Leo con estupor las declaraciones a ABC de la ministra de Cultura. "En el Reina Sofía ocurre algo raro", dice. "Nadie ha puesto su cargo a mi disposición, para empezar". La ministra falta a la verdad.
El día 19 de abril, tras su toma de posesión, a la que yo había asistido, la ministra les anunció a los periodistas cambios "inminentes" en el Reina Sofía. Dos días después, le envié una carta dándome por enterado de sus declaraciones. Tras lamentarme de haber tenido que conocer sus planes por la prensa, y no por una comunicación directa, en ella le pedía instrucciones para facilitar la transición, y el aterrizaje del nuevo director o directora.
Esa carta iba mucho más allá de un "poner el cargo a disposición", al cual no me había dado materialmente tiempo. Un mes después, me acusó recibo de la misma su jefa de Gabinete, que me agradecía mi franqueza y mi espíritu de colaboración, y me comunicaba que en el momento oportuno recibiría instrucciones de la ministra.
A estas alturas, y cuando felizmente hay un patronato convocado para el próximo jueves, en el que está previsto que se proponga el nombre de quien me suceda -nombre, por cierto, ya filtrado a la prensa-, todavía no he recibido esas instrucciones.
A lo largo del casi mes y medio transcurrido, he seguido en mi puesto, contemplando el lamentable espectáculo del baile de nombres, facilitando la información que desde el Ministerio y por escrito se me ha solicitado sobre diversos asuntos (preguntas parlamentarias, cooperación internacional, relación con las distintas autonomías), presentando en París el Catálogo Razonado de Francisco Bores coeditado con Telefónica, inaugurando la exposición de Isidro Blasco en Espacio Uno, la de Javier Campano -que he comisariado yo mismo- en el gabinete de la tercera planta, y la de Sergi Aguilar en la Abadía de Silos, y preparando la de Julian Schnabel que se inaugurará el jueves próximo en el Palacio de Velázquez, y las de Roy Lichtenstein y Salvador Dalí con las que entrarán en funcionamiento, a finales de mes, las nuevas salas de exposiciones, parte de la ampliación de Jean Nouvel.
No entiendo, por lo tanto a qué viene el recordar insidiosamente que se me está pagando, que tengo que cumplir con mi trabajo. El día 11 de mayo, en el transcurso de la inauguración de la mencionada muestra de Isidro Blasco, varios periodistas me preguntaron sobre la situación. Comenté que consideraba malo para el Museo que se hubiera abierto una crisis sin tener claro cómo y cuándo cerrarla, y que el estar desautorizado y carecer de instrucciones y de calendario sobre la transición hacía difícil mi trabajo. Añadiré ahora que esto último ha resultado especialmente cierto en el plano internacional.