Fernando García Cortázar

1812: La Nación levantó el vuelo

Poco antes de convocarse las Cortes de Cádiz, Calvo de Rozas, uno de los escasos liberales admirados por Lord Holland, llamó a construir la razón de la resistencia anti-napoleónica y la dignidad de ser español sobre la libertad.

Como historiador, siempre he desconfiado de las jornadas heroicas fabricadas o simuladas por los gobiernos, porque a menudo no discriminan con honradez sino que lanzan hurras con grosería, y no tienen en cuenta el simple heroísmo de una acción más que en la medida en que va conectado con un evidente beneficio publicitario. Por el contrario, hoy, en un tiempo en que España se ha convertido en un país de adictos a la invención de pasados mentirosos, el bicentenario de la Constitución de Cádiz es una buena oportunidad para recordar que la democracia y el Estado de Derecho consagrados en nuestra Carta Magna se han creado gracias al esfuerzo de muchas generaciones, es un magnífico pretexto para celebrar la libertad tan arduamente conquistada.

Poco antes de convocarse las Cortes de Cádiz, Calvo de Rozas, uno de los escasos liberales admirados por Lord Holland, llamó a construir la razón de la resistencia anti-napoleónica y la dignidad de ser español sobre la libertad y sobre un cuerpo político que contribuyera a afianzar los derechos del individuo. "Tanta sangre vertida –se había preguntado Blanco White con acentos revolucionarios– ¿no exige necesariamente otra recompensa mayor que el placer de ver terminada la guerra?" La recompensa fue la Constitución de Cádiz. Y ahí se define el prototipo de nación que celebramos , la que Galdós soñara entre las sombras de sus Episodios Nacionales, como él tolerante de lealtad contraria, heroica viviendo, heroica luchando, por el futuro que hoy es el nuestro. Esa nación de ciudadanos y no la otra, aquella que aún se imagina sobre la sensación de pérdida, sobre el rechazo del distinto, sobre el exilio o la amenaza del que no piensa igual.

No es necesario extenderse sobre el importante papel jugado por la historia en la construcción de las naciones. No es que haya historias nacionales porque hay naciones; hay naciones porque hay acontecimientos e historias nacionales, como la guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz. Las naciones sin historia no son naciones en sentido estricto, son mera materia amorfa, moldeable por el espíritu de las que sí la tienen. Las naciones se construyen en gran parte a través de la trasmisión de una memoria pública. La historia se convierte así en una especie de partera de la nación. De ahí que los historiadores seamos considerados sujetos peligrosos e indeseables por aquellos que hoy desean hacerse con un patria nueva, por aquellos que se esfuerzan en inventar una memoria separada y enfrentada a España, una memoria que reescribe su idea de nación con los renglones torcidos del mito, del odio, de la animosidad, de la diferencia.

Con el bicentenario de la guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz recordamos que la historia de España pertenece a la historia de Europa mucho antes de la entrada en la Comunidad europea o del euro y a la de América con siglos de antelación a las cumbres Iberoamericanas. También nos sirve para insistir en que la libertad es preciosa como el agua, y como ésta, si no se guarda, se derrama, se escapa y disipa. Un político de aquella época y padre de la Constitución de 1812, Agustín Argüelles, lo supo decir con proféticas palabras: "un Estado se pierde igualmente entregándolo al enemigo o equivocando los medios de salvarlo".

El bicentenario de la Constitución de Cádiz, con su grito coral de libertad , nos animará a seguir proclamando que la violencia es estrategia para malhechores y que nuestra nación española será la primera garantía de quien no piense como nosotros, una nación sin excluídos, sin pertenencias trágicas, ni fatalismos del destino.Una nación que justifique su proyecto por su contribución a "aquella paz perpetua" que Kant concibió como ideal supremo de la humanidad. En fin, una hermosa y áspera España, plaza mayor amable, ciudad ilusionada, con todos sus campos de guerra en barbecho, bien asfaltada de paz recta, abriéndose a lo largo y ancho como una redentora servidumbre de paso.

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