LD (Víctor Gago) Albert Gore ha dicho en España: "Veo muchos escépticos". ¿Y en qué hay que creer? La sola pregunta ya es sospechosa. Mucho ojo con lo que se pregunta. ¿En qué va a ser? La ciencia, estúpidos. Veo mucho escéptico por aquí. El País incluye este miércoles a LD en el índice de los "enemigos de la ciencia". Por supuesto, también están el tenebroso Instituto Juan de Mariana y la oscurantista COPE, pero eso no es novedad. El País no sale de casa sin la COPE y sin una nueva conspiración liberal en el macuto. Es como su abono transportes, sin él no pasan el torno para moverse sin límites de una mentira a otra.
Los "enemigos de la ciencia", dice el periódico amigo de la experimentación con embriones humanos y de la eugenesia abortista, forman un "club en retirada", una "derecha" que "cree que la ecología, y especialmente la lucha contra el cambio climático, es un invento para suplir al socialismo". Desde luego, si hay alguien que piensa así en el "club", merece ser expulsado de inmediato, sin trámite de audiencia y sin devolución de cuotas. Porque, de lo que va el chiringuito de Gore no es de "suplir al socialismo", sino de suplir ciencia por ideología, en general, y a Bush y al PP por Alianza de Civilizaciones y apaciguamiento del terrorismo, en particular.
El socialismo siempre será insustituible, así caigan torres más altas que el muro de Berlín, para los creyentes de la nueva Iglesia de la Ciencia, que es como la Iglesia del Santo Oficio pero con brujos y brujas en los Ministerios, haciendo de inquisidores.
No hay ciencia humana capaz de saber lo que va a ocurrir con el clima del planeta en el futuro, como tampoco la había en los 70, cuando la profecía era el enfriamiento inminente del planeta y el agotamiento, a la vuelta de la esquina, de los yacimientos de petróleo. La humilde y escéptica ciencia humana es incompatible con el mesianismo de Gore, y probablemente, salga mucho más barata.
Seguramente, Mariano Rajoy sólo estaba apelando a esa retraída prudencia que caracteriza al verdadero científico que mira al futuro y sólo ve el abismo, cuando citó a su primo físico como ejemplo de escepticismo ante el dogma del calentamiento global por inducción humana. La inquisidora reacción del Gobierno, el PSOE y la Prensa pro-gubernamental indican que cuando Gore dijo: "Veo muchos escépticos" no estaba describiendo como un científico sino advirtiendo como un policía.
No se atrevería a hablarle así a un foro de científicos, por ejemplo, a los 4.000 firmantes de la Declaración de Heidelberg –entre ellos, 72 Premios Nobel–, que sostienen que lo que amenaza el planeta es la opresión y la ignorancia, y no la tecnología y la industria; ni a los de la Declaración de Oregón, que advirtieron de que el acuerdo de Kyoto "tendrá efectos muy negativos sobre la tecnología de todas las naciones del mundo"; ni a los investigadores del propio Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) que han dimitido entre denuncias de sesgo ideológico e instrumentalización política de sus trabajos.
En el PP, no es que el escepticismo de Rajoy haya despertado lo que se dice adhesiones, si exceptuamos a Esperanza Aguirre, que dijo estar "singularmente" de acuerdo con él. Cuando la derecha española se quiere confesar culpable de algo, lo hace por medio del silencio. Confiesa para sus adentros, interioriza su culpabilidad congénita. ¿Es que no quedan escépticos en ese partido? ¿Es que FAES no va a respaldar con datos y evidencias la vieja duda metódica que nos hizo más civilizados frente a los Autos de Fe?
Tiene gracia que España se perdiera la Revolución Industrial por haber proscrito la ciencia en los años de plomo de la Contrarreforma, y ahora, tres siglos después, venga Al Gore, un multimillonario hijo de aquella revolución, a la que debe su mansión eléctrica y sus minas de cinc y sus prejuicios y su fatal arrogancia, a decirnos que, después de todo, el Santo Oficio tenía razón y vivíamos mejor encerrados de Los Pirineos para abajo y llevando alpargatas de esparto.
Hoy como ayer, lo que no cambia es la cantidad de nativos dispuestos a delatar a herejes.