26 de enero de 2004 – Puerta del Sol
Querido y admirado Jean François,
Queridos amigos,
Todos los liberales del mundo, especialmente los europeos, nos hemos hecho alguna vez estas preguntas: ¿por qué el liberalismo, la filosofía social y política que ha civilizado el mundo, que ha emancipado al hombre de todo género de servidumbres y que ha sacado de la miseria a todos los pueblos que la han puesto en práctica, despierta tanta animadversión y es objeto de tantas tergiversaciones y calumnias? ¿Y por qué el comunismo, tras su estrepitoso fracaso y tras comprobarse su legado de miseria, de represión y de crímenes, todavía tiene defensores? Es más, ¿cómo es posible que, lejos de rectificar, consigan cargar sus culpas sobre el liberalismo y los liberales?
Estas preguntas, y muchas otras por el estilo, carecerían de respuesta si admitiéramos que nuestros adversarios están imbuidos de buena fe. Que anhelan tanto como nosotros el progreso y el bienestar de la Humanidad pero que, sin embargo, han cometido un error intelectual. Esta pauta, dar por sentada esa buena fe, es la que hemos seguido siempre los liberales y, en general, los defensores de la civilización occidental. Y, en este sentido, no hemos ahorrado esfuerzos para depurar nuestras doctrinas y hacerlas más completas y más comprensibles tanto para nuestros adversarios en particular como para nuestros conciudadanos en general.
La labor de los grandes teóricos y defensores del liberalismo –Mises, Hayek, Friedman, Becker, Popper, Aron, Berlin, etc.– durante el siglo XX estuvo dedicada casi en exclusiva a encontrar argumentos y demostraciones racionales que pudieran convencer a nuestros adversarios de la superioridad teórica, ética y práctica de los órdenes sociales basados en los postulados liberales. Sin embargo, esos esfuerzos han sido, en su mayor parte, infructuosos. Y la prueba está en que, para muchos de nuestros conciudadanos, la utopía socialista sigue siendo sinónimo de justicia, igualdad, paz, tolerancia, libertad y progreso.
¿Cuál ha sido, pues, nuestro error? Los ensayos de Jean François Revel nos dan la respuesta a esta pregunta y a las que he formulado al principio. Y lo que puede deducirse del magisterio de uno de los pocos mâitres-à-penser que ha dado la Francia contemporánea es que los defensores del liberalismo hemos cometido durante mucho tiempo el mismo error que cometieron los liberales del siglo XIX. En nuestra calidad de herederos del pensamiento racional grecolatino, hemos creído que, al igual que la luz elimina por sí misma las tinieblas, la sola exposición de la verdad es suficiente para desterrar automáticamente los errores y las doctrinas falaces.
Revel nos ha demostrado en El conocimiento inútil, en La gran mascarada y en La obsesión antiamericana que los enemigos del liberalismo no están animados de las mismas buenas intenciones que nosotros compartimos. Que no utilizan su capacidad racional para acercarse a la verdad, sino más bien para diseñar estrategias que logren ocultar, dulcificar o tergiversar las duras verdades que revelan tanto la teoría como la práctica histórica del socialismo.
Así, y parafraseando los títulos de las obras más recientes y conocidas de Revel en España, los enemigos de la libertad han logrado convertir en inútiles todos los conocimientos que los teóricos del liberalismo y los historiadores han aportado acerca de la utopía más trágica que ha conocido la Humanidad. Han logrado ocultar en una gran mascarada de calumnias y tergiversaciones todas sus culpas y responsabilidades morales por los millones de víctimas del comunismo. Y han conseguido cargar esas culpas y responsabilidades sobre su gran chivo expiatorio: los EEUU, la nación que más ha contribuido en el siglo XX a la defensa de la libertad en el mundo.
En definitiva, los liberales hemos pecado de optimismo y de ingenuidad. No hemos sabido advertir que el ataque de los enemigos de la libertad ha sido deliberada y perfectamente planeado, pues se ha dirigido precisamente allí donde podía hacer más daño: a corromper y demoler los fundamentos que sostienen nuestra sociedad.
Para destruir una sociedad que depende de la observación de ciertas normas éticas, del ejercicio de la razón, del conocimiento científico y de la información veraz es preciso destruir o corromper la ética, negar la capacidad de la razón, poner en duda el conocimiento científico. Y, sobre todo, es necesario contaminar las fuentes de formación y de información de los ciudadanos: la educación y los medios de comunicación.
Esta es, tal y como nos muestra Revel, la estrategia que han empleado siempre los enemigos de la libertad y de la civilización occidental. Y ha sido tal su éxito en esta siniestra tarea que, como nos advierte Revel en El conocimiento inútil, han conseguido sobrevivir a sus propios fracasos en el banco de pruebas de la Historia. Precisamente porque han logrado que la mentira sustituya a la verdad para ser la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo.
Los adolescentes, en su tránsito hacia la madurez, han de aprender de sus maestros y de sus mayores que no siempre triunfan el bien y la verdad sobre el mal y la mentira. Del mismo modo, creo que muchos liberales hemos aprendido de Revel esta misma lección en el plano intelectual: no basta con tener las mejores teorías. Ni siquiera basta con que esas teorías hayan probado su veracidad y su eficacia en el mundo real. Es preciso, además, saber transmitirlas eficazmente.
Creo que esta es, precisamente, la tarea más urgente a la que nos enfrentamos los liberales. Tanto los que nos dedicamos a la política como los que se dedican a la docencia y al periodismo podemos y debemos ser eficaces second-hand dealers of ideas, como recomendó Hayek cuando fundó la Sociedad Mont Pelerin. Porque, como advirtió Ludwig von Mises, su maestro, la supervivencia de nuestra civilización depende en muy gran medida de nuestra capacidad para convencer a la opinión pública de que sólo una auténtica democracia liberal y una verdadera economía de mercado pueden garantizar la libertad, el bienestar y el progreso de la Humanidad. Especialmente el de los más desfavorecidos.
Revel fue uno de los primeros que abrió brecha en el pétreo panorama intelectual prototalitario que caracterizó la mayoría del pensamiento europeo desde el final de la II Guerra Mundial. Y aunque hoy el liberalismo sigue gozando de una excelente mala prensa, en la época en que Revel publicó su primer gran ensayo, Ni Marx ni Jesús, criticar abiertamente y sin complejos el totalitarismo comunista y, al mismo tiempo, defender el liberalismo, eran bazas seguras para ser tildado de loco fascista y para ser marginado de la esfera intelectual.
Cuando la vida política española se encuentra convulsionada por las maniobras y los tejemanejes de algunos que anteponen sus intereses partidistas a los intereses generales, se hace más importante que nunca recordar que para estar en política es indispensable apoyarse en unos principios sólidos y coherentes. Y la lección de valentía y de coraje que ha dado Revel a lo largo de su vida en defensa de los principios que mejor pueden impulsar el progreso, el bienestar y la dignidad humana es y será siempre un ejemplo para todos nosotros.
Queridos amigos,
Para finalizar, quisiera decir que todos los amantes de la libertad en España tenemos una enorme deuda de gratitud con Jean François Revel. Una deuda que hoy tenemos la satisfacción de reconocer en su presencia, y a la que el Gobierno, en representación de todos los españoles, ha correspondido otorgándole la Gran Cruz de Isabel la Católica. Como española y como liberal, me llena de orgullo y de satisfacción que Revel reciba, en su octogésimo cumpleaños, esta alta distinción. Pues creo, sinceramente, que hay muy pocos intelectuales amigos de España que la merezcan tanto.
Muchas gracias