Uno de los asesinos de Sandra Palo sale en libertad tras una condena de cuatro años
Uno de los cuatro asesinos de Sandra Palo saldrá en libertad este martes, después de haber pasado cuatro años en un centro de menores de Madrid. Con la Ley del Menor en la mano, Rafael García El Pumuki, de 18, no tiene que seguir encerrado. María del Mar Bermúdez, madre de la joven discapacitada que fue víctima, el 17 de mayo de 2003, de la "tortura y el asesinato más atroces de la historia penal española", según lo calificó la Fiscalía, vive pendiente de este 12 de junio. "No me moveré hasta tenerle en frente y que me mire a la cara", ha declarado a LIBERTAD DIGITAL.
LD (Víctor Gago) La familia de Sandra Palo ha prometido no parar hasta que se acabe con la impunidad de los menores asesinos en la legislación española. Un millón de firmas instando a reformar la Ley de Responsabilidad del Menor no bastaron para que los políticos aprendiesen del brutal asesinato de Sandra, en la última modificación de esta Ley Orgánica, aprobada en enero.
"Me he reunido con todos los partidos, también con el ex ministro López Aguilar, pero, aparte de palabras bonitas, no hemos recibido nada. La reforma es claramente insuficiente, se deja a criterio del juez lo que hacer con estos asesinos cuando cumplen los 18", se desengaña María del Mar Bermúdez, en declaraciones a LIBERTAD DIGITAL.
La lealtad de su abogado, José María Garzón, ha guiado a la madre de Sandra Palo por un camino de iniciativas, cartas, llamadas a gabinetes de políticos, esperas y trámites interminables que han desembocado en poco más que un puñado de palabras de consuelo.
"Su ayuda ha sido fundamental", dice María del Mar Bermúdez de su abogado, "está tan volcado personalmente como nosotros en que se haga justicia, no sólo por Sandra, sino por todas las víctimas. Si tengo que ir al Parlamento Europeo, iré, no le quepa la menor duda", anuncia esta "madre coraje" de 46 años, envejecida prematuramente por el recuerdo de aquel 17 de mayo de 2003 que la consume.
"No tengo paz, vivo al día, uno detrás de otro. Ni espero ni deseo, todo ha acabado para mí, y lo único que me queda por ver es que se haga justicia con mi hija", confiesa con desgarro, en el hilo que deja una voz ahogada por un puño invisible. Parece que sus palabras van a desaparecer, a tragárselas una sima, pero hay una fuerza interior que las hace salir a flote, exhaustas pero vivas. Así es María del Mar Bermúdez.
Mantiene una relación casi mitológica con los asesinos de su hija, imposible de reducir a los esquemas simples del odio o la venganza.
El seguimiento, meticuloso hasta la obsesión, que ha hecho del itinerario penal de los cuatro la ha convertido, paradójicamente, en su mejor tutora, ante el abandono o el repudio de sus respectivas familias.
En una ocasión, llegó a avisar personalmente a la Comunidad de Madrid de que dos hermanos de uno de los asesinos se habían escapado de un centro de régimen abierto y dormían en la calle, sin techo.
"Esa gente es un peligro. Creciendo así, ¿qué vas a esperar? Acabarán como sus hermanos, robando, violando y matando", justifica aquel aviso, que, por otra parte, revela el conocimiento de sus verdugos y la dedicación que ha llegado a prestarles, mucho mayor, desde luego, que la de sus propios padres.
No quiere ni oír hablar de compasión. Ha llegado a saberlo todo de los monstruos y de sus parientes, hasta convertirse en su "sombra" y "su pesadilla", como ella misma se define, lo que a menudo se ha confundido con ser su benefactora, en una compleja relación que repele cualquier estereotipo.
De hecho, cuando piensa en la justicia, en un ideal de la misma que la alivie del persistente dolor de imaginarse a su hija Sandra golpeada y violada repetidas veces por los cuatro, estampada contra un muro, mientras se vestía, por el coche que habían robado, atropellada ocho veces, rociada con gasolina y quemada viva; cuando considera el tipo de justicia capaz de abrirle el puño interior y devolverle la voz, ve a los cuatro que la torturaron y mataron "encerrados en un nicho, tapiados por una lápida sin nombre. Los dejaría allí, que se comieran unos a otros", da rienda suelta, consciente de que necesita ese desahogo para seguir resistiendo.
En libertad, después de cuatro años
La puesta en libertad de Rafael García F. le ha devuelto al estado de humillación de los primeros días, cuando iba conociendo a cuenta-gotas lo que le hicieron a Sandra.
Se ha apoyado en algunos periodistas con contactos en la Administración y en sus propias fuentes, laboriosamente ganadas después de cuatro años de lucha, para descubrir que El Pumuki saldrá este martes, durante la mañana, del centro de menores con medidas penales Renasco, de Madrid.
"Sé que han dictado una orden de alejamiento y que se lo llevan fuera de la Península, posiblemente a Canarias, donde cumplirá cinco años de libertad vigilada", indica María del Mar Bermúdez a LD, basándose en la información ha podido recabar extra-oficialmente.
"Voy a estar allí, no me moveré hasta verle salir. Tengo que verle, tenerle en frente, que me mire a la cara", acaricia ese momento, sin saber ni siquiera para qué.
"No lo sé, mi médico me ha recomendado que no lo haga, pero ya nada puede hacerme más daño del que me han hecho, necesito sacar algo de la rabia que me arde dentro", explica.
Los hechos, según El Pumuki
Rafael García F. tenía 14 años cuando el 17 de mayo de 2003, en compañía de otros tres jóvenes, secuestró, torturó, violó y asesinó a Sandra Palo, de 22 años, discapacitada psíquica.
Durante el juicio contra Francisco Javier Astorga Luque, El Malaguita, el único que era mayor de edad cuando se ensañaron con la joven, Rafael García El Pumuki confesó al juez que Sandra repetía: "no me hagáis daño" mientras la conducían en un coche robado a un descampado de la carretera de Toledo.
Al día siguiente, el hermano de Sandra hacía la Primera Comunión y ella se lo contaba a sus raptores para que la dejaran ir. "Sandra estaba muerta de miedo y sabía perfectamente lo que se le venía encima", dijo El Pumuki al juez el 25 de enero de 2005.
"Cuando llegamos al descampado, me dijeron que la iban a violar. Bajaron a la chica del coche y empezaron a desnudarla entre los tres mientras yo permanecía dentro del coche", dijo también, entonces. Según su versión, la sujetaron "por las muñecas y los tobillos mientras la violaban".
Los hechos probados durante la investigación indican, en cambio, que El Pumuki participó, como el resto, en la violación.
Sandra había empezado a vestirse cuando el Citroen ZX rojo robado empezó a embestirla hasta estamparla contra un muro y partirle las piernas, "con los cuatro dentro".
Habían decidido matarla "para que no dijera nada". Rafael García F., también conocido como El Rafita –además de cómo El Pumuki– señaló durante el juicio a El Malaguita, su primo, como el conductor del coche y quien tomó la decisión de asesinar a Sandra.
Los otros dos inculpados, José Ramón M. El Ramoncín, y Ramón S.G. El Ramón, de 16 y 17 años –cuando mataron a Sandra Palo–, también señalaron a El Malaguita, de 18, actualmente en la prisión de Alborote (Granada), cumpliendo una condena de 64 años.
El Ramoncín y El Ramón saldrán próximamente de los centros de menores de Madrid en los que están recluidos, al igual que El Pumuki este martes, beneficiándose del régimen de tolerancia que inspira la Ley del Menor.
Después de pasarle el coche por encima durante "ocho o diez veces" –dijo El Pumuki en el juicio–, Sandra "todavía estaba viva".
Decidieron ir a una gasolinera próxima "para quemar" a la joven. "Antes de quemarla", dijo este asesino "Sandra movía un poco los brazos, porque miré para atrás cuando fuimos a comprar la gasolina".
Su cuerpo fue encontrado por un camionero al amanecer del 17 de mayo de 2007.
Cuando este martes salga del centro de menores de Renasco con 18 años cumplidos, y después de haber pasado sólo cuatro encerrado, Rafael García F. "estará muy lejos de la rehabilitación y el arrepentimiento que el sistema debe garantizar a las víctimas", comenta la madre de Sandra Palo, que sigue una lucha sin tregua contra la impunidad de los menores asesinos, "para evitar que en el futuro haya nuevas familias rotas como la mía que tengan que llorar a sus seres queridos porque la Ley protege a sus verdugos sólo por el hecho de que su partida de nacimiento dice que son menores para entrar en la cárcel, aunque no sean para cometer crímenes que no se le ocurrirían ni al peor sádico".
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