LD (V. Gago) En su felicitación a Javier Bardem por el Oscar obtenido el pasado 24 de febrero –madrugada del 25 de febrero en España–, el presidente del PP le telegrafió que el premio es un motivo de "satisfacción y orgullo" para la nación. Se dirigió con la mayor familiaridad al actor fetiche del casticismo anti-liberal y pazguato de toda la vida. "Quiero transmitirte, en mi nombre y en el del PP, mi enhorabuena por el Oscar que has conseguido por tu interpretación".
Importa ese tuteo. Significa cosas. Los políticos no miden este tipo de cosas, simplemente salen del paso con las portadas del día esparcidas sobre el mantel. El mantel es la portada, de la misma forma que el medio es el mensaje. El criterio del político castizo de izquierda o derecha se forma sobre un mantel de hule español con churros. Un político castizo no elige su voz, sino que se la encuentra impregnada como una pátina en los surcos de las huellas dactilares y en los bordes del cuadriculado mantel de hule de las tertulias.
Tener voz propia, elegir un criterio sobre la cultura moderna y sobre insectos –Nabokov demostró que no era incompatible–, exige ponerse en un plano meta-político, entrenarse en la disciplina del extrañamiento. No está alcance de cualquiera. Nicolás Sarkozy encarna esa especie en vías de extinción. Puede recargar de sentido una nación con discursos como el del pasado 20 de diciembre en la basílica de San Juan de Letran, cuando recordó que "la laicidad no tiene derecho a desgajar las raíces cristianas". Y puede, después, permitirse llamar gilipollas a un gilipollas, o escaparse con su guapísima sulamita a las mismísimas fuentes del Nilo.
Importa el tuteo, la familiaridad torpe y forzada del casticismo político español con el gremio del entretenimiento, variedad cultural que marca la frontera de lo que un político castizo, ese hombre-masa campechano y brutalista –"Cualquiera puede ser presidente", constató José Luis Rodríguez Zapatero– que al fin se hizo con las riendas del Estado, está dispuesto a entender como innovación artística, como rasgos de un espíritu moderno.
El tuteo acerca lo que está lejos, ayuda a asimilar el criterio que otros dictan. ¿A quién hay que aplaudir hoy? ¿A quién toca desdeñar?
SIN TIEMPO DE IR AL CINE
Es probable que Rajoy no hubiese visto aún la estupenda película de los hermanos Joel y Ethan Coen, cuando desde los manteles madrugadores del PP pidió papel y pluma para cablear a Bardem –que aún debía estar durmiendo la mona de la fiesta de la noche anterior en Hollywood– aquello del "orgullo y la satisfacción para España".
La peli se estrenó en España el viernes 8 de febrero, y el presidente del PP ha estado últimamente muy liado con la economía y el bienestar de esa niña tan castiza a fuer de bilingüe. Si hubiese ido a verla, si hubiese tenido fresco en la memoria el desierto real y moral por donde se mueve el malvado personaje de Javier Bardem, una mezcla de Bartleby, Mad Max y el narrador oligofrénico de Mientras agonizo, su telegrama podría haber ganado en profundidad sin perder familiaridad ni gastos de Correos:
"Bonito peinado. Stop. Pero no te encasilles en desiertos y psicópatas. Stop. España entera te añora. Stop. Es país para cómicos. Stop".
El solícito reconocimiento a uno de los personajes más sectarios y enemigos de la libertad con los que puede cruzarse un liberal; un tipo que, si pudiera, aplicaría el cordón sanitario a quien piensa distinto; alguien que, si estuviera en su mano, impondría medidas contra la libertad de mercado, religiosa o de gustos estéticos, un orgulloso seguidor de regímenes totalitarios que han exterminado a millones de personas, expresa con bastante fidelidad el estado del criterio cultural de la derecha institucional, su actitud mareada, medrosa y vicaria de los dictados ajenos.
Hay una o dos docenas de poetas, pintores, músicos o científicos que son reconocidos en sus respectivos ámbitos de creación, que son traducidos, que exponen, estrenan y publican en las principales salas, teatros y revistas del mundo, a los que nadie envía telegramas de felicitación como los que recibió Bardem. El motivo es que la derecha política española se quita de encima el esfuerzo de tener un criterio sobre la cultura moderna, dejándose guiar por la prensa de derechas, y ésta, a su vez, se quita de encima el marrón guiándose por los suplementos culturales elaborados desde los prejuicios resentidos y el narcisismo provinciano y mediocre de la izquierda, una actitud perfectamente retratada, a su pesar, por Pedro Almodóvar en una de sus películas, La flor de mi secreto.
ALMODÓVAR, CINEASTA DOCUMENTAL
En esa historia, hay un personaje interpretado por Juan Echanove que es un apunte del natural del redactor jefe de Cultura de El País, Ángel Sánchez Harguindey. Por no disimular, el patético personaje almodovariano no disimula ni su nombre –se llama Ángel– ni su puesto profesional –es un jefazo de El País aficionado a las novelas románticas que escribe Amanda Gris (Marisa Paredes)– , ni su tendencia a la depresión alcoholizada. El típico mediocre que acaba creyéndose todo un personaje. Tiene que haber un nombre para eso en psiquiatría. El cineasta que se inventó el golpe de Estado del PP en marzo de 2004 quiso construir un personaje moderno y complejo, y creyó que le bastaba con observar al jefe de Cultura de El País. El resultado es esa escena, digna de las calderas del sonrojo, en la que Echanove-Ángel regresa borracho a casa, de madrugada, atravesando calles empedradas de Madrid y cantando, si mal no recuerdo, rancheras. La película debería recalificarse como género documental, porque el personaje existe y tiene imitadores, toda una escuela de casticismo neurótico y analfabeto, que es la que dicta hoy los telegramas culturales a la derecha, bien directamente, bien por medio de la emulación del indigente canon por la Prensa llamada liberal. Basta comparar, una semana cualquiera, los suplementos culturales de La Razón, ABC, El Mundo y El País para comprobar hasta qué punto se elaboran en serie. Los mismos libros. Las mismas exposiciones. Las mismas conclusiones. Si hasta titulan y paginan igual.
Con toda la razón, se lamentaba recientemente Henry Kamen, en un magnífico artículo en el diario El Mundo, de la extinción del género de la reseña literaria en la prensa española. El País echó a Echevarría, el único crítico literario que le quedaba, por una crítica demasiado crítica que no gustó a tipos como Ángel, el de las rancheras, y Cebrián, el de La Rusa.
Hay que acudir a sitios modestos como el suplemento de Libros de Libertad Digital, El Catoblepas de Gustavo Bueno –padre e hijo–, el blog de Alejandro Gándara en El Mundo o las secciones de libros de Agapito Maestre en el programa Herrera en la Onda, y las de José María Marco, Gabriel Albiac, Andrés Sorel y Tomás Cuesta en La Mañana de COPE, para encontrar algo parecido a un criterio literario claro, cosmopolita y moderno en los huecos de la Prensa. Ser moderno no es romper con la tradición para no tener que estudiarla.
CULTURA Y ZAPATOS
Tampoco tiene que ver con el papanatismo de las modas ni con el subsidio a la mediocridad incomprendida, que la portavoz de Cultura del PP en el Congreso, la señora Beatriz Rodríguez Salmones, defiende en forma de canon y cuotas de pantalla porque los bienes culturales, dice, son algo más que zapatos. Los modernos zapatos, productos de esa Revolución Industrial que España se perdió por la misma actitud de la Señora Rodríguez-Salmones, el casticismo funerario y colectivista de los buscadores de rentas, vagos y maleantes de todos los lujos parásitos. Ser moderno es aprender a rechazar el gato de lo antiguo entre las liebres de lo contemporáneo. Ser moderno es conocer la Historia para poder ser, como dijo el gran Rubén en el prólogo de sus Cantos de Vida y Esperanza, "muy siglo XVII y muy antiguo y muy moderno".
DOS MITOS PARA SEGUIR SIN ENTENDER
Hay dos mitos que gobiernan el criterio cultural de la derecha institucional española a principios del siglo XXI. Por derecha institucional, venimos refiriéndonos no sólo al PP, sino a la Prensa y los medios académicos –fundaciones, universidades privadas,...– que defiende la libertad individual pero carecen de un acervo simbólico moderno con el que ilustrar su superioridad moral sobre la izquierda.
Uno de esos relatos prescribe que la modernidad suprime la tradición, destruye los valores que deben ser conservados y, por lo tanto, es nociva para la sociedad. El otro contempla la cultura moderna como una constelación simbólica en la que no hay normas, en la que todos los signos son igualmente válidos, en la que, lo importante es que el individuo se exprese con libertad y, por lo tanto, experimente lo nuevo en un campo de rupturas románticas donde los liberales no deben inmiscuirse ni perder el tiempo en discernir. El primer mito ha encerrado a una parte de la derecha en el museo. El segundo, ha entregado la cultura moderna a la izquierda, que sí ha sabido apropiarse del discurso de lo nuevo, sobre todo a partir de Mayo del 68.
No siempre la modernidad estética ha sido un coto de la izquierda, aunque casi siempre lo ha sido del totalitarismo. En la época de las vanguardias históricas, comunismo y fascismo pugnaron por la tutela de los nuevos movimientos. En España, la fecunda generación de Gaceta de Arte, la facción surrealista de Tenerife, fue un microcosmos donde se dieron las dos tendencias, poetas falangistas como Agustín Espinosa junto a socialistas radicales, como Eduardo Westerdahl, o comunistas, como el propio Andrè Breton, que participó en la exposición fundacional del grupo, durante su viaje a las Islas.
En sus recuerdos de su primer viaje a España, Borges no pasa por alto el provincianismo de algunos ambientes y tertulias donde despuntaba la literatura de vanguardia española. En Sevilla, en 1919, alrededor del grupo ultraísta de Isaac del Vando y Adriano del Valle, se creaba lo más innovador que España era capaz de aportar a la civilización literaria de comienzos del siglo XX. "Uno de ellos", escribe Borges en su Autobiografía, "me confesó una vez que todo lo que había leído era la Biblia, Cervantes, Darío y uno o dos libros del Maestro, Rafael Cansinos-Asséns".
Sólo Cansinos escapaba al ambiente de mediocridad ensimismada descrito por Borges. Cansinos, el cosmopolita, el primo de Rita Hayworth, el políglota traductor de Las mil y una noches, De Quincey, Schwob, Goethe,... el fino poeta hebraizante de El candelabro de siete brazos y los Salmos, sobresale del ambiente tertuliano de la época y abre ventanas a lo nuevo del mundo sin perder de vista la tradición. Mientras tanto, los grandes creadores de la lengua española de la época, Huidobro, Vallejo, pasaban de largo en su largo viaje desde las Américas, y se instalaban en París.
La imaginación moderna española, ésa tradición comprimida por la administración socialista del prestigio, está llena de pestiños caseros. Pero las bases de la renovación, que están en el siglo XIX y se llaman Galdós, Valera y Valle-Inclán, han sido despreciadas por los liberales y ferozmente repudiadas por la izquierda anti-nacional, de la que Rodríguez Zapatero es el último vástago.
La reconstrucción de esa genealogía, que pasa por autores como Rafael Cansinos y llega hasta nuestros días, está por hacer en esa derecha liberal que hoy se consagra al canon de la modernización económica mientras cede a la izquierda el canon de la cultura moderna, creyendo erróneamente que los símbolos que esa tradición ha producido y produce, o son inútiles o son inocuos, o son ambas cosas a la pez.
Una mesa con mantel es un suplemento cultural, no un criterio. Sin un criterio cultural propio, sin una constelación de "los nuestros", los raros y los heterodoxos de la modernidad, confeccionada desde el rigor y la crítica seria del canon progresista, el tuteo de los dirigentes del PP con los creadores más indecentes seguirá al dictado de las compulsiones de la oportunidad y el miedo. ¿A quién hay que admirar hoy? En esto, no hay divisiones, no hay dos España. El político castizo del PSOE o del PP se barniza de compadreo, de colegueo y de petardeo con el mundo del espectáculo siguiendo aquella intuición tan castiza.
- ¡Hombre!, Javier, si ya lo decíamos nosotros, que eras un fucking genio.
En la siguiente entrega, se analizará el blindaje moral de la izquierda por medio de su relación de familiaridad con los creadores del mundo del espectáculo.