Un ensayo de Alberto Recarte

El economista y consejero de Libertad Digital estudia en todas sus dimensiones la delicada situación de la Eurozona en un profundo trabajo sobre las causas, la situación actual y las posibles salidas a la crisis más profunda que ha sufrido la UE desde su creación. Su análisis no se queda en un mero ejercicio teórico, sino que propone medidas a corto plazo, imprescindibles para detener la sangría que amenaza con llevarse por delante el proyecto europeo, junto a propuestas sobre cómo estructurar una sólida unión económica y monetaria. Además, este informe pone especial atención a la situación de España, en el ojo del huracán por su sistema financiero, su deuda externa y las finanzas de sus organismos públicos.


II) El "triunfo" del liberalismo

El resultado de todos esos cambios es el entorno económico de la Eurozona parece apelar a los principios de la mayoría de las escuelas liberales. Un mundo en el que no debería haber política monetaria, pues la experiencia más reciente es que cualquier política desembocará, antes o después, en expansiones crediticias indeseadas que, a su vez, provocarán la insolvencia de la banca de alguno de los países miembros. Un mundo sin política presupuestaria, pues el único bien a defender es el equilibrio presupuestario, dado que cualquier país en déficit o con deuda excesiva puede provocar la inestabilidad monetaria y económica de toda la zona. Un mundo en el que la política económica tiene que asegurar que los precios se forman libremente, sin intervención sindical o el influjo del poder monopolista de los propietarios en los sectores más importantes económicamente. Un mundo en el que los poderes públicos no pueden cometer excesos, porque los impuestos exagerados o las prestaciones sociales sin límite resultan en falta de competitividad de las empresas y en déficits públicos incompatibles con el equilibrio en toda la zona monetaria. Un mundo que ha recuperado el patrón oro sin necesidad de producir oro, porque lo fundamental del patrón oro era que impedía los desmanes de los políticos. Igual que lo impide el euro. El nuevo euro impone disciplina, déficit cero, control sobre los gobiernos. El nuevo euro obliga a los gobiernos a ocuparse de sus auténticas competencias, el cumplimiento de las leyes, el orden público, la defensa exterior, el funcionamiento de la justicia. En el mundo del nuevo euro las familias tendrán que aprender a que han vuelto a ser los responsables de la formación y educación de sus hijos, porque un Estado limitado en su capacidad de gasto no puede hacerlo. Las empresas, por su parte, están asimilando que no van a recibir ayudas públicas y que sólo prosperarán si se preocupan por la productividad y por invertir en modernización, lo que limitará el reparto de beneficios, sin necesidad de pactar con los sindicatos algo parecido a una política de rentas.

«La historia no ha terminado; menos aún en la Unión Europea.»

Parece, en definitiva, la realización del sueño de Tomás Moro, la Ciudad de Dios, el mundo perfecto. Un mundo que ha aparecido y que habría que defender, ahora, con teorías liberales. Aunque nadie lo haya votado conscientemente. La contraposición entre democracia y liberalismo quedaría resuelta. La democracia representativa llevada a su extremo en un mundo globalizado parece haber hecho inevitable el liberalismo. En este nuevo mundo, la misión del liberal no debería ser dilucidar si las instituciones del nuevo euro son democráticas, ni si son fruto de la experiencia histórica o el resultado del constructivismo progresista. La misión del liberal debería ser –según muchos teóricos– defender el funcionamiento de esas nuevas instituciones, de ese moderno patrón oro sin mineral subyacente.

Esta bárbara simplificación teórica, que prescinde de la historia con mayúsculas y de la historia de cada país miembro, no es sino una manifestación más de la teoría del final de la historia en su versión más académica, que defendía que las instituciones del liberalismo económico eran inevitables en un mundo globalizado y que todos los países se verían obligados a incorporarlas en sus leyes y costumbres. Sin embargo, la historia no ha terminado; menos aún en la Unión Europea.

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