(Libertad Digital - Víctor Gago) El apócope de Jesús, o sea Suso, predica este viernes en el Templo de la religión laicista por antonomasia, o sea El País, donde los intelectuales ya no se suben a los púlpitos –no quedan en esa casa, han hecho leña para la estufa, por si Al Gore se equivoca y Mediapro se queda con el himno de Melendi: "Me gusta el fútbol porque soy /rey en casa por un día / sentadito en mi sofá / veo la Champions y la Liga..."– sino a la parra.
La liana de la que cuelga Suso es frondosa en fibras de delirio bilioso, gansada oceánica y resistente necedad; el mismo ramaje del que penden las cacatúas y los predicadores dominicales de Hyde Park.
Suso va como un Toro a por el catolicismo "fracasado":
"La violencia de la COPE es el canto del cisne de lo que fue. El integrismo católico hoy es un tigre o más bien un fantasma de papel, la prueba de su agresividad, síntoma de su impotencia".
Es un chiste verde-moco que el autor de cabecera de Zapatero hable de "la violencia" de un medio de comunicación católico, ahora que hasta los ministros jalean los insultos y las amenazas terroristas a la Oposición.
Con un poco de suerte, lo próximo en pacifismo laico será incluir el kalashnikov para francotiradores en la carta de servicios sociales, como el dentista y el cheque-baby.
A ver qué dice Solbes, porque lo que es el PP, seguro que no pone pega. ¡Si acaban de apoyar en el Congreso el homenaje a un déspota chiflado como Salvador Allende! El del trienio marxista, el mismo que propuso que "para construir el socialismo, los trabajadores chilenos deben utilizar su dominio sobre la clase media para apoderarse del poder total y expropiar gradualmente el capital privado. Esto es lo que se llama la dictadura del proletariado".
Y ahí tienes al Jardín de Infancia del PP, homenajeando a Allende y comparándolo con Regina Otaola, como hizo Jorge Moragas el pasado miércoles para defender su voto favorable a la moción del socialista Eduardo Madina, en una infame sesión parlamentaria que debería abochornar a los liberales de la derecha, si es que queda alguno en ese partido y no han sido arramblados por una harca de arribistas analfabetos y acomplejados, con sus chupetes asesores y sus sonajeros demoscópicos, con su agenda bien caligrafiada y sus desafíos amanuenses:"Cambio climático, pobreza en el mundo y seguridad", enumeró Juan Costa de carrerilla el pasado lunes, en La Razón.
Por eso, Suso desbarra en el Templo cuando dice que "sólo una facción" de la sociedad, "esta derecha en su búnker, acepta el liderazgo moral" de la Iglesia Católica.
No tiene ni zorra de lo que habla, claro, porque "esta derecha en su búnker", como la llama Suso, acaba de abrir brazos y piernas en el Centro Cultural de la Villa del Ayuntamiento de Madrid a una exposición de la Alianza de Civilizaciones en la que se equipara moralmente a Teresa de Calcuta y Jomeini, y se identifica al Cristianismo y el Islam como doctrinas igualmente belicistas.
La muestra se titula Dios(es). Modos de empleo. ¡Ya estamos! El ingenio post-moderno no tiene sentido del ridículo. Son unos carcas, tirando del pensamiento débil de los 80, cuando daba igual un huevo que una castaña, y las ideas empezaban y acababan en los títulos de las portadas de Sur Express, La Luna y Los Cuadernos del Norte de Juanito Cueto.
Mucho Vattimo, mucho Hegel releído con una neurona de menos y una raya de más, mucho Nietzsche de guardarropía, mucho Marx pasado por Siouxie and The Banshees, y, ante todo, la idea clave de nuestro tiempo: ¿Dónde es la fiesta?
Aquella panda de impostores –a los que Finkielkraut tomó la matrícula en La derrota del pensamiento–, o sus hijos zoquetes, son los que ahora mandan en España: en la política socialista de todos los partidos y en los nuevos templos del Catecismo para la Ciudadanía; en las academias y en los noticiarios; en las catedrales financieras y en los putiferios de todo a cien.
No hay tal "derecha en su búnker", inspirada por la gracia divina y manejada por los obispos.
Ni siquiera existen "los obispos" como gremio, cuando Monseñor Cañizares y Monseñor Uriarte tienen análisis morales distintos sobre el terrorismo, o cuando Monseñor Sebastián y Monseñor Carles hablan distinto idioma cuando se refieren a la libertad de los padres para formar en valores a sus hijos y su derecho a impedir que lo haga el Estado por ellos.
Aquí, el único búnker es el de la clase política en peso frente a una sociedad a la que todo le chupa un pie y parte del otro. Sus muros son la mentira.
El fiscal Stevens, uno de los personajes más sabios de Faulkner, protagonista de Humo, dice que sólo hay dos sitios donde los hombres nunca se miran a la cara: los santuarios de la política y los urinarios públicos. Suso, en el Templo, tiene por costumbre mear fuera del tiesto, de tanto contemplar el cogote de su líder espiritual.
Se comprende que Zapatero lo castigase este verano sin libro después de las carreras de ingrávido footing.