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ENIGMAS DE LA ECONOMÍA
Socialismo en la roma imperial: el edicto de Diocleciano
El edicto de precios máximos de Diocleciano dio el golpe de gracia a la economía romana. A partir de entonces, la descomposición del Imperio sólo fue cuestión de tiempo. José Ignacio del Castillo

Una avaricia incontenible e inmoral aparece siempre que nuestros ejércitos, en defensa del bien común, marchan no sólo por aldeas y ciudades sino también por las carreteras; con ello hacen que los precios de los comestibles no sólo se tripliquen, a veces llegan a costar ocho veces más y superan todo lo imaginable. Con esta ley estableceremos una medida y pondremos coto a la avaricia.


Edicto del emperador Diocleciano, año 301 d C.



En el año 301 d.C., el Emperador romano Diocleciano promulgó uno de los más famosos —e infames— edictos de la Historia Económica. Previamente al Edicto, Diocleciano había promovido una vasta reforma monetaria. La nueva moneda oficial —que en los cincuenta años previos a la finalización del mandato de Claudio Victorino, en el 268 d.C., había visto reducido su contenido de plata a cinco milésimas partes de su nivel original— eliminó toda pretensión de contener algo más que cobre y latón. La reforma monetaria de Diocleciano fracasó inmediatamente en su objetivo (poner término a las incesantes subidas de precios que venía padeciendo el Imperio), al no verse acompañada por una necesaria contención de los gastos que las constantes guerras y el mantenimiento de la fidelidad del ejército ocasionaban. Al seguirse acuñando mala moneda para financiar los déficit, los precios no dejaron de subir.

En su esfuerzo por "resolver" el problema, Diocleciano no se contentó con medias tintas. En el Edicto del 301 fijó directamente el precio máximo al que podían ser vendidos el trigo, la carne, el vestido, los huevos y una innumerable serie de bienes y servicios corrientes, castigando con la muerte a quienes pidiesen precios superiores a los establecidos. Aunque lo parezca, Diocleciano no era absolutamente estúpido, y parece que advirtió que una de las primeras consecuencias de su Edicto sería un impresionante incremento en la acumulación de inventarios. Si los granjeros y los mercaderes no estaban autorizados a recibir un precio real por sus productos, sencillamente dejarían de llevar su producción al mercado, reteniéndola hasta mejor ocasión. Por tanto, decretó que: "La pena de muerte también sería aplicada para aquel que teniendo bienes suficientes para su alimento y uso personal, retuviese el resto sin llevarlos al mercado. Pues la pena debe ser aún más dura para el que causa la carestía, que para aquel que únicamente viola la ley." La pena de muerte no se reservaba sólo a los vendedores. También era aplicable a los compradores que realizasen adquisiciones por encima del precio máximo establecido.

Medidas tan absurdas y draconianas necesitaban buenas dosis de demagogia para hacerse tolerables, así que conviene reproducir con cierta extensión la "jugosa" exposición de motivos que introducía el Edicto: "El honor nacional y la dignidad y majestuosidad de Roma demandan que el destino de nuestro Estado... sea fielmente administrado... Es verdad que si algún espíritu de autodominio frenase las odiosas prácticas que son inflamadas por la ilimitada y salvaje avaricia... quizás podría caber la opción de cerrar los ojos y no emplear la fuerza..., pero puesto que es improbable que está codicia se refrene por si misma... nos corresponde a nosotros, que somos los padres vigilantes de toda la raza humana, hacer que se dé entrada a la justicia como arbitro en este asunto, para lograr que el objetivo largo tiempo esperado y que la Humanidad no ha sido capaz de conseguir por sí misma, sea alcanzado con los remedios que nuestra previsión sugiere para contribuir al alivio general de todos." Quizás convendría remover a Lenin de su mausoleo y dar entrada a Diocleciano. La veteranía es siempre un grado.

Por supuesto, el Edicto fracasó miserablemente. Diocleciano abdicó cuatro años después de su promulgación, y sus prescripciones se convirtieron en letra muerta. Aunque no hay que olvidar que dejó un reguero de sangre tras de sí, además de otras consecuencias no menos perniciosas: Las ciudades empezaron a despoblarse al dejar de recibir productos. Ningún productor tenía intención de llevarlos hasta ellas para recibir un precio ridículo e igual al que podía obtenerse mucho más cerca, sin esfuerzo, ni transporte alguno.

Además, ante la generalización del trueque y la progresiva destrucción de la moneda, se estableció un sistema de impuestos en especie cuya recaudación se garantizaba por los campesinos a través de la sujeción a la tierra —adscripti glebae. De ese modo, quedaron convertidos en siervos de la gleba, perdiendo cualquier libertad de movimientos. ¿Suena soviético, verdad? El Imperio acabaría sucumbiendo poco después. La barbarie del Norte no tuvo excesivas dificultades en terminar con el agonizante enfermo que la barbarie socialista había producido. La Edad Media comenzó realmente 100 años antes del saqueo de Roma por Alarico.