Al contrario de lo que se había señalado, Berlanga estaba confinado a una silla de ruedas pero no padecía alzheimer. Eso sí, hablaba poco. Debido a unos serios dolores en las piernas por las dos caderas rotas ("el dolor me jode, pero morirme me jode más") el director conversó con el semanal de ABC en su casa de Somosaguas en Madrid.
La casa era y es grande, y llena de recuerdos. Y en ella la reina es Maria Jesús, la esposa de Berlanga, que el reportaje describe como una señora espléndida a sus ochenta años. La vida del director, que falleció el sábado a los 89 años, fue la de un "señorito de provincias", como él mismo decía. Hijo y nieto de políticos, nunca pasó penurias, hasta el punto de que escandalizó a muchos al decir que para él la Guerra Civil, que le pilló con 15 años, no fueron más que unas "largas vacaciones" que dedicó a leer libros.
Consciente de su situación cómoda y poco dado a las hipocresías, el Semanal XL rememora las experiencias del cineasta durante la Guerra Civil. Explica el reportaje que su padre perteneció al Frente Popular huido de la zona republicana por amenazas de su propia gente, hasta que fue detenido por los nacionales y condenado a muerte. Esto provocó que Berlanga se alistase en la División Azul para poder evitar su ejecución, aunque él bromeaba diciendo que también para seducir a una chica que acabó casándose con otro.
Además, y a pesar de las penurias que atravesó en el frente ruso, esto tampoco ayudó a su padre, o al menos tanto como la intervención de un matrimonio cercano a quienes decidían la ejecución y que pagaron dinero a sus responsables. A pesar de su liberación, su padre murió sólo seis meses después, debido al terror que vivió durante sus años de encierro, según el propio director.
¿Qué opinaba de los políticos actuales? A la pregunta del Semanal Berlanga no respondió, como no lo hizo nunca, en realidad. Siempre desconfió de la clase política. No quería hablar de ninguno y eso que en algún momento los frecuentó, según el texto. "Entre Felipe y yo no había química, para nada", dijo al ser preguntado por sus visitas a La Bodeguilla del ex presidente.
A los políticos actuales ni les conocía, ni quiso hacerlo. "La crispación me da mucho miedo. Es igual que en el 36. Y ahora hay mucha crispación. La gente no sabe lo que hace", se defendía. Quizá fuera por su nula confianza en la sociedad y su total creencia en el individuo. Su hijo lo definió como burgués liberal, pero él se negaba a definirse, por definición.
Franco dijo de él que no era un comunista, sino más bien un mal español. Y a la vez, la izquierda tampoco lo quería porque no lo veía comprometido, estaba a años luz de cualquier tipo de sindicalismo. "Para él, lo más importante y admirable del ser humano es la independencia. Y lo lleva a rajatabla", decía su hijo José Luis. Berlanga siempre saludó a todos los políticos y se llevó, en apariencia, bien con ellos. Pero rápidamente aclaraba que "simpático no soy. Me lo hago".
Sobre su cine, aseguraba que "es la historia de un fracaso". Esto sólo puede comprenderse porque, según él, perfeccionista por naturaleza, el resultado final siempre era distinto al que quería en principio. "Claro que el fracaso es un concepto consustancial a él porque cree que la vida es una continua renuncia", decía su hijo al diario. Berlanga ensayaba mucho y se mostraba particularmente preocupado de la atmósfera y los figurantes, que creaban para él el ambiente adecuado de la escena.
Sobre el supuesto mensaje político de sus obras, Berlanga, poco antes de morir, seguía sin querer aclarar nada. "Odia la doctrina, hasta el día de hoy". Y sobre su asociación con el guionista Rafael Azcona, con el que colaboró en El Verdugo o la trilogía de los Leguineche, dijo que fue "el hombre más importante de mi vida. Se trata del concepto de amistad más profundo que pueda entenderse". Su muerte el año pasado fue un mazazo, pero nada comparado como la desaparición de su hijo Carlos en 2002.
Su hijo aseguró a el Semanal que, sin entrar en detalles, "en casa nunca hubo reproches y sí mucha ayuda. Lo de mi hermano fue muy duro y caundo murió, mis padres se recriminaban qué habían hehco mal. Se quedaron hechos polvo. Pero hubo una cosa buena en equel momento", rememora José Luis. Y es que ellos creían que los medios de comunicación apenas se iban a hacer eco. "Mi padre dijo que a nadie iba a interesar la muerte de un Berlanga. Cuando vio lo que se publicaba de Carlos, varias páginas en los periódicos, el reconocimiento, se quedó muy sorprendido".
"Su esposa Maria Jesús dice en el reportaje que precisamente Almodóvar, amigo del fallecido Carlos Berlanga, pasaba mucho por su casa. Berlanga dice sobre su cine que aunque al principio no le gustaba, "con el tiempo sí, creo que sí, pero entonces no me gustaba nada lo que hacían. ¿Cómo me iba a gustar?".
Berlanga y Maria Jesús se casaron en 1954, y ella se hizo con el control de la casa hasta el punto de que le pasaba una pensión mensual a su marido para sus gastos. El secreto de tantos años, bromeaba, "pues aguantarse".
Berlanga vivió una "intensa vida erótica interior" durante toda su vida. En activo hasta el final, pese a su confesada vaguería, decía que "a mí no me desenganchéis de una máquina. Mientras esté vivo, me mantenéis vivo". Pese a no poder salir de casa, Berlanga se declaraba feliz. "Un Berlanga no se aburre nunca. Le basta con su cabeza".