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El papel de los masones en el asesinato de Prim

El colaborador de Es la mañana de Federico finaliza, con esta entrega, su trilogía de artículos sobre el magnicidio del general.

Las mentiras que destruye la causa 306/1870: El Combate nunca dijo que a Prim había que matarlo como a un perro. No llevaba cota de malla, no le mataron con una bala envenenada. Y nadie le dijo: "Mi general, a cada cerdo le llega su San Martín". Prim no hablaba como Shakespeare: "Veo la muerte", "no me matan los republicanos", "¡el Rey llega y yo me muero!". No le mataron comunicándose con fósforos. No subió las empinadas escaleras del palacio de Buenavista trazando un reguero de sangre. La viuda no contestó a Amadeo I, que afirmó que buscaría a los culpables, señalando a Serrano y diciendo que no tendría que mirar lejos. Los diez impactos que recibió, debieron dejarle inconsciente y moribundo. La autoridad política obligó al juez a instruir la causa de Prim sin saber si había muerto.

La larga mano de los cómplices de los asesinos

Muchas personas han muerto por haber declarado en el sumario de Prim, la causa 306/1870. Unos, por resistirse a cambiar su declaración; otros, solamente por haber contado la verdad. Una fuerza oculta, con un gran poder, ha manipulado las conciencias y los folios de este rollo judicial. Ahora, terminada la batalla, gran parte del sumario ha desaparecido, pero la verdad permanece. No han podido destruir la Justicia que contiene: ha sido más fuerte que todos ellos.

Desde que Pedrol Rius descubrió que en los archivos judiciales había un manojo de folios que eran mucho más que un montón de papeles viejos, la lenta persecución de la verdad hizo que se perdieran, o se destruyeran, grandes partes del sumario que él encontró entero y perfectamente legible. Hasta que el actual juez decano, José Luis González Armengol, lo puso a salvo en su despacho, el sumario de Prim ha ido cayendo en un abandono favorable a sus enemigos que lo iban royendo, arrancando partes, llevándose incluso los tomos enteros.

En la cárcel fue asesinado Ruperto Merino Alcalde, José Ginovés Brugues, Clemente Escobar y José Roca. José Menéndez Fernández murió de una paliza. Tomás García Lafuente fue muerto a trabucazos al poco de ser excarcelado en su pueblo; y Merino y Mariano González, murieron en la cárcel de El Saladero.

Nos consta que sólo hay tres autores reconocidos que han escrito, después de haber consultado el sumario, antes que la Comisión Prim. Sólo el primero, Pedrol, lo encontró integro y entero. Los demás lo hallaron en distintas etapas de deterioro. Es posible que fuera anegado por una filtración de agua o simplemente puesto en el lugar más inadecuado para su conservación. El caso es que han desparecido partes muy valiosas. Algunas han quedado ilegibles, otras han sido borradas, o faltan directamente. Testimonios importantes y declaraciones enteras, partes fundamentales, por lo que es muy difícil creer en una desaparición accidental. La mayoría de los autores que lo han consultado, piensan que ha sido objeto de una agresión premeditada y sostenida a lo largo del tiempo.

Los sospechosos y presuntos

A pesar de eso, las indagaciones judiciales apuntan muy alto. Hasta el año mil ochocientos ochenta y tantos, los investigadores no se atrevieron a nombrar claramente a la gente de la que sospechaban como instigadores o autores intelectuales del magnicidio. Dado que el sumario quedó inconcluso y no se celebró el juicio, se debe hablar siempre de sospechosos o presuntos. Aquí los presuntos fueron los duques de Montpensier y la Torre, Antonio de Orleans, eterno aspirante el trono de España, y el general Francisco Serrano, el regente. El hombre que una vez enterrado el duque de Reus, ocupará su puesto en el Consejo de Ministros.

Para Javier Rubio, historiador y diplomático, la conclusión de su interesante trilogía sobre España y la guerra de 1870 es contundente contra Antonio de Orleans: "y podemos decir sencillamente que el responsable último, el gran inductor del asesinato y el eficaz encubridor de los asesinos del presidente del Consejo de Ministros, don Juan Prim, es el personaje político que se consideraba, por su causa, el gran perdedor, e incluso el gran traicionado de la Revolución. Su nombre: Antonio María de Orleans, duque de Montpensier".

En el sumario Prim, el secretario de Montpensier, comandante Felipe Solís y Campuzano, es constantemente señalado por unos y otros como parte de los conspiradores, en el centro mismo de la organización del atentado. Igualmente, José María Pastor, jefe de escoltas del duque de la Torre, el general Serrano, es constantemente señalado como contratista de sicarios, organizador de ensayos criminales y acogedor de sospechosos venidos a Madrid de distintos lugares de España.

Sin embargo, para el autor Javier Rubio, el caso de Serrano es distinto del duque francés, según su razonamiento, "por ninguno de estos criterios -los examinados-, el duque de la Torre puede ser considerado un inspirador, o un cómplice, del crimen. Es ya hora de exonerar al general Serrano de esta siniestra responsabilidad".

La ¿culpabilidad? de Pastor

Contra este criterio, está el que sobre él recae la sombra de una persona tan próxima a él como Pastor, del que no hay ninguna duda de que es uno de los cómplices de la conjura, que además se hallaba en los alrededores del lugar del atentado cuando ocurrió, y que era un reclutador eficaz, y albergador, en su casa, de una parte de los asesinos que intervinieron en el magnicidio. Algo que el propio Rubio admite.

En el sumario, los testimonios sobre la culpabilidad de Pastor son abrumadores. Desde el 24 de enero de 1871, en el que se dicta el auto de prisión, hasta el 5 de octubre de 1877, cuando queda sobreseída la causa, después de cesar al juez instructor que se oponía a cerrarla, José María Pastor era sobre el que más cargos pesaban de implicación directa en el asesinato. Para Rubio, como para Pedrol, el matiz está en que su implicación no lleva automáticamente a la de su superior.

Sin embargo el señalado por todos como el director in situ del crimen, Paul y Angulo, en su libro de confesiones, acusa también a Serrano. En la causa 306/1870 fueron imputados 105 sujetos, emplazados en rebeldía 37 y reclamados 5 prófugos. Hubo 34 dictámenes del fiscal, 24 reconocimientos forenses y 89 careos. Uno de los procesados -José López-, hizo 44 declaraciones, ocupando 80 pliegos.

A todo esto se suma que con la llegada del rey Amadeo, Serrano perdía su relevante puesto político como regente, lo cual le perjudicaba, sin que le quedara el consuelo de alcanzar la presidencia del Consejo de Ministros, mientras Prim estuviera vivo. Respecto a las relaciones personales entre Serrano y el héroe de Los Castillejos, no eran buenas, porque no habían mejorado, que se sepa, desde el verano en el que Prim quiso defenestrarlo.

Romanones que no es dudoso, dice en su Amadeo de Saboya (1935), que tras una barrera de cortesía aparente, existía un fondo de odio entre Prim y Serrano. Sobre Serrano, Montpensier ejercía un considerable flujo de influencias y presiones. A nivel popular, se atribuye una indudable responsabilidad al duque, como hacen los dibujos de La Flaca, con el espectro de Prim señalándolo y se atribuye una frase a su esposa en los mentideros de Madrid, en el sentido que tal y donde habían llegado las cosas: "Nada puede ya hacerse (con Prim) sino acabar con él". El autor de ¿Por qué asesinaron a Prim?, José Andrés Rueda Vicente, no exculpa a Serrano.

Es difícil pensar que en aquella época y con el general Serrano, triunfador de la batalla de Alcolea, su jefe de escoltas entrara y saliera del domicilio contratando sicarios, trazando planes para matar a Prim y que un conspirador nato como él, permaneciera al margen sin enterarse. En el sumario se señala hacia él cuando se dice que se vio a los criminales huir hacia su palacio, donde encontraron refugio parte de los atacantes, según Morayta, y cada vez que se les promete la impunidad, por "los altos directores" del asesinato.

Puede decirse que Pastor era el jefe de la policía secreta de Serrano y por tanto que la implicación en los asuntos turbios era profunda. En último extremo, en esta causa no solo Serrano, sino incluso un indudable culpado como Pastor, fueron exonerados. Pero las acusaciones y su razón continúan.

¿Qué papel tuvieron los masones?

De él no solo han sido borrados por "la inundación casual" ó la exposición a lo más lóbrego del almacén de los indicios y pruebas contra los poderosos, sino también contra la sociedad masónica y republicana federal, El Tiro Nacional, lo que arroja ciertas pistas sobre algunos posibles autores del gran expolio del sumario.

Aunque no puede atribuirse a una conjura masónica la muerte de Prim, las fuentes masónicas pueden arrojar mucha luz sobre lo ocurrido. Tanto el propio asesinado, como al menos dos de los máximos responsables del crimen, como el ministro de Gobernación y el gobernador civil de Madrid, Bernardo García, el periodista que previene a Muñiz la víspera del atentado, y el propio Muñiz, y hasta el juez del distrito del Congreso, que inicia la instrucción sumarial, son todos masones.

Para Rubio, la filiación masónica de los citados consta en la relación del Gran Maestre Morayta en la memoria de la asamblea del Grande Oriente Español de 1915. Igualmente afirma con solvencia que la pertenencia masónica del juez Fernández Victorio se deduce de la forma en la que firma en el sumario.

El 27 de diciembre el conde Reus estaba invitado al banquete de la Gran Logia del Grande Oriente de España, al que pertenecía en calidad de Soberano Gran Inspector, que celebraba la noche de San Juan Evangelista en la fonda Las Cuatro Estaciones, donde hasta el último momento estuvo a punto de ir. La fonda estaba en la calle Arenal, por lo que para dirigirse allí desde el Congreso había que tomar Floridablanca, calle del Sordo, Cedaceros y Alcalá. Dado que gran parte de los asesinos además eran masones, no puede sorprender que hubieran preparado una tercera trampa con nuevo coche que taponaba el paso y retacos, precisamente en la calle Cedaceros.

En el sumario, Eustaquio Pérez, uno de los supuestos componentes de esta tercera emboscada a Prim en aquella noche, manifiesta que algún miembro del Tiro Nacional había frecuentado la casa de Montpensier en la calle Fuencarral y que el propio secretario general le había aclarado que el objetivo inmediato del asesinato de Prim era "favorecer la causa de Montpensier" (Tomo XXXIII, folios 6661-6675).

Prim no era Shakespeare

El sumario nada dice de las frases que supuestamente pronuncia Prim: "¿Cómo se siente, general? Veo la muerte". "Tira que me desangro". Nadie recogió sus palabras para la causa, por tanto puede suponerse que solo forman parte de la leyenda. Uno de los inculpados en el sumario, el escritor Roque Barcia, es el autor de muchos de los falsos adornos de la narración, como el invento del "telégrafo fosfórico".

El ayudante Nandín, que resulta gravemente herido, no declara nada acerca de las supuestas palabras de uno de los criminales a Prim: "Prepárate que vas a morir". Son falsas, porque tampoco habla de ello la testigo ocular María Josefa Delgado. Ni el segundo ayudante, Moya, advierte en ningún momento: "Mi general, nos hacen fuego".

Uno de los policías que intervienen en la investigación tiene nombre de culebrón romántico, Galo Ortega. Es el que detiene al brigadier carlista Mariano Pier, a quien se le atribuye la frase de que "un hecho de gran importancia" ocurrirá el 27 de diciembre -día del atentado-, que será la señal del levantamiento". Probablemente el motivo de gran parte de las mentiras oficiales fue el miedo a la sublevación y el caos.

Los partes médicos que se conservan son solo dos, (Vol I, folios 8r-9r). Y el tercero es la declaración de autopsia. Los primeros revelan que Prim fue atendido de forma insuficiente, como si sus males no tuvieran remedio. Los médicos no redactan informes sino que hacen declaraciones ante el juez, y ya en el segundo parte, confiesan que no les dejan ver al herido. El estudio del doctor Lafuente Chaos en el epílogo del libro de Pedrol modifica el sentido de los partes originales y reproduce errores. El peor: no conceder importancia al informe de autopsia.

Lo esencial es que los médicos que supuestamente examinaron el cuerpo del general, descubrieron que sus heridas eran mortales, y noventa años después, se les corrige la plana, dado que bajo la dictadura franquista conviene interpretar que las heridas de Prim fueron leves. Esta nueva fantasía se elabora sin exhumar la momia, ni más ciencia que la suposición y la osadía.

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