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El encuentro entre Chaves y Arenas con la crisis de Gobierno de fondo

Atardecía en la Sevilla de los Dolores de la Virgen. Viernes de las Lolas. Cerca de la Plaza de España, la de los ladrillos neomudéjares de los hornos de Triana, las palomas, no las negras de Lorca en Nueva York, sino las grises del presentimiento de algo trágico, volaban a la caza de arvejones.

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LD (Pedro Tena) El Parque de María Luisa guardaba silencio a la espera de los tambores del domingo de Ramos. Todo parecía alimentar un acontecimiento que cambiaría la historia de España. Sí, la historia. o lo que queda, de España. Cuando pasaban minutos de la hora taurina y el sol de primavera desfallecía por fin, Javier Arenas, líder de la oposición andaluza, y su mujer, Macarena Olivencia, estaban tan ricamente en el restaurante La Raza celebrando - soportando seguramente en el caso del campeón -, un cumpleaños.

Testigos de la cosa nos han referido cómo sudaba el líder pepero vigilando a los hijos de sus madres para que no hubiera percances de importancia. La maldad humana es profunda. Dejar a Arenas al cuidado de unos niños viene a ser como un delito aún no tipificado en el Código Penal.  Los niños son peligrosos y nadie, ni siquiera el presidente del PP, se merece esa tortura En la puerta de la calle, en el patio exterior, ora aquí, ora allá, ora acullá, Arenas luchaba contra la imprevisión de unos niños que lo mismo correteaban entre las plantas que imaginaban travesuras insuperables. Y así transcurría la entrada en el crepúsculo hasta que sucedió lo inesperado. No hay nada en los relatos de Roar Dahl igual que lo que tuvo lugar en Sevilla a partir de entonces.

Estaban Macarena y Javier combatiendo contra la infancia tratando de evitar tragedias e inconvenientes, cuando de pronto, en la entrada del restaurante La Raza, del brazo de Antoñita, con semblante de circunstancias y resignación evidente estaba él, don Manuel. No, no el suegro, don Manuel Olivencia, sino el otro don Manuel de la vida del de Olvera.

Don Manuel Chaves, en persona.

Pareció por un momento que Antoñita, la hija del coronel Iborra de San Roque, apretaba con pasión el brazo de su marido.. Ya no había nada que hacer. El destino estaba sellado. De los miles de bares y restaurantes que hay en Sevilla, Arenas había tenido que celebrar el cumpleaños familiar en La Raza, justo el sitio al que Manolo y su señora habían ido a...¿¿A qué habrían ido, se preguntaron Javier y Macarena? Era un poco raro.

Muy atentamente, Manolo, que, como es bien conocido respeta profundamente al contrincante, se acercó a la pareja popular y le espetó: "Ya me habían dicho los escoltas que estabas aquí". Claro, es proverbial la eficacia de sus escoltas. Recuerden que uno de ellos, el jefe de todos, resultó implicado en el caso de Chaves contra dos periodistas de El Mundo. Javier y Macarena se miraron mientras los veían alejarse hacia una de las mesas. Bueno, sí que era casualidad. Pero, ya se sabe que en la Semana Santa de Sevilla, se encuentra uno a todo el mundo.

La secuencia comenzó a enrarecerse cuando el líder popular, observó los cambios, uno tras otro, del emplazamiento de la mesa de Chaves y señora. Primero, aquí. Luego, allá. Siempre intentando evitar los ángulos desde los que Arenas podía observarlos.Tate, se dijo el zorro plateado del PP. Aquí se huele algo. Y cuando olfateaba el alimento, llegó al restaurante el portavoz del gobierno de Chaves, Enrique Cervera, de los Cervera de toda la vida de Sevilla, con media familia colocada en la Junta y parte de ella imputada en los tribunales, con destituciones y corruptelas en su alforja.  Javier y Macarena se miraron. Viernes de Dolores. Tarde de calor. Chaves en La Raza con su mujer y ahora viene Cervera. Fue Macarena, que es lista como el hambre, la que dijo: "Chaves se va a Madrid". Y claro, la suerte estaba echada. Javier Arenas lo había descubierto.

A partir de ese momento, cuando ya los niños habían desaparecido de la Raza, en una mesa para ocho o nueve comensales, comenzaron a llegar el resto de quienes iban a compartir el secreto de Chaves. Una vez juramentados, todos ellos coincidieron en señalar que el cielo les había puesto a Arenas en el camino. Ya podían llamar a El País - Luis, encárgate tú - y reventarle la foto con Obama y la crisis a Zapatero porque, pasara lo que pasara, ya tenían a un culpable, el mismo culpable de siempre. Pasara lo que pasara en España, en Andalucía o en Olvera, el culpable era Arenas. "¿José Luis? Sí, soy Manolo. El responsable de la filtración ha sido Arenas. Lo sé de buena tinta", dicen que murmuró el martes santo, ayer, un don Manuel preocupado porque las pruebas parecían señalarlo a él. Qué suerte, pues, que Arenas pasara por allí ese viernes de dolores donde y cuando se produjo la increíble revelación de la fuga de Chaves.

Milagros de la vida.

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