DIARIO  
Portada  
Opinión  
España  
Mundo  
Economía  
Bolsa  
Internet  
Sociedad  
Cultura  
Deportes  

[an error occurred while processing this directive]
 SERVICIOS  
Correo  
Postales  
Titulares  



LAS MUJERES DE BERTRAND RUSSELL (2)
Ottoline Morrell, la guerra y Ludwig Wittgenstein
Ottoline Morrel condujo a Bertrand Rusell a una etapa mística y filantrópica.Alicia Delibes

Si el nombre de Alys Pearsall estuvo íntimamente relacionado con la pasión de Russell por la lógica y las matemáticas, el segundo gran amor de su vida, Ottoline Morrell le condujo a unos años de mayor misticismo y filantropía.

Una vez entregado el manuscrito de los Principia, no sabía Russell muy bien qué hacer ni a qué dedicar su tiempo, su energía y su inteligencia. Así que pensó involucrarse una temporada en la política y pidió al Partido Liberal que le incluyera en su lista de candidatos para las elecciones de 1910. Parece ser que los liberales rechazaron su candidatura porque temían sus declaraciones abiertas de agnosticismo. Un rechazo que no preocupó demasiado al aspirante a candidato ya que llegó a la par de una golosa oferta del Trinity College de Cambridge para ocupar una cátedra de Lógica y Principios de las matemáticas que había sido creada exclusivamente para él gracias al empeño de su antiguo maestro, colaborador y amigo Alfred Whitehead.

A pesar de que el trabajo en el Trinity ocupaba casi por entero sus días, Russell quiso apoyar a los liberales en la campaña electoral y para ello eligió al candidato, Philip Morrell, gran amigo de su cuñado Logan Pearsall. Philip estaba casado con una mujer, Ottoline, aristócrata, muy esteta y bastante sofisticada. Durante la campaña, Russell intimó bastante con los Morrell y, aunque dejó de verles al terminar las elecciones, un año después, con ocasión de un viaje a París, hizo un alto en el camino para pasar la noche en su casa de Londres. Philip estaba ausente y se encontró completamente a solas con Ottoline.

Russell cuenta en su autobiografía todo lo que pasó y lo que no pasó aquella noche. Por él sabemos que hablaron, se besaron, se confesaron su amor pero que no llegaron a convertirse en auténticos amantes: "Después de la cena la conversación fue haciéndose más íntima, hice tímidos avances y comprobé, sorprendido, que no eran rechazados (...) Asombrado descubrí que la amaba profundamente y que ella correspondía a mis sentimientos. (..) Deseé dejar a Alys y que Ottoline dejara a Philip. Lo que éste pudiera pensar o sentir me era absolutamente indiferente".

Ottoline, por su parte, también dejó escritas sus impresiones sobre aquella noche especial: "No me encontré preparada para el torrente de pasión que él mostró por mí. Mi imaginación se vio desbordada pero no mi corazón, a pesar de que me sentí emocionada y trastornada. Toda la elocuencia de Bertie iba dirigida a mí, pidiéndome, como si fuera un deber, que abandonara todo y me fuera con él para empezar una nueva vida".

Empujado por un ataque de honestidad, Russell confesó a su mujer la aventura londinense a la vez que le anunciaba la demanda de divorcio y le pedía que mantuviera siempre oculto el nombre de Ottoline. Alys, como era de esperar, montó en cólera, Russell la amenazó con suicidarse e, indignado y orgulloso, cogió su bicicleta y se alejó de allí. No volvió a verla hasta 1950. Para Paul Johnson, la realidad no fue exactamente como la cuenta Russell. Alys, comprensiva y sobre todo generosa, se fue a vivir con su hermano para que Bertrand pudiera seguir sus relaciones con Ottoline y llegó a enviarle dinero cuando él lo necesitó. Russell, por el contrario, hizo gala de una gran capacidad para el engaño, la mentira y la hipocresía.

Las relaciones entre Ottoline Morrell y Bertrand Russell fueron casi clandestinas. Sólo unos pocos amigos las conocían. En un momento dado, el matemático aristócrata llegó, incluso, a afeitarse el bigote para ocultar su identidad. Según el propio Russell, no vivieron nunca bajo el mismo techo porque Ottoline no quiso renunciar a su posición social, a su marido y a su hijo. Tuvieron una cierta complicidad sentimental y aristocrática que les permitió, aun después de romper sus relaciones, continuar manteniendo una fuerte amistad: "Los dos éramos serios en nuestros propósitos y enemigos de los convencionalismos, los dos éramos aristócratas por tradición (…) ambos odiábamos la crueldad, la insolencia de casta y la intolerancia de los aristócratas".

La vida de Russell se desarrolló en aquella época entre las clases de Cambridge y las escapadas con Ottoline. Entró en el círculo de amigos artistas de su nueva mujer que le fue convirtiendo en lo que hasta entonces no había sido: un esteta y un filántropo. Ottoline supuso una inapreciable ayuda para escribir obras de "divulgación filosófica" al mismo tiempo que le alejaba de la preocupación por las matemáticas y la filosofía: "Las matemáticas casi se han desvanecido de mi pensamiento y la filosofía no me viene con frecuencia a la mente, ya no tengo impulso para trabajar en ella".

No está muy claro si lo que alejó a Russell de su trabajo matemático fue el amor de Ottoline, la guerra o la aparición en su vida de Ludwig Wittgenstein. Russell conoció a Wittgenstein en octubre de 1911, el austriaco tenía entonces 22 años, había estudiado ingeniería mecánica en Berlín y, cuando preparaba una diplomatura en la Escuela Aeronáutica de Manchester, empezó a interesarse por la construcción de los fundamentos lógicos de las matemáticas. En el verano de 1911 ya había decidido dejar la aeronáutica y marcharse a Cambridge para estudiar lógica bajo la tutela de Russell.

Cuando Russell narra en su Autobiografía los sucesos más importantes de su vida desde 1910 hasta la Gran Guerra, no hace mención del joven filósofo y, sin embargo, fue tema recurrente en muchas de las cartas que escribió a Ottoline: "Wittgenstein es, quizás, el ejemplo más perfecto que he conocido del genio tal y como se concibe tradicionalmente: apasionado, profundo, emotivo y dominante".

Las relaciones entre el austriaco y el británico fueron siempre turbulentas. No podían ser de otra manera, dado que poseían dos personalidades radicalmente opuestas. Wittgenstein estuvo siempre obsesionado por la honestidad consigo mismo y cuando, en su presencia, se discutía sobre el papel de los intelectuales en la sociedad solía decir: "Simplemente, mejórate a ti mismo, eso es lo que puedes hacer para mejorar el mundo". Russell por el contrario, como dice Paul Johnson, pasó gran parte de su vida "diciéndole al público lo qué debía pensar y hacer".

Cuando Wittgenstein llegó a Cambridge se encontró con un Russell que empezaba a estar un tanto cansado de la filosofía y de las matemáticas; sus relaciones amorosas ocupaban la mayor parte de sus pensamientos. Esto debió irritar al joven filósofo que no vaciló en "faltar al respeto" a su maestro y señalarle todos los errores que encontraba en sus deducciones lógicas. En una carta que Russell escribió a Ottoline en 1916, refiriéndose a su difícil y famoso discípulo, decía: "Su crítica, aunque no creo que te dieras cuenta en aquel momento, fue un acontecimiento de máxima importancia en mi vida e influyó sobre todo lo que he hecho desde entonces. Vi que él tenía razón y que debía perder yo la esperanza de realizar un nuevo trabajo fundamental sobre filosofía. Wittgenstein me había persuadido de que lo que había que hacer en lógica era demasiado difícil para que yo lo hiciera, (...) Así pues perdió la filosofía todo atractivo para mí. Esto se debió más a Wittgenstein que a la guerra. Lo que la guerra ha hecho es proporcionarme una nueva y menos difícil ambición que me parece tan valiosa como la antigua".

Es bien conocida la actividad pacifista de Russell durante la guerra del 14. Fue expulsado del Trinity College. Procesado y más tarde condenado a prisión. En plena colaboración con los distintos comités pacifistas, en el mes de julio de 1916 conoció a Collette O'Niel, una actriz cuyo auténtico nombre era Constance y que estaba casada con un conocido escritor de teatro, Miles Malleson. Le gustó y no vaciló en iniciar con ella una nueva relación amorosa: "Al principio tenía dificultades para excluir a Ottoline de mis sentimientos, pero al cabo de unos meses, Collette me absorbió por completo y, durante una temporada, fui totalmente feliz con ella".

No era ésta la primera infidelidad de Russell. Poco antes de que estallara la guerra, en marzo de 1914, había sido invitado para dar una serie de conferencias por los Estados Unidos. En Chicago se hospedó en casa de un ginecólogo famoso, el doctor Dudley, que tenía cuatro hijas. Una de ellas Hellen, antigua alumna de Oxford, mostró una admiración sin límites y se dejó seducir por el profesor de Cambridge: "Pasé dos noches bajo su mismo techo, la segunda la pasé con ella. Sus tres hermanas montaron guardia para prevenirnos si su padre o su madre se acercaba".

A su regreso quiso poner al corriente de su aventura a Ottoline: "Esto no va a suponer la más pequeña diferencia en mis sentimientos hacia ti, no me supuso más que aliviar la tensión del instinto insatisfecho". Sin embargo no entendió lo mismo la joven americana que se presentó en Inglaterra el 8 de agosto dispuesta a compartir el resto de su vida con el atractivo profesor. Russell la alojó en casa de los Morrell y se desentendió de ella. Poco después la pobre chica enfermó, no se sabe muy bien de qué, y acabó perdiendo completamente la razón.

Esta siniestra historia fue relatada por el propio Russell, que dejó escrito en su autobiografía: "Cuando llegaron yo no podía pensar más que en la guerra, y como había decidido manifestarme públicamente contra ella, no quería complicar mi situación con un escándalo privado, que habría inutilizado cuanto pudiera decir. Ella se quedó en Inglaterra y tuvimos relaciones íntimas de vez en cuando, pero el choque de la guerra mató mi pasión por ella y le destrocé el corazón. (…) Si la guerra no se hubiera interpuesto, el plan que hicimos en Chicago podría habernos proporcionado una gran felicidad a los dos. Todavía me duele esa tragedia".