Estimados todos,
En su discurso de clausura de la Conferencia de Seguridad, que ha sido un extraordinario éxito –hemos propuesto hasta 200 medidas concretas- nuestro presidente Mariano Rajoy hizo ayer hincapié en un asunto que me gustaría resaltar hoy aquí, porque creo que está en la base, en la raíz, del asunto que nos ha convocado esta mañana.
Al referirse al impresionante incremento de la delincuencia en los dos años de Gobierno de Zapatero -casi 14 puntos-, señaló que no bastará con aumentar el número de policías o endurecer las penas a los criminales o agresores. Ello es necesario, pero no bastará para corregir el auge de la inseguridad, que tiene en la violencia escolar su expresión más dramática en cuanto sus protagonistas son adolescentes, a veces incluso niños.
Hoy mismo los medios de comunicación publican que un niño de 11 años ha tenido que ser hospitalizado por la agresión de tres compañeros, dos de la misma edad y uno un poco mayor, que llevaban un año acosándole, humillándole y golpeándole. Noticias como ésta, que se añade al creciente número de casos de profesores insultados y agredidos por sus alumnos, el más reciente en Cataluña, nos deben hacer reflexionar muy seriamente. Está claro que algo no funciona en nuestro sistema educativo. Es evidente que algo no funciona bien en nuestra sociedad. Lo que ocurre en las aulas es reflejo de los valores de la sociedad.
El auge del acoso escolar es indisociable del tipo de educación que ofrecemos a nuestros jóvenes y de los valores y principios que les inculcamos. Y aquí es donde se ha fallado. Precisamente, uno de los reproches más serios que debemos hacerle al PSOE es su ataque frontal y sistemático a los valores y principios que hace posible la convivencia en paz y libertad. Tal vez no debería sorprendernos demasiado.
La política de Zapatero se enmarca dentro de esa corriente de pensamiento relativista típicamente izquierdista, que desprecia valores como el esfuerzo, el mérito, la autoridad bien entendida, la seguridad o el más elemental respeto.
Lo desprecian en nombre de una libertad y de una convivencia que acaban perjudicando. A esta actitud o filosofía la llaman “progre”, pero la realidad es que no hay nada más retrógrado, más anacrónico, más perjudicial para el verdadero progreso. Porque sólo desde el respeto a uno mismo, a los demás y a las reglas del juego -a las normas, a la Ley, en definitiva- se puede convivir en paz y en libertad, y avanzar.
Esta actitud es la que lleva a rendirse preventivamente ante quienes secuestran a miles de pasajeros en un aeropuerto.
Es la que lleva a cancelar una Cumbre europea de la Vivienda por temor a que la revienten los grupos antisistema.
En cuanto a la violencia en las aulas, el Gobierno echa mano de medidas represivas para tapar el desastre que han provocado sus políticas indulgentes y permisivas. No es un problema de Código Penal, sino de educación y de los valores inculcados por una cultura progre y subvencionada por los gobiernos autonómicos y en épocas del PSOE, por el Gobierno de la nación.
La LOGSE aprobada en épocas de Felipe González y ahora la Ley Orgánica de la Enseñanza, que es una LOGSE Bis, han causado verdaderos estragos en la enseñanza y la convivencia. La LOE no sólo ha supuesto la paralización definitiva de aquellas medidas recogidas en la Ley de Calidad aprobada por el PP destinadas a la prevención de la violencia escolar, sino que ahonda en aspectos que perjudican la convivencia en los centros educativos: falta de medios y de autoridad del profesorado, autorización de los “novillos” colectivos, posibilidad de recursos de aquellas sanciones impuestas por el profesor y, lo más grave, la eliminación de la cultura del esfuerzo, el mérito y el respeto.
En su lugar, se ha instaurado la cultura, o deberíamos decir la incultura, del atajo, el mínimo esfuerzo, el aprobado fácil, la desidia y la falta de respeto. No hay disciplina en las aulas ni se la espera. Los profesores no pueden ejercer sus obligaciones ante unos alumnos educados en el desprecio al orden y a la autoridad. La enseñanza en España sufre una auténtica crisis de valores. No hay una ética de la responsabilidad ni una cultura del esfuerzo ni del respeto a los demás.
En este contexto, a nadie puede sorprender que aumenten los casos de acoso y violencia en las escuelas ni las desoladoras conclusiones que cada año arroja el informe Pisa sobre el nivel de nuestros estudiantes frente a los del resto de Europa. Ni tampoco el incremento del número de bandas de jóvenes violentos o antisistema, que cada fin de semana se enzarzan en batallas campales en sus barrios. Se empieza tolerando la desobediencia, la indisciplina y las agresiones en las aulas y se acaba recogiendo los cristales rotos de los escaparates o los ocupas instalándose porque les da la gana en casa ajena.
El deterioro de la convivencia en las aulas es un asunto que debe preocuparnos muchísimo a todos. Sin convivencia no hay educación y sin educación, una sociedad no tiene futuro. La convivencia es lo que permite a una sociedad avanzar, desarrollarse y prosperar. Es una condición para el ejercicio de la libertad. Por eso, en el Partido Popular vamos a dar gran prioridad a este asunto. En primer lugar, hacen falta una política de familia, una buena política de educación, que recupere los valores del mérito y del esfuerzo, y una buena política de participación social. Pero también tenemos que inculcar una auténtica “cultura del respeto”.
Este término fue acuñado hace ya un año por Tony Blair, que ha hecho de la lucha contra los comportamientos antisociales, el gamberrismo, el vandalismo y el deterioro de la convivencia en los barrios y ciudades del Reino Unido el eje principal de su acción política para lo que queda de legislatura. La iniciativa está dando muy buenos frutos y puede servir como ejemplo y punto de partida de una política global en nuestro país para promover la convivencia, tanto en las escuelas como en el conjunto de la sociedad.
Fomentar una moderna cultura de respeto es una tarea que requiere del esfuerzo de todos. La sociedad al completo, las instituciones, los representantes políticos, los medios de comunicación, los padres, los profesores, los jueces, cada uno de nosotros tiene que hacer un esfuerzo consciente para preservar y reforzar aquellos valores que hacen posible la convivencia en España. Esos valores son la familia, la responsabilidad individual, la libertad, el respeto al otro y a las normas, la tolerancia y la justicia. Son los valores que comparte la inmensa mayoría de los españoles.
Ahora se dice mucho que los partidos políticos están más cerca, que ya no hay ideologías, que entre los partidos sólo hay diferencias de matiz. Pues no es cierto. Esta es una cuestión ideológica y de fondo. No es lo mismo el Partido Socialista que el Partido Popular. No es lo mismo lo que ofrecen ellos y lo que ofrecemos nosotros. Y los ciudadanos tienen que optar. Yo os propongo un cambio general en el que participen todos: familias, educadores, asociaciones, políticos, administraciones.
Os invito a participar en un cambio profundo y de fondo en los valores de la libertad y la dignidad de las personas ante el dirigismo, la manipulación y el colectivismo perjudicial de la izquierda.
El Partido Popular quiere una España moderna, tolerante y solidaria. Una España en la que se respete a los demás y a las normas que hacen posible la convivencia en paz y en libertad. Esa España es posible. Es la España alternativa que ya hemos empezado a construir con nuestras conferencias sobre inmigración y seguridad. El Gobierno de Zapatero ya ha entrado en barrena. Es un Gobierno agotado, que lo único que hace es sembrar el enfrentamiento y la división.
Zapatero ha dividido a las comunidades autónomas, ha dividido a los españoles, ha dividido a Europa, y ahora divide a su propio partido. Lo vimos ayer: enfrentamientos por el agua y por la candidatura de Madrid. Un líder que ha provocado la división interna en su propio partido, ¿cómo va a ser capaz de garantizar la unidad de los españoles? Es imposible.
Frente a la política del “todos contra todos” de Zapatero, está el gran proyecto del “todos juntos” del PP. Tenemos un programa de gobierno, un programa político, un gran proyecto de convivencia para todos los españoles. Y lo vamos a llevar a cabo.
Llevamos esta mañana hablando y defendiendo la convivencia, la seguridad, la libertad y los derechos. Pues bien, sigue sin haber mayor amenaza a la seguridad, a la convivencia, a la libertad y a los derechos que el terrorismo.
A pesar del rearme de ETA, Zapatero sigue empeñado en una negociación para pagar un precio político a los terroristas que continúan con la violencia. El Partido Socialista sigue hablando con Batasuna de Navarra y de la autodeterminación mientras ETA sigue extorsionando, robando armas y fortaleciéndose en Francia. Ayer lo dijo Zapatero con toda claridad: voy a mantener el diálogo con ETA “por encima de todo”. Por encima de su propio compromiso ante los ciudadanos de que “con violencia, nada de nada”. Por encima de las extorsiones a los empresarios. Por encima del robo de 350 pistolas. Por encima del intento de quemar vivos a dos policías. Por encima de la dignidad de las víctimas. Por encima de la independencia de los jueces. Por encima, incluso, de la Ley. No cabe mayor confesión de debilidad e impotencia ante unos terroristas cada día más crecidos, cada día más fuerte. Ya no es únicamente “como sea”, sino también “por encima de todo”.
Pues no, señor presidente.
Por encima de las víctimas, no.
Por encima de los jueces, no.
Por encima de la Ley, no.
Por encima del conjunto de los españoles, no.
Porque no es por encima de la Ley, sino desde la Ley como se puede acabar con el terrorismo.
Y porque no es por encima de los españoles, sino con todos los españoles como se puede garantizar la verdadera convivencia en paz y libertad.
Madrid, 19 de noviembre de 2006