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DRAGONES Y MAZMORRAS
Infierno ruso, purgatorio español
La traducción es una labor que contiene en sí misma todas las dificultades de la creación literaria.Julia Escobar

Escribo esta crónica desde el Colegio Internacional de Traductores Literarios de Arles (Francia), la ciudad provenzal y torera en donde Van Gogh fue tan desdichado y pintó tanto. Precisamente el colegio —también llamado Casa del Traductor— está situado en el hospital que ahora lleva su nombre. Las habitaciones, aunque no son exactamente iguales a la del aquel famoso cuadro que no hace falta reproducir ni describir para evocar al instante, conservan su austeridad espartana. Como esta tierra tiene luz propia, basta con el añil de puertas y ventanas y la aldeana sencillez de las vigas y los suelos de madera bien lustrada para crear una decoración cálida y acogedora. Cuando sopla el mistral —y es el caso— el cielo azul y la limpidez del aire están asegurados aunque a un precio muy alto, pues aparta la lluvia pero trae un frío agudo que las guías no mencionan. Los turistas americanos y japoneses, que vienen a esta región atraídos por el reclamo de Kirk Douglas / Van Gogh, pasean ateridos por la ciudad, indiferentes a la belleza románica de San Trófimo así como a los encantos de los criptopórticos del Foro y del Circo de la Arelate romana, admirablemente conservados.

Mi presencia en este lugar privilegiado se debe a la reunión anual que celebran aquí los traductores literarios y en el que he tenido el honor y el placer de participar activamente, siendo, además, la única española presente en estos actos. Esto último es cosa rara, pues generalmente suelen venir bastantes españoles, en particular catalanes (Barcelona está por así decirlo ahí al lado) todos los años. Mis fieles lectores (y espero tenerlos) pensarán muy acertadamente que no paro, pues el mes pasado ya estuve en otras dos tenidas similares, y aún me queda otra para la semana que viene en Beirut. Excepto el primer congreso (el de Valladolid, del que ya di cumplida información) todos los demás están exclusivamente relacionados con la traducción. Este tipo de encuentros siempre resultan satisfactorios porque el hecho traductivo contiene en sí mismo todos los problemas que plantea la creación literaria. Nunca se habla más y mejor de literatura y de escritura que en estas reuniones, aparentemente corporativas. La fórmula, no por repetida menos eficaz, consiste en reunir en sendas mesas redondas a unos cuantos traductores de ciertos escritores. En esta ocasión los autores elegidos han sido Kafka y Colette . Como es lógico, yo participé en la de Colette, autora que está teniendo un gran y merecido auge en la actualidad. Tanto su traductora al italiano, Anna Bassan Levi, que venía de Milán, como su traductor al ruso Gueorgui Zinguer, procedente de Moscú y yo misma, hemos hecho un repaso de la recepción de su obra en nuestros respectivos países que ha resultado ser un reflejo de nuestras respectivas historias.

Si en España y en Italia Colette tuvo una acogida magnífica casi desde el principio, en Rusia fue considerada la encarnación de la podredumbre burguesa y relegada directamente al infierno (como dijo Zinguer con mucha gracia) sin tan siquiera haber pasado por el purgatorio por el que suelen pasar los autores, incluso los muy famosos. En Italia fue traducida desde 1908, al amparo del escándalo de la serie de las Claudine. Ahora, tras una etapa de reediciones de viejas traducciones, parece que la editorial Mondadori está por fin dispuesta a encargar nuevas versiones. Algo similar ocurre en España, donde Colette fue traducida a principios de siglo gracias al tono "picante" de las novelas que firmaba su marido-negrero Willy. Sin embargo, tuvo la suerte de que se fijaran en ella Azorín, Pío Baroja y Corpus Barga, quienes se dieron inmediatamente cuenta de la importancia literaria de esta señora, a la que juzgaron superior incluso a Anatole France y André Gide. Personalmente no considero que sean autores comparables entre sí, pero estuvo bien en su momento hacerlo para poner a Colette, injustamente tachada de "femenina" e "intimista", en su verdadero lugar. Durante los años cuarenta y cincuenta su escandalosa reputación no la hizo muy aconsejable entre los editores españoles, si exceptuamos una extraña edición de 1959, titulada Amistad con Jesucristo (Ediciones La Luz) y catalogada en el ISBN bajo el epígrafe de "Teología dogmática", referencia que hizo estallar de risa al auditorio, pues no existe escritor con menos inquietudes religiosas que Colette, hasta el punto de que la Iglesia le negó el entierro religioso que solicitó su viudo, a pesar de que tuvo un funeral nacional. Por cierto, la negativa de la Iglesia dio origen a una polémica (fue en 1951) que hizo época entre Graham Greene, en contra de la postura del episcopado) y Gilbert Cesbron a favor.

Colette no resucitó en España hasta mediados de los sesenta, cuando Plaza y Janés encargó a un tal E. Piñas la traducción de las "Obras Completas", antes aún de que se hicieran en Francia las de La Pléiade. La traducción, aunque rigurosa, no es demasiado afortunada y sobre todo ha quedado francamente vieja, pero ha servido para que durante las décadas siguientes (junto a otras traducciones, también periclitadas, de títulos sueltos y de diferentes autores) se haya seguido reeditando a Colette con bastante constancia. Como ha pasado en Italia, parece que también los editores españoles empiezan a darse cuenta de la necesidad de volver a traducir a una autora que resulta, tantos años después, rabiosamente moderna. Y para terminar diré, como dije en la mesa redonda, "para que no me acusaran de centralista", que también hay algunas traducciones de Colette en los demás idiomas del Estado español. Me llamó mucho la atención que esta observación fuera celebrada con risas y casi con aplausos, pero luego alguien me explicó que los franceses están empezando a conocer en su política lingüista lo que califican de "tentación comunitaria". Seguiré con el tema, pues es, en verdad, muy sabroso.