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ENIGMAS DE LA HISTORIA
¿Por qué tuvo lugar la noche de los cuchillos largos?
El partido de Hitler siempre se definió con extrema claridad. Era nacional, socialista y obrero. Su objetivo iba encaminado no sólo a alterar el orden internacional consagrado en el tratado de Versalles posterior a la primera guerra mundial sino también a establecer a cualquier coste un estado nacionalista en el que la actividad interior estuviera enfrentada con conceptos como el del liberalismo económico o político. César Vidal

En el poder desde inicios de 1933, Hitler ordenó, sin embargo, año y medio después una terrible purga interna, denominada la noche de los cuchillos largos, en el curso de la cual fueron asesinados miles de nazis. ¿Por qué tuvo lugar la noche de los cuchillos largos?

Al año y medio de llegar al poder, la situación política de Hitler resultaba extremadamente delicada. Por un lado, el ala izquierda de su partido le instaba a adoptar medidas de gobierno de carácter más marcadamente socialista; por otro, el ejército temía su disolución y el capital veía desencadenarse sobre él una radicalización que podría concluir fácilmente en la revolución social.

Aunque el 31 de enero de 1933, Hitler había llegado al poder en Alemania gracias a una victoria electoral y al apoyo del mariscal Hindenburg, presidente de la república, que lo veía como un mal menor frente a los comunistas, lo cierto es que su situación distaba mucho de ser sólida año y medio después. Es cierto que desde el primer momento el gobierno del partido nacionalsocialista obrero alemán (NSDAP) había procedido a la detención de los sospechosos de desafección y a su reclusión en cárceles y campos de concentración levantados siguiendo fielmente el modelo del GULAG soviético. Es cierto igualmente que del 26 de mayo de 1933 en que se confiscaron las propiedades del partido comunista alemán al 14 de julio del mismo año en que se prohibió la formación de nuevos partidos, la oposición política había quedado prácticamente pulverizada.

Sin embargo, aún existían peligros que se interponían en el camino de Hitler hacia un poder absoluto. En primer lugar, se hallaban sus propios compañeros. El partido siempre se había considerado obrero y socialista y, al cabo de más de un año en el poder, dirigentes de la importancia de Gregor Strasser o Ernst Röhm estimaban que había llegado el momento de adoptar medidas que realmente se correspondieran con esas denominaciones. Éstas debían incluir la expropiación de ciertas empresas, la reforma agraria e incluso el control obrero de los medios de producción. No puede negarse que, como sucedía con otros partidos fascistas, el programa nazi presentaba enormes similitudes con el del partido comunista y buena parte de los partidos socialistas de la época salvo en lo que a la consideración de la URSS y al carácter nacionalista se refería. Incluso coincidía con estas fuerzas de izquierda en la esperanza de disolver las fuerzas armadas y sustituirlas por las propias milicias de partido.

Era precisamente en esta segunda cuestión donde yacía el segundo peligro para la permanencia de Hitler en el poder. El que Röhm fuera el jefe de las SA (Secciones de Asalto), unas milicias que superaban la cifra de los dos millones de efectivos, atemorizaba especialmente a los empresarios a los que no se les ocultaba la posibilidad de que estallara una revolución social sustentada en ellas. Lo mismo sucedía con el ejército que temía verse incapaz de neutralizarla si Röhm, según se rumoreaba, se convertía en ministro de la guerra y sumaba a las tropas de la Wehrmacht a las SA bajo sus órdenes. Ante esa posibilidad el general Werner von Blomberg, ministro de defensa a la sazón, comunicó a Hitler que los propósitos de Röhm resultaban inadmisibles. En caso de que se persistiera en ellos, comunicó Blomberg a Hitler, el presidente Von Hindenburg entregaría todo el poder al ejército e impondría la ley marcial. En otras palabras, Hitler que acababa de llegar al poder se vería apartado de él por la fuerza de las armas. No resulta extraño que en semejante coyuntura algunos políticos como Von Papen comenzaran a barajar la posibilidad de una restauración monárquica.

La reacción de Hitler fue rápida. Durante la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1934, comenzó a ejecutar una decisión que le permitió afianzarse en el poder, la de que había que exterminar a Röhm y a todos sus seguidores para evitar un golpe militar. El Führer en persona se ocupó de arrestar a Röhm en Munich a la vez que ordenaba que se procediera a su fusilamiento. En paralelo, la Gestapo de Goering y las SS de Himmler —hasta entonces unidades de importancia muy secundaria— procedieron a detener y matar a todos los miembros del partido nazi en los que no se tenía una confianza absoluta.

La matanza fue de unas dimensiones extraordinarias. De las SA sólo se salvó uno de los jerarcas, Hanns Ludin, simplemente porque Hitler lo reconoció y decidió perdonarle la vida. Además se procedió a realizar ajustes de cuentas que poco o nada tenían que ver con la política. Por ejemplo, Von Kahr, que en 1923 había sido el responsable de que el golpe de estado de Hitler fracasara, fue detenido y asesinado a palos por las SS en Dachau. Strasser fue torturado hasta que, al final, cuando se hallaba inconsciente, se le descerrajó el tiro de gracia. Incluso un reciente estudio sobre la homosexualidad de Hitler argumenta con bastante solidez en el sentido de que las personas que conocían esta circunstancia —y que incluso la compartían— fueron eliminadas durante la matanza. Lo que resulta desde luego innegable es que, al concluir el día, los fusilados alcanzaban una cifra cercana al medio millar.

El 13 de julio, ante un Reichstag formado únicamente por nazis, Hitler justificó los hechos como una manera, cruenta pero indispensable, de evitar la traición. Del grado de violencia empleada no podía dudarse —los acontecimientos llegarían a recibir el nombre de la "noche de los cuchillos largos"— pero rindieron considerables beneficios a Hitler. Para empezar, el ejército abandonó los planes que existían ya para derribarlo y hacerse a continuación con el poder político. Mantuvo así una tradición de obediencia al gobierno establecido que, siquiera en parte, se habría quebrado a mediados de 1934 si Röhm se hubiera empeñado en disolverlo. Cuando se anunció una nueva disposición en virtud de la cual los militares prestarían juramento de fidelidad personal a Hitler no se produjo ninguna resistencia en el ejército. De hecho, la desaparición de las SA y los planes de remilitarización crearon un clima tan favorable en el seno del ejército que cuando el 2 de agosto de aquel mismo año falleció Hindenburg no se opusieron a que Hitler se convirtiera en Führer y canciller. El 19 de agosto, esa propuesta recibió incluso el respaldo de un plebiscito.

Además del control del ejército, la eliminación de las SA favoreció el desarrollo de unas unidades que hasta entonces habían disfrutado de escasa importancia y que recibían el nombre de SS. Convertidas en el cuerpo de élite del III Reich, a partir de ese momento pasarían a ser depositarias de las esencias del nazismo —incluido su contenido esotérico— y desempeñarían un papel esencial en la realización de tareas como la administración de los campos de concentración y la ejecución de los planes de exterminio de los judíos conocidos como "Solución final".

La "noche de los cuchillos largos" obedeció, por lo tanto, al deseo de Hitler de evitar reacciones —especialmente procedentes del ejército— en contra de su gobierno que en esa fecha tan temprana habrían podido traducirse en su final. No cabe duda de que la operación ordenada directamente por él se vio coronada por el éxito hasta el punto de que podría afirmarse que, desde un punto de vista práctico, la asunción del poder total por parte de Hitler no se produjo en enero de 1933 sino durante el verano de 1934.