L D (EFE) El director de comunicación de la editorial Santillana, Juan Cruz, ha dicho que Dulce Chacón se mantuvo "muy lúcida hasta el final, proclamando su fe en la vida" y ha asegurado que la escritora tenía una "enorme vitalidad", tal y como, ha añadido, ha quedado de manifiesto en su literatura.
A Chacón, nacida en Zafra (Badajoz) en 1954, la muerte le sorprende cuando disfrutaba del éxito y el reconocimiento de crítica y público que le había proporcionado su última novela, La voz dormida, la recopilación de los testimonios de las mujeres que maltrataron los vencedores de la Guerra Civil y que la escritora juntó tras recorrer casi toda España. "Apenas se ha contado que la mujer sufrió doblemente durante la Guerra Civil, porque no sólo sufrió el retroceso general que vivió la sociedad civil española, sino también la pérdida de valores que acababa de conseguir", afirmó la autora tras la publicación de esta obra.
Por los sentimientos, y por el amor por la literatura que desde muy pequeña le inculcó su padre, Antonio, poeta y alcalde de Zafra, Dulce Chacón comenzó a escribir pronto poesía, quizá para apaciguar la muerte del progenitor cuando la autora tenía 11 años y para resistir el posterior viaje a Madrid. Fue en este "exilio", según señaló en varias entrevistas, donde comenzó a impregnarse de la lírica de Celan, Rilke, César Vallejo o José Angel Valente, primero como modo de cubrir su pesar en un internado de pago con sus hermanos –tiene una gemela– y sobre todo para liberar su necesidad por expresar emociones.
Chacón publicó el primer libro de poesía, Querrán ponerle nombre, en 1992. Siguió la trayectoria con Las palabras de la piedra (1993), la antología Tarde tranquila, Contra el desprestigio de la altura (Premio de Poesía Ciudad de Irún de 1995), Matar al ángel, de 1999, y Cuatro gotas, su obra más reciente. Dulce Chacón siempre confesó que el género que más respetaba y con el que más disfrutaba era la poesía, el que más "pasión" le inspiraba por su "capacidad de sugerencia". Admiradora de la prosa de Saramago, Luis Landero o Julio Llamazares –que le regaló el título, Cielos de barro, para una de sus novelas–, la narrativa fue, sin embargo, la modalidad literaria que más éxito le proporcionó.