En los últimos años, y sobre todo a partir
de 1996, tuvieron lugar una serie de hechos que han transformado
el sector eléctrico español tanto que, por decreto,
fue posible rebajar las tarifas oficiales del orden del 30%
en términos nominales, sin que se resintiera la salud
financiera de las empresas eléctricas. Hasta 2002 esa
política fue posible por varios factores: el primero,
el descenso de los tipos de interés a partir de 1996,
un dato determinante en el caso del sector, pues tanto la
generación como la distribución necesitan, en
las épocas de fuerte inversión, hacer uso de
voluminosos créditos. Sin embargo, en segundo lugar,
esas grandes inversiones, cuando se amortizan, hacen disminuir
drásticamente sus costes financieros. Algo que también
ocurrió a partir de principios de los noventa. En tercer
lugar, en esos años no era necesario prever nuevas
inversiones, pues había un gran exceso de capacidad
de producción de energía, tras la tremenda crisis
del 75 al 85, y que, de hecho, se extendió después,
desde 1990 a 1994. Consecuencia: cualquier aumento de la demanda
se pudo cubrir sin nuevas inversiones. En cuarto lugar, a
partir de 1985 se desplomaron los precios del petróleo
y de todos los productos capaces de generar energía.
En 2001/2002, hace apenas tres años, el precio del
barril del petróleo alcanzó promedios en torno
a los 12-15 dólares. Como consecuencia de estos hechos,
y a pesar del descenso de las tarifas que impusieron los sucesivos
gobiernos del PP, las compañías eléctricas
fueron capaces -sobre todo cuando la economía española
empezó a crecer ininterrumpidamente, y con un aumento
más que proporcional de la demanda de electricidad-,
de generar ingresos suficientes para reducir su deuda. Algunas
de las grandes compañías como Endesa, por su
parte, no se quedaron quietas sino que aumentaron su tamaño,
buscando economía de escala y precios más remuneradores
que los españoles en otros mercados, tanto europeos
como iberoamericanos.
Con el petróleo a 60 dólares/barril, el carbón
a un precio que dobla el de hace tres años, y con el
precio del gas natural ligado al del petróleo, el precio
de la electricidad debería estar subiendo con rapidez,
tal y como ocurre con combustibles como las gasolinas y el
gasóleo. Aunque esa subida no tiene que ser tan drástica
para el conjunto de la economía española, porque
nos protege el mix de producción: el 20/25% de la electricidad
es de origen nuclear y es obvio que sus costes de producción
no han subido. Cerca del 20/25% de la electricidad es de origen
hidráulico, que tampoco se ve afectada por la situación
del petróleo, aunque sí por la presencia o ausencia
de agua embalsada. Un porcentaje alto, del orden del 30 %,
mayor en Endesa que en otras empresas, se produce con carbón
que, aunque ha subido de precio, no lo ha hecho tanto como
el petróleo y el gas. Pero cada vez más energía
eléctrica se produce con gas natural, en ciclos combinados,
a precios del combustible cada vez más altos, aunque
la inversión en equipamiento industrial sea menor que
si se utilizaran otros sistemas de generación. Una
cantidad reducida, básicamente en Canarias y Baleares,
se produce con fuel oil, que también se usa, a altísimo
coste, en toda la península cuando la demanda se dispara.
Y cerca del 6% tiene origen eólico, cuyo coste fijo
de producción dobla el promedio del de todos los otros.
Si en un año, como en 2005, confluyen factores como
la sequía y las averías o recargas en algunas
plantas nucleares, hay que acudir más que antes al
fuel oil y al gas natural con una consecuencia lógica,
el aumento de los costes de producción y el "déficit
de tarifa". Y el panorama es complicado, pues nuestro
gobierno sigue diciendo que va a cerrar las plantas nucleares
y restringir el uso de carbón. Todo se hará
depender, en un futuro, según los planes oficiales,
que aprobó el PP y ha ratificado el PSOE, del suministro
de gas natural y de su precio en los mercados internacionales,
lo que significa volatilidad e incertidumbre, pues España
tiene pocos suministradores estables desde un punto de vista
político (los principales son Argelia y Nigeria). Por
otra parte, y como todos ustedes conocen, sólo hay
un gasoducto y cuatro plantas regasificadoras más dos
en construcción en toda España.
Con este panorama, influido económicamente por el
precio del petróleo y el del gas, y sobre la base de
decisiones políticas incoherentes, como decir no sólo
que no se van a hacer nuevas plantas nucleares, sino que se
van a cerrar las existentes a medida que se vayan amortizando,
y conscientes de que de la salud del sector dependen muchos
otros sectores económicos y que nuestra competitividad
internacional también está afectada por el nivel
de precios de la electricidad, el actual gobierno encargó
un Libro Blanco a un grupo de expertos supuestamente independientes,
para que le propusieran políticas de futuro. Una de
las propuestas más claras de dicho documento ha sido
la de que hay que evitar la concentración de empresas.
Otra, y con razones sólidas, era analizar si era mejor
continuar el proceso de liberalización diseñado
por el gobierno del PP, pero nunca finalizado, o re-regular,
para asegurar un nivel de inversión y de calidad suficientes
del suministro de electricidad. En definitiva, se trataría
de dar garantía al sector, a los inversores institucionales
y al mercado de que podría invertir sin temor, porque
se le aseguraría una rentabilidad adecuada vía
precios de venta oficiales, es decir, vía tarifas.
Para finalizar con este capítulo de intervencionismo
público, no está de más recordar los
continuos pronunciamientos del gobierno en el sentido de que
hay gestores, presidentes y consejeros en muchas empresas
privatizadas que no le gustan y que intentará, como
ya ha hecho en otras muchas empresas, cambiarlos por otros
de su confianza es decir, nombrando a sus amigos: políticos
y de pupitre, competentes e incompetentes.