinos liberales que, hoy hace doscientos años, alumbraron la Nación española dentro de una pequeña iglesia sitiada. Y eso mismo seguimos pensando algunos dos siglos después. Ocurre que la España moderna, construcción de continuo tambaleante, precaria, en cada instante a punto de deshilacharse, es el fruto histórico de la confluencia de dos miserias. Por un lado, la indigencia intelectual de la izquierda, incapaz de crear una narración propia no subordinada al discurso corrosivo de los nacionalismos periféricos.

Por el otro, la legendaria cortedad de miras de la derecha, siempre presta a suplir con retórica patriotera su responsabilidad: vertebrar la Nación a través de la labor de integración del Estado. Una misión, la nacionalizadora, que, ¡ay!, costaba dinero. Y he ahí la resultante de ambas impotencias, ese rasgo diferencial tan nuestro, lo que José Ignacio Wert bautizó "anorexia patriótica". La tara que nos inhabilita para participar de un repertorio simbólico compartido, un imaginario que trascienda las divisiones partidistas. Moldear aquello que Renan dio en llamar un "plebiscito cotidiano", los lazos de afecto que trenzan los mimbres de una comunidad por encima de los meros formalismos jurídicos, fue la misión que los liberales del XIX encomendaron al Estado-nación.

Mandato imperativo al que los constituyentes de 1812 no serían ajenos al redactar aquel trozo de papel mojado. A fin de cuentas, si hoy Francia no resulta puesta en duda por nadie, es porque la República hizo franceses. Y no con grandes discursos y banderas, por cierto, sino con escuelas públicas, obligatorias y gratuitas en cada rincón del hexágono. Porque, contra lo que pretenden los románticos de todos los partidos, es el Estado quien crea a la nación, y no viceversa. Hoy, a dos siglos del 19 de marzo de 1812, la labor ingente que se propuso La Pepa sigue a medio hacer. O mejor, a medio deshacer. Cádiz ansió izar el Estado-nación. Quién habría de decirles que, en el siglo XXI, izquierda y derecha se repartirían el trabajo de demolerlo al alimón. La una, revuelta contra la Nación. La otra, contra el Estado.

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