El significado político de un asesinato político
Santiago Abascal Conde, Diputado en el Parlamento Vasco, Presidente de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES)



Diez años son más que suficientes para analizar fríamente lo que sucedió en España tras el secuestro, tortura y asesinato de Miguel Ángel Blanco y para concluir que Ermua, el espíritu, la gran movilización nacional que tuvo lugar en aquellos días de julio del 97 contó con taimados y conjurados enemigos desde sus primeros pasos. No me refiero a los etarras. Algunos estaban en el funeral de Miguel Ángel Blanco, gimoteando falsamente, tomando buena nota, viendo la reacción santa de la buena gente, y mordiéndose las uñas de preocupación mientras cavilaban como liquidar aquella flor naciente de Ermua.

Porque la muerte de Miguel Ángel Blanco – y la todas las víctimas de ETA- no pueden ser esterizadas. Tienen un hondo significado político. La del sentido político que le han dado sus victimarios. Porque, se mire como se mire, Miguel Ángel fue una víctima de ETA, una victima del terrorismo separatista, una victima del nacionalismo vasco.

Los taimados y los conjurados lo vieron desde el minuto uno y se percataron – con vértigo- de que las movilizaciones ciudadanas traían una condena y una derrota para el nacionalismo vasco. Rápidamente, como antídoto, nos trajeron Estella, más tarde Perpignan y finalmente nos trajeron a Zapatero. Pero Ermua no ha muerto, ni Miguel Ángel lo hizo en vano. Un espíritu de Ermua con más colorido, inequívocamente rojigualdo ha renacido entre una sociedad española que más que nunca quiere la derrota de ETA y de sus proyecto separatista.





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