La movilización cívica por la liberación de Miguel
Ángel Blanco fue un punto
de inflexión en la guerra contra el terrorismo en España.
Desde el 23-F, ninguna otra crisis había conseguido sacar a
la calle a tanta gente. Más de seis millones de personas compartieron
los días 11 y 12 de julio de 1997 una larga vigilia para exigir
la puesta en libertad del joven de Ermua que era torturado y acabaría
siendo asesinado por ETA.
Blanco marcó un antes y un después. Se convirtió
en un símbolo de resistencia al Mal, una esperanza para un
país que no se resignaba a ser humillado por una banda terrorista.
Hasta entonces, la batalla del miedo la había estado ganando
ETA. Las víctimas tenían que enterrar a sus muertos
casi en la clandestinidad. A partir de la tortura y asesinado de
Miguel Ángel Blanco, los españoles identificaron a
ETA y a sus cómplices como los principales enemigos del Estado
de Derecho. Eran el único "problema vasco".
En Madrid, fueron un millón y medio de personas. En Barcelona,
otro millón. Cientos de miles más salieron a las calles
de Sevilla, Zaragoza, Granada, La Coruña, Valencia, Cáceres,
Santa Cruz de Tenerife,
De esta marea de resistencia y dignidad, nació el conocido
como Espíritu de Ermua, una revolución pacífica
que pone de manifiesto, como señalan los fundadores del Foro
de Ermua, "el sentimiento de la propia dignidad, de la voluntad
de vivir libres de amenazas y de chantajes, la decisión de
resistir y de no tolerar las intimidaciones de los terroristas ni
de sus compinches".
Aunque ETA no ha detenido su actividad terrorista, y desde el asesinato
del joven concejal de Ermua ha matado a otras 56 personas, el Espíritu
de Ermua arrastró a partidos políticos y a los Gobiernos
de España y Francia a una guerra sin cuartel contra ETA que
ha conseguido, no sólo la detención de más
terroristas que nunca y el incautamiento de sus arsenales y fondos
financieros, sino el aislamiento social de los valedores políticos
de ETA, a través de instrumentos como la Ley de Partidos
y el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo.
El acorralamiento de ETA llevó a la banda a declarar una
tregua-trampa el 25 de junio de 1998, pactada con el PNV. Jaime
Mayor Oreja, entonces ministro del Interior, declararía tiempo
después que nunca dudó de que la intención
de los terroristas era disponer de tiempo para rearmarse.