Durante el gobierno del PP hubo diversos intentos de Opas
en el sector, unos consentidos y otros no. El gobierno del
PP rechazó, por ejemplo, la fusión de Hidrocantábrico
con Unión Fenosa y la de Endesa con Iberdrola. El motivo,
en ambas ocasiones, fue asegurar la competencia tanto entre
generadores de energía como entre distribuidores y
comercializadores de energía. Un argumento insuficiente,
porque ese mismo gobierno no fue capaz de culminar la liberalización.
De hecho, mantuvo las tarifas para más del 65% de la
demanda final de energía eléctrica. También
fue rechazada la Opa de Gas Natural sobre Iberdrola, por las
mismas razones. Todos esos intentos empresariales de concentración
se produjeron en un contexto de energía barata y sobre
la base de que, en un momento determinado, habría precios
libres para todo el mundo. Y todas las grandes empresas generadoras,
en concreto, Endesa, Iberdrola y Unión Fenosa y las
que podrían serlo, como Gas Natural y Repsol, querían
que, cuando se llegara a esa situación de libertad,
su esquema de costes de producción fuera el mejor posible.
En libertad, el tamaño es imprescindible, tanto para
generar economías de escala como para diversificar
los ingresos, garantizando un mayor equilibrio a largo plazo
de la cuenta de resultados; una estrategia en la que Endesa,
creyendo en que esa liberalización se produciría
en algún momento, ha invertido sustancialmente en dinero
y dedicación; y con gran éxito, del que intenta
apropiarse ahora, pero sin pagarlo, La Caixa.
Pero ¿qué sentido tiene, en una situación
eléctrica como la que hemos descrito, con un problema
de tarifas, que Gas Natural haga una Opa sobre Endesa? ¿Por
qué se ha sumado o por qué ha participado, desde
antes del principio, Iberdrola? ¿Hay una lógica
empresarial en esa Opa o es sólo una operación
política? Y si es una operación política
¿cuál es el objetivo político que persigue
el gobierno? Intentaré, con los datos que tenemos,
dar respuesta a esos interrogantes.
a) Un mercado con déficit de tarifas
En estos momentos, el gobierno debería estar pensando
en o bien subir todas las tarifas, o en liberalizar totalmente
los precios de electricidad. Cualquiera de esos dos movimientos
es imprescindible para asegurar que España va a seguir
contando con un sector eléctrico capaz de suministrar
electricidad a una economía que sigue creciendo a tasas
superiores al 3% anual, mientras la demanda de electricidad
lo hace en torno al 6%, también anual. Ya hemos adelantado
que en 2005 se va a producir un déficit de tarifas
del orden de 3.000 millones de euros. Si en 2006 se repite
la situación de sequía y el precio del gas,
en concreto, sigue subiendo como el del petróleo, y
no se incrementan suficientemente las tarifas, ese déficit
puede ser muy superior. El sector eléctrico en su conjunto,
y las grandes empresas en particular, con diferencias entre
ellas, tendrían un serio problema financiero y de rentabilidad.
Por supuesto, nadie quiere que suban las tarifas: ni los consumidores,
ni el gobierno del PSOE -por repercusiones electorales-, ni
los responsables de la política económica del
gobierno, pues la repercusión en el IPC sería
inevitable; aunque, por otra parte, esos mismos encargados
de la política económica saben que retrasar
la subida es una gravísima irresponsabilidad. Como
siempre, para un gobierno débil, subir tarifas es un
problema delicado.
Desde un punto de vista empresarial, una Opa sobre una empresa
cuyos ingresos dependen en parte de las tarifas en estos momentos,
no parece una decisión lógica en una situación
regulatoria tan incierta como la actual. Excepto si ocurre
que la situación de la propia Gas Natural fuera mucho
más delicada de lo que parece. Analicémoslo.
Por una parte, el virtual monopolio del suministro de gas
natural, la única fuente energética contemplada
tanto por el anterior como por el actual gobierno para incrementar
la oferta de energía eléctrica, lo tienen Gas
Natural y Repsol, empresas ambas controladas por La Caixa.
En el caso de Gas Natural, su monopolio de oferta de gas podría
no servirle de nada si el actual gobierno congela los precios
de venta de electricidad, para lo cual lo único que
tiene que hacer es no modificar las tarifas. Gas Natural podría
encontrarse con mucho gas, comprado en terceros países,
posiblemente a precios altos, a precios de mercado; pero sólo
podría beneficiarse de esa situación si las
empresas generadoras de energía se lo compran. Pero
¿para qué se lo van a comprar si la generación
de electricidad produce pérdidas? o ¿por qué
no hacer más plantas generadoras sobre la base de carbón,
a pesar de Kioto, cuando el efecto medioambiental de estas
tecnologías esta minimizándose? Gas Natural
depende, en consecuencia, mucho más que las otras empresas
del sector, de la política tarifaria del gobierno.
Mucho más que Endesa, por ejemplo. Y cuando uno es
débil, como lo es Gas Natural, lo mejor es unirse a
los más fuertes. Pero en lugar de proponer una unión,
Gas Natural comienza una guerra, desde la debilidad que significa
su monocultivo del gas, para quedarse con la empresa más
grande del sector, Endesa. Seguimos con el análisis,
pero no olviden dos datos: Gas Natural podría encontrarse
en una situación muy débil y es muy consciente
de su dependencia del gobierno.
La posición de Endesa es mucho más fuerte,
en particular en un mercado con déficit de tarifas.
Su producción de electricidad por medios nucleares
no sufre de problemas de aumento de costes. Tiene un porcentaje
significativo también de generación hidroeléctrica,
que depende de la lluvia, pero no del gobierno. Tiene inversiones
significativas en Portugal, Italia y Francia, países
sin problemas tarifarios y regulatorios de esa intensidad.
Tiene inversiones considerables en Iberoamérica, en
mercados difíciles, pero más rentables que el
español y donde ya se han ajustado los valores de inversión.
Tiene una parte importante de la producción de electricidad
ligada al carbón, nacional y de importación.
Y los precios del carbón, al menos el internacional,
se fijan por la oferta y la demanda de este producto que,
por supuesto, resulta afectada por la falta de oferta suficiente
de petróleo, pero sus precios de adquisición
son sustancialmente más bajos que los del petróleo
y hay garantía de cierta estabilidad en el futuro.
Tiene una deuda reducida. Tiene gran tamaño -es una
de las grandes europeas y mundiales-, economías de
escala y capacidad de gestión reconocida. Lo único
que podría afectar negativamente a Endesa, si el gobierno
congela las tarifas, sería la operación de los
ciclos combinados con gas natural y la producción eléctrica
en las islas, que se hace básicamente con fuel oil.
Pero su posición global es muy sólida, incluso
aunque la debilidad del gobierno se traduzca en congelación
de tarifas.
Si la Opa tuviera éxito, los actuales accionistas
de Endesa se encontrarían con algo de liquidez y con
dos tercios de su anterior inversión en acciones de
Endesa en acciones de Gas Natural, una empresa, esta sí,
dependiente de las tarifas del gobierno, por más que,
aunque sería dueña de Endesa, sería una
Endesa disminuida en lo nacional y lo internacional y, por
tanto, en su capacidad de generar economías de escala
y beneficios para los accionistas del nuevo conglomerado.
Y dependiente de Argelia, de Marruecos y de Nigeria.
b) La participación de Iberdrola
La diversificación productiva de Iberdrola es similar
a la de Endesa, aunque tiene más energía hidroeléctrica,
y menos carbón. Una posición, hasta hace poco,
mejor que la de Endesa. Pero en un entorno de altos precios
del petróleo y del gas natural y con poca agua, su
situación es de mayor debilidad. Y mayor dependencia
del gobierno. Pero si, empresarialmente, se le garantiza que
va a poder quedarse, a un precio pactado con los gestores
de Gas Natural, con una serie de activos de su competidora
Endesa, situados tanto en España como en el extranjero,
y que esa compra la convierten en la primera empresa eléctrica
de España y que, además, tiene detrás
al gobierno, su reacción lógica es la de sumarse
a la Opa. Aunque quizá se equivoque; máxime
si ayuda a poner en marcha un proceso en el que quien controlará
todo no serán el equipo gestor de Iberdrola y el de
Gas Natural, sino el de La Caixa, que, además, en un
momento determinado, será sustituido por otro nombrado
directamente por el tripartito catalán y el gobierno
socialista español. Su posición sería,
o bien la del que se beneficia de una buena racha inesperada
o bien la del conspirador que cree que puede controlar al
gobierno español, al tripartito catalán y, en
su caso, a los nacionalistas del PNV. Es lo que se denomina
vulgarmente intentar cabalgar sobre un tigre.
c) La opabilidad de Endesa y la de Gas Natural.
Endesa es una empresa que siempre podrá ser opada.
Un 85% de sus accionistas son particulares o fondos, nacionales
o extranjeros, que buscan rentabilidad a su inversión.
Por el contrario, una empresa como Gas Natural es difícilmente
opable. Entre La Caixa y Repsol controlan el 65 % del capital,
y, a su vez, Repsol es controlada por La Caixa. ¿Se
mueve La Caixa por criterios de rentabilidad, como cualquier
otra entidad financiera, incluso, me atrevería a decir,
como la mayoría de las cajas de ahorro? La respuesta
es negativa. Es notoria la ramplona gestión del negocio
puramente bancario de La Caixa, que detenta bajos ratios de
eficiencia y baja rentabilidad. Donde sí se ha posicionado
bien La Caixa es en el mercado del trapicheo político.
Cada vez, desde la transición, que alguien en el gobierno
español llegaba a la conclusión de que podría
comprarse a los nacionalistas catalanes, antes de Pujol y
ahora del tripartito y del PSC, La Caixa recibía un
pago en forma de participaciones empresariales. Por esta vía
se han hecho dueños de un enorme paquete de participaciones
en toda España. Analicen sus balances y comprobarán
que las compras de esos paquetes de acciones de empresas,
siempre a bajos precios, se llevan a cabo no con los beneficios
de las actividades bancarias habituales, sino que son fruto
de pactos políticos en momentos determinados.
No es una situación exclusiva del nacionalismo catalán.
En el caso del País Vasco, el intento de comprar la
lealtad de los nacionalistas a la Constitución se llevó
a cabo en dos fases: en la primera, en el momento de la aprobación
de la propia Constitución, se fijó un cupo fiscal,
que permitía al País Vasco pagar menos impuestos
que cualquier otra autonomía, pobre o rica; en la segunda,
-época de los gobiernos del PP- ese cupo se fijó
definitivamente. Ya no habrá que renegociarlo cada
cierto número de años.
Es un error suponer que las cajas de ahorros no tienen accionistas
ni dueños. Las cajas son propiedad -mayoritariamente-
de los partidos políticos, que nombran a sus consejeros
en función de su peso político en ayuntamientos
y autonomías, con alguna notable y meritoria excepción,
en algunas cajas, como en Caja Madrid, donde hay consejeros
generales y miembros del Consejo de Administración
de asociaciones independientes elegidos por votación
entre los impositores, además de representantes de
sindicatos y asociaciones no políticas. Desde la transición
hasta el 11-M -el día del atentado político
que cambió, por ahora, el destino de España-,
en general, los políticos, y las personas que han designado
estos como administradores y gestores de la mayoría
de las cajas, han hecho un buen trabajo. De hecho, se han
gestionado mejor las cajas que muchos bancos privados, que
ya han desaparecido, tanto por la dura competencia como por
errores propios. Las cajas han estado sometidas a la misma
competencia que los bancos y han tenido muchos menos problemas,
porque las cajas han tenido hasta ahora, gestores rigurosos.
La razón de ese buen hacer hay que buscarla en el buen
funcionamiento del sistema de reparto de poderes establecido
por la Constitución. Los políticos de las distintas
autonomías han sido conscientes de que las cajas no
se podían utilizar para hacer política de partido,
ni para financiar un desarrollo regional autónomo,
ni para financiar aventuras empresariales de grupos ligados
a ellos. La misión de las cajas, respetada hasta hace
poco por todos, era conseguir beneficios y, con ellos, realizar
una ingente labor social, benéfica y cultural. A los
gestores de las cajas se les ha dejado, en general, manos
libres, para que gestionaran los depósitos que les
confían, y les han confiado, los españoles,
para que los invirtieran libremente y para que compitieran
con las demás entidades financieras, tanto dentro como
fuera de España. Su gestión, con algunas lagunas,
ha sido positiva. Hay casos llamativos de favoritismo empresarial
y político, de créditos injustificados, de nombramientos
sin apoyo en la formación y experiencia. Pero en su
conjunto, el sector se ha comportado excepcionalmente bien.
Hasta ahora.
Hasta ahora en que, a instancias de los nacionalistas catalanes
y de los del PNV y Batasuna, e impulsados por el gobierno
español, La Caixa ha roto las reglas del juego. La
Caixa ha pasado de ser el receptor de las exacciones políticas
del nacionalismo catalán a los diferentes gobiernos
españoles, a ser el financiador de la ruptura de España.
Las cajas corren el peligro de convertirse, con un gobierno
que no respeta la Constitución, con un presidente del
gobierno que sueña con reiniciar la guerra civil para
ver si esta vez ganan los suyos, en un instrumento de los
poderes políticos. Y las cajas, en manos de políticos
secesionistas, pueden convertirse en instrumento de la ruptura
de España.
Es el caso que analizamos. Si alguien lanzara una Opa sobre
Gas Natural, fuera cual fuese el precio, probablemente no
tendría éxito, pues la inversión de La
Caixa, directa e indirecta, es política. Responde al
deseo nacionalista de controlar la energía eléctrica
y el suministro de gas, tanto a Cataluña como a las
tierras que se consideran por los catalanistas los "países
catalanes". Por el contrario, dada la composición
accionarial de Endesa, el que siga siendo una sociedad independiente
dependerá del precio que se esté dispuesto a
pagar por ella; al margen de si la concentración que
se pretende vulnera o no las normas de competencia españolas
y comunitarias. Y de si el procedimiento de Opa iniciado ha
respetado, o no, otras normas legales.
Los estatutos que se están elaborando en Cataluña
y País Vasco son inconstitucionales. La utilización
de los medios financieros de las cajas de ahorro de esas autonomías
para financiar la secesión es consecuencia directa
de ese planteamiento rupturista. Las cajas de ahorros han
jugado un papel fundamentalmente positivo en el desarrollo
del sistema financiero español. Han contribuido decisivamente
a modernizar la economía española y a financiar
a las familias españolas. Han contribuido a que, en
su lucha por conseguir clientes, los tipos de interés
sean más bajos en España que prácticamente
en todo el mundo. Lo que nadie podía prever es que
se convirtieran -en algunas autonomías controladas
por los nacionalistas- en instrumento de la secesión
territorial. Ha terminado otra fase del desarrollo de las
cajas. No pueden seguir dependiendo, directa ni indirectamente,
de los partidos políticos pues, desgraciadamente, hay
partidos que no respetan la Constitución; y el poder
económico que puede ejercerse utilizándolas
torticeramente no está previsto en los estatutos de
las propias cajas ni en la propia Constitución.
d) ¿Operación política o empresarial?
Al margen de lo que ya he expuesto, hay otras razones de
peso que ahondan el carácter político de la
operación; en primer lugar, el precio que ofrece Gas
Natural y la participación de Iberdrola. Al precio
anunciado, que según los gestores de Gas Natural no
será modificado, Gas Natural se haría con el
100% de Endesa entregando a los actuales accionistas de Endesa
acciones de Gas Natural y 7.500 millones de euros. Pero como
Iberdrola compra activos por valor de entre 7.000 y 9.000
millones, sin ningún desembolso, en un sistema "gratis
total", los gestores de Gas Natural serían capaces
de controlar la empresa fusionada. Mejor dicho, la controlarían
La Caixa y el tripartito nacionalista catalán, con
el visto bueno del gobierno rupturista de Zapatero. En aras
del supuesto respeto a la legislación española
sobre competencia, la operación podría ser todavía
mejor para Gas Natural o La Caixa, pues los nuevos gestores
estarían más que dispuestos a enajenar todavía
más activos de la actual Endesa. No pierdan de vista
la posibilidad de dar un peso relevante a las cajas andaluzas
-controladas por el PSOE- en una nueva Sevillana de Electricidad.
O los posibles pactos de Zapatero con Kirchner, al que quizá
devolviera -a bajo precio- las compañías argentinas
que hoy controla y explota Endesa. El acuerdo puede extenderse
a la totalidad de Enersis, pues si el partido socialista chileno
volviera a ganar las elecciones quizá le gustaría
recuperar esa empresa, aunque no fuera más que para
vendérsela a otra empresa extranjera.
Otro factor avala el carácter político de la
operación. El momento elegido es el del anuncio de
la falta de acuerdo en el nuevo estatuto catalán. La
compensación que ofrece el gobierno español
al PSC y a Esquerra aparece al día siguiente: se llama
Endesa y, una vez más, se entrega a La Caixa. Al margen
de lo que crean los gestores de Gas Natural. Hay otros muchos
datos que avalan el carácter político de la
operación: lo anunciado contradice lo expuesto en el
Libro Blanco sobre la energía, al que se ha hecho referencia.
Aún peor, las reacciones oficiales del gobierno español
han sido de alabanzas a la Opa; sin molestarse en explicar
lo que ven en ella de positivo o negativo. No han tenido siquiera
la prudencia de mostrarse neutrales, al menos hasta que se
hayan pronunciado todas las instancias legales.
Pero en la Cataluña política, controlada y
corrompida por el nacionalismo, la operación se vende
bien. Se recupera la antigua FECSA, desaparecida por la mala
gestión de sus anteriores accionistas, básicamente
miembros de la burguesía nacionalista designados por
cajas y bancos catalanes, que fueron quebrando por su mala
gestión como, por ejemplo, la Banca Catalana de Jordi
Pujol. Hace pocas semanas apareció en La Vanguardia
un documento revelador. Un grupo de empresarios y financieros,
supuestamente moderados, supuestamente cercanos al partido
popular, supuestamente ilustrados, pedían, ellos también,
un nuevo estatuto. Pedían nuevas competencias para
su autonomía, sin detenerse en si eran constitucionales
o no. Lo importante para ellos era, y es, no sentirse marginados
de la marea nacionalista que lo envuelve todo en Cataluña.
Una violencia inconstitucional que en el País Vasco
ha producido una generación de valientes que luchan
y mueren por su libertad y por la de todos los españoles
y en Cataluña ha dado lugar a una burguesía
cobarde, deseosa de participar en el poder corrupto del nacionalismo.
Es esa burguesía que gusta de distinguir entre el nacionalismo
maleducado de ERC y el supuestamente moderado del PSC y de
CIU. Son los hombres que se identifican con Piqué,
que de tanto travestirse políticamente a lo largo de
su vida, ya no saben qué defienden, ni en Cataluña,
ni en Madrid, ni en el resto de España.
e) El objetivo final
Un primer objetivo es comprar Endesa, con un sistema "gratis
total" para los accionista de Gas Natural. Un segundo
objetivo es dar a La Caixa el control de toda la energía
producida en Cataluña. Un tercero, sería recolocar
al nacionalismo vasco en la gestión de Iberdrola, aunque
sus actuales gestores no lo crean posible, por más
que el mayor accionista de esta empresa sea la BBK, que ahora
quiere fusionarse con las otras dos cajas vascas para hacer,
ellas también, un banco vasco para preparar la independencia.
Un cuarto objetivo sería aumentar el peso económico
y financiero de La Caixa, que crecería todavía
más, no sólo en Cataluña sino en el resto
de España, con la ayuda del gobierno de Zapatero. ¿Cómo
va a haber un país independiente -piensan los nacionalistas
catalanes y vascos- sin un banco nacional, máxime si,
probablemente, habría un problema de tiempo de acomodo
con la Unión Europea y el propio Banco Central Europeo?
(no un problema definitivo, por supuesto. Francia velará
porque España se desintegre con rapidez en el seno
de las instituciones europeas). Pero, en esa tesitura, tener
una institución que pueda hacer de banco nacional se
considera positivo por todos los nacionalistas, máxime
si los depósitos y los beneficios se consiguen con
inversiones en la fenecida España, antigua nación,
mañana sólo Estado confederal.
Y después, en algún momento, hablaríamos
de los temas propiamente eléctricos. De las tarifas,
que habría que discutir con el gobierno. De los precios
para industrias determinadas, que habría que discutir
tanto con el gobierno catalán como con el vasco. Se
modificarían las leyes de competencia, algo relativamente
sencillo en un sector que nadie quiere liberalizar totalmente,
a imagen y semejanza de lo que siempre ha hecho Francia. Y
contaríamos con la colaboración ilustrada de
esa parte de la burguesía catalana y vasca, acomodadas
al nacionalismo y dispuestas siempre, según sus propias
manifestaciones, a discutir -eso es todo- con los nacionalistas
radicales, para que la ruptura con España se plantee
moderadamente. Aunque al día siguiente se persiga y
expulse a los no nacionalistas.
Un nuevo sector eléctrico, acoplado a nuevas naciones,
con precios diferentes para proteger determinadas industrias
de esas nuevas naciones. En el contexto de un estado confederal
español, porque España ya no será una
nación pues, como dice Zapatero, ese es un concepto
muy difuso y él no acaba de entenderlo, por más
que su socio y mentor Maragall no pare de hablar de la nación
catalana.