L D (EFE) "Nada será lo mismo sin vosotros", reza una pancarta en la estación de Atocha, en uno de los diversos altares con velas rojas encendidas en recuerdo de las víctimas. A pesar de todo, RENFE ha restablecido el funcionamiento de los trenes.
En Alcalá de Henares, un grupo de velas, rodeado de pancartas y escritos pidiendo paz, recuerda a los fallecidos, personas como Patricia, "la niña de siete meses víctima del terror", como expresa un cartel situado al lado de una muñeca de juguete. Son montajes espontáneos a los que muchos han añadido una aportación, en su mayoría pancartas, que afectan a los viajeros que reanudan su rutina junto al recuerdo de la violencia.
"No estamos todos, faltan doscientos", rezan las pancartas que pueden verse a lo largo del recorrido desde las ventanillas. En el momento en que el tren pasa por la estación de El Pozo, donde tuvieron lugar algunas de las sangrientas explosiones, los viajeros se vuelven para ver a través de los cristales los restos de un vagón destrozado por las bombas. En un rincón de la estación cinco operarios vestidos con monos blanco trabajan sobre los kilos de chatarra entre los que murieron decenas de personas. Los vagones componen un caos de metal y felpa que los trabajadores han apartado de las ruedas y el soporte de hierro macizo sobre el que se movía el tren, hierros que aparentemente han soportado mejor la metralla y el fuego.
Unos treinta minutos después de partir el tren se detiene en otro de los puntos en donde el pasado jueves estalló el horror. Rápidamente los viajeros bajan al andén de la estación de Atocha, donde les esperan nuevos recuerdos de las personas asesinadas.
En Alcalá de Henares, un grupo de velas, rodeado de pancartas y escritos pidiendo paz, recuerda a los fallecidos, personas como Patricia, "la niña de siete meses víctima del terror", como expresa un cartel situado al lado de una muñeca de juguete. Son montajes espontáneos a los que muchos han añadido una aportación, en su mayoría pancartas, que afectan a los viajeros que reanudan su rutina junto al recuerdo de la violencia.
"No estamos todos, faltan doscientos", rezan las pancartas que pueden verse a lo largo del recorrido desde las ventanillas. En el momento en que el tren pasa por la estación de El Pozo, donde tuvieron lugar algunas de las sangrientas explosiones, los viajeros se vuelven para ver a través de los cristales los restos de un vagón destrozado por las bombas. En un rincón de la estación cinco operarios vestidos con monos blanco trabajan sobre los kilos de chatarra entre los que murieron decenas de personas. Los vagones componen un caos de metal y felpa que los trabajadores han apartado de las ruedas y el soporte de hierro macizo sobre el que se movía el tren, hierros que aparentemente han soportado mejor la metralla y el fuego.
Unos treinta minutos después de partir el tren se detiene en otro de los puntos en donde el pasado jueves estalló el horror. Rápidamente los viajeros bajan al andén de la estación de Atocha, donde les esperan nuevos recuerdos de las personas asesinadas.