Decía Stephen Frears que el periodismo se ocupa de la gente en un periodo muy corto de sus vidas. E incluso si acotamos ese breve espacio de tiempo, podremos concluir que los periodistas operamos a veces sobre una ínfima parte de ese, ya de por sí, corto periodo. La cita del célebre director de cine inglés me ha venido a la mente tras acudir por tercera vez en poco más de un año a la mina de Las Cabezuelas, en Camuñas. Sobre todo al compartir experiencia con algunos compañeros que, al justo olor de las sardinas, se han acercado hasta el municipio toledano, libreta en ristre, para indagar en lo que algunos han tildado de otra memoria histórica, aceptando sin más el oxímoron puesto en boga por la izquierda.
Pero también la he recordado al encontrarme con ese Luis Avial que con su sistema de Georadar ha indagado en muchos de los episodios de nuestro pasado, incluido el de ese notable poeta granadino asesinado, como tantos, al principio de nuestro gran fracaso nacional. Un hombre que tiene víctimas de un lado en su familia y que, aun así, ama profundamente su país y su historia sin atisbo de sectarismo alguno.
Con ese Jorge López que, lejos de alentar los más bajos instintos de los de mi gremio, ha sabido situar las cosas en su justo término y abogar por el perdón de corazón, como en la misa que celebró al pie de la lápida que recuerda a los muertos; con ese José Antonio Rodríguez, propietario del terreno y descendiente de uno de los hombres asesinado en esta mina o con esa eminencia de la medicina forense que responde por el nombre de Francisco Echeverría y que, en la intimidad del interior del pozo, nos ha regalado a Daniel Palacios y al que suscribe uno de los raros momentos que pueden surgir cuando se enchufa una cámara y ante ella aparece un enamorado de su oficio en pleno trance.
Este mismo lunes, sin ir más lejos, podrán comprobar el trabajo de este avezado Cámara de Libertad Digital Televisión que filmó el trabajo de los forenses y espeleólogos sobre el terreno, a 30 metros de profundidad, en una cavidad estrecha donde se amontonan restos de inocentes víctimas de aquel negro capítulo de nuestra historia. Será, como digo, el lunes con Dieter Brandau, director de los servicios informativos de LDTV y esRadio y con César Vidal, director de Es la noche de César de esRadio.
Los hechos están contados y certificados científicamente por el trabajo impecable de la sociedad de Ciencias Aranzadi. Y se resumen en el aserto de Echeverría de que no era leyenda alguna la de Las Cabezuelas, esa antigua mina romana situada en cierto lugar de la Mancha entre Toledo y Ciudad Real, sino un sórdido episodio de represión en el bando que convencional y coloquialmente hemos denominado republicano contra españoles cuyo único delito fue profesar ciertas creencias o ideas.
Poco importa, a ese respecto, si la cifra final de cuerpos encontrados se queda en la treintena verificada hasta este sábado o si se amplía en unas decenas más. No será este cronista el que resuelva con gordo brochazo la delicada línea que separa la justa honra a los muertos con el tan complejo como enormemente costoso procedimiento que la puede permitir.
Para el que piense que sí, y sólo sí, toda fosa debe ser abierta y todo resto exhumado, aunque sólo sea porque se abrió la primera, creo de su interés los datos recabados desde la primera inspección a Las Cabezuelas en noviembre de 2008, cuando sólo esta casa se preocupó de lo que allí ocurría.
Decenas de miles de euros invertidos, la necesaria ruptura de una lápida para permitir el trabajo arqueológico y el resucitar de unas historias de las que, como tantos decían en los corrillos posteriores a la misa oficiada, "mi padre nunca nos hablaba". A cambio, haber seguido recordando a los muertos como se hacía desde hace años con esa lápida y haber mirado, también, hacia delante.
Elijan.