Andrés Amorós

Jovellanos y "La Pepa"

El programa positivo de Jovellanos se centra en crear un nuevo tipo social: el del ciudadano. En España, defiende la unión de la libertad con la plena propiedad. Para ello, habría que suprimir de un plumazo los mayorazgos y las amortizaciones.

Don Gaspar Melchor de Jovellanos es un personaje de una ejemplaridad moral extraordinaria: una naturaleza "casi angeloide", se ha dicho. Por eso, nadie, desde cualquier posición ideológica, se atreve a descalificarlo: todos intentan apropiárselo, lo proclaman –los de derechas, los de izquierdas y los de centro– su antecedente.

La norma básica de su conducta es el patriotismo, al que consagró toda su vida y hasta sacrificó buena parte de su felicidad personal (véanse sus Diarios, publicados por el profesor Caso, mi recordado amigo).

A la vez, Jovellanos representa a la perfección el equilibrio del ilustrado, que supone el término medio entre absolutistas y revolucionarios. Por eso se llevó tantas bofetadas... Y, por supuesto, en su concepción ilustrada están ya, en germen, las futuras doctrinas liberales.

Su ejemplo nos sirve también para aclarar una habitual ambigüedad terminológica, la de los afrancesados: Jovellanos es un afrancesado cultural, sin duda, influído por las doctrinas que nos llegaban entonces de Francia, pero de ningún modo es un afrancesado político, pues coloca el amor a su patria por encima de cualquier interés o preferencia personal o ideológica.

La ideología política de Jovellanos, estudiada por Miguel Artola, encaja perfectamente en el movimiento ilustrado del siglo XVIII. Puede resumirse casi como un esquema: el individuo, como elemento fundamental; la razón, como fuerza; la felicidad, como meta; la educación, como fuente de todo progreso. Defiende que hay que enseñar las ciencias útiles, abandonando los métodos escolásticos. (Entre esas ciencias útiles, por cierto, incluye el estudio de la lengua española, no teórico, sino orientado a su buen uso). Prefiere la difusión a la investigación.

Realiza Jovellanos una crítica universal de la vieja sociedad estamental: de la nobleza de sangre, a la que califica de "cualidad accidental"; de su base económica: vinculaciones, proteccionismo estatal, reglamentación general de la industria, distribución de la riqueza, mayorazgos y amortizaciones; de su base jurídica: desigualdad ante la ley. Podemos considerarle, así pues, como un paladín del liberalismo económico, del mercantilismo de Adam Smith.

Su programa positivo se centra en crear un nuevo tipo social: el del ciudadano. En España, defiende la unión de la libertad con la plena propiedad. Para ello, habría que suprimir de un plumazo los mayorazgos y las amortizaciones: "idea bella, si se pudiera realizar". En ganadería, propugna cerrar las tierras, frente a los privilegios de la Mesta. En minería, defiende el derecho del propietario del terreno, no el del descubridor. En industria, la libertad de hacer, frente a las reglamentaciones de los gremios. En comercio, la libertad absoluta, tanto en el plano nacional como en el internacional (mercantilismo).

Todo ello se resumiría en un nuevo marco jurídico, con dos fundamentos: igualdad ante la ley y protección a la propiedad privada.

El problema político le resulta más peliagudo. Como buen ilustrado, cree Jovellanos que está subordinado al problema social: lo que ha de hacer el poder político es promover la reforma social, mantenerla y defenderla. El Estado debe ajustarse a la razón; la sociedad tiene un origen contractualista. Frente a los liberales, cree que el error está en defender la absoluta libertad, al margen de la realidad histórica concreta de cada lugar y momento. No quiere la revolución de una sola vez –más bien, le asusta, como buen ilustrado, por el ejemplo de la Revolución francesa– sino una reforma siempre progresiva.

Por todo ello, opina Jovellanos que debe darse a España una Constitución que responda a su historia. Con noble retórica, proclama: "Debe gobernar siempre la Ley, nunca el Hombre".

No llega a ver claro, en cambio, el problema de la soberanía. Distingue una "soberanía", que reside en el Rey, y una "supremacía", que radica en el pueblo.

En su primera sesión , las Cortes de Cádiz definen que "la soberanía nacional reside en el pueblo". Así, concluye la etapa ilustrada y nace ya el liberalismo.

Se ha quedado Jovellanos a mitad de camino... Triste y desengañado, muere en Puerto de Vega, una pequeña aldea asturiana de pescadores, entre Luarca y Navia. El médico que le asiste le escucha sus últimas palabras, el delirio de la agonía:

"Mi sobrino... Junta Central... La Francia... Nación sin cabeza... ¡Desdichado de mí!.."

© Copyright Libertad Digital SA. Juan Esplandiu 13, 28007 Madrid.
Tel: 91 409 4766 - Fax: 91 409 4899