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ENIGMAS DE LA HISTORIA
El islam y la guerra santa

¿Por qué se convirtió el islam en una religión defensora de la guerra santa? La primera respuesta hay que buscarla en el Corán.
César Vidal

Los recientes atentados contra la ciudad de Nueva York y la respuesta del gobierno de Estados Unidos a la agresión han vuelto a colocar sobre el tapete la cuestión del peligro que representa el islam y del papel de la guerra y la violencia dentro de esta religión. Sin embargo, ¿porqué se convirtió el islam en una religión defensora de la guerra santa?

El punto de partida de un análisis sensato de la evolución del islam no puede ser otro que el Corán. De una extensión bastante similar a la del Nuevo Testamento, el libro sagrado del islam contiene el conjunto de revelaciones comunicadas por Mahoma a lo largo de un par de décadas. Los textos del Corán pueden agruparse en cuatro períodos cronológicos a los que se denomina primero mecano (correspondiente a los años 610-615), segundo mecano (615-619), tercero mecano (619-622) y medinés (desde la Héjira o abandono de La Meca por Mahoma hasta su fallecimiento). Esta ordenación cronológica —que no es la actual— permite seguir la evolución del islam en vida de Mahoma. Los primeros textos del Corán— quizá los más hermosos estéticamente— contienen una referencia muy sencilla a una fe monoteísta estricta que no se conecta con otras como el judaísmo y el cristianismo que ya existían en la Arabia del inicio de la predicación de Mahoma pero que guarda ciertos paralelos con ellas.

Sólo a partir de la sura 87 se nos indica que los anuncios de Mahoma pretenden ser confirmación de lo que otros profetas monoteístas anunciaron con anterioridad mencionando parcamente a Abraham y a Moisés de los que, no obstante, no parece existir un conocimiento que vaya más allá de alguna referencia auricular. Durante el segundo y el tercer período mecano, este sencillo contenido inicial experimentó una evolución de enorme trascendencia haciéndose un hincapié —ahora sí, muy acusado— en el hecho de que el mensaje islámico había sido precedido por los del judaísmo y el cristianismo. Es de suponer que Mahoma tuviera la esperanza de que los fieles de estas religiones se convirtieran a su predicación y, de hecho, a estas épocas pertenecen los textos del Corán más conciliatorios dirigidos hacia ambos.

El éxito de la táctica de Mahoma fue casi nulo ya que tanto judíos como cristianos objetaban que, en realidad, el profeta del islam era un ignorante que no conocía mínimamente ni el judaísmo ni el cristianismo y que, por lo tanto, difícilmente podía significar su consumación. Por esa época, Mahoma oraba en dirección a Jerusalén y se abstenía de alimentos como el cerdo al igual que los judíos. No era menos verdad que aceptaba a Jesús como Mesías, nacido de una virgen y hacedor de milagros tal y como predicaban los cristianos. Sin embargo, los judíos no podían aceptar una fe que pasaba por alto los relatos del Antiguo Testamento (o los narraba de manera bien distinta), que obviaba las regulaciones del Talmud y que además pretendía que tanto Jesús como Mahoma eran profetas superiores a Moisés. Por su parte, los cristianos encontraban inaceptables las discrepancias entre el relato bíblico y el coránico, pero, a la vez, consideraban muy dudosa la cristología de Mahoma y, desde luego, no podían aceptar que Jesús, el Hijo de Dios fuera inferior a él.

Durante sus primeros años, la predicación de Mahoma no se caracterizó por el éxito. Pocas dudas puede haber de que si no hubiera pertenecido a los coraixíes, una de las familias más relevantes de la Arabia preislámica, seguramente sus adversarios lo habrían asesinado. La situación había llegado a un extremo especialmente tenso cuando en el año 622 huyó a Medina. Este episodio iba a convertir este año concreto en la fecha a partir de la cual se contaría el calendario islámico. Tras su establecimiento en Medina, Mahoma dejó de ser el profeta no-violento de los años anteriores y se convirtió en un hombre de estado, decidido a fraguar un nuevo orden espiritual que, a la vez, fuera social y político. No deja de ser significativo que aunque las suras medinesas del Corán son numéricamente muy escasas, sin embargo, cuentan con una extensión comparativamente muy considerable. Desde ahora, la oración diaria se pronunciaría no en dirección a Jerusalén sino a La Meca. Además, debía quedar bien establecido que tanto judíos como cristianos no eran mirados ya con buenos ojos precisamente por su resistencia a la conversión. Los pasajes al respecto son numerosos. En 2, 38-39 se increpa a los judíos diciéndoles : «¡Hijos de Israel ! Recordad el beneficio que os concedí y sed fieles a mi pacto... Creed en lo que he revelado (a Mahoma) corroborando las revelaciones de que disponéis... No disfracéis la verdad con la falsedad ni escondáis lo verdadero porque vosotros lo conocéis» (2, 38-39). En 2, 85 se añade: «Y cuando se les dice: Creed en lo que Dios ha hecho descender, contestan: Creemos en lo que hizo descender para nosotros, pero no creen en lo posterior pese a que corrobora lo que ya tienen».

Por si fuera poco este distanciamiento, la nueva fe dejó claramente de manifiesto que recurriría a la guerra no sólo para asegurar su supervivencia sino también su ulterior expansión. Los tiempos del pacifismo habían pasado definitivamente y ya nunca regresarían. El mandato de 2, 186-89 ordenaba, por ejemplo: «Combatid en el camino de Dios a los que combaten contra vosotros... Matadlos donde los encontréis, arrojadlos de donde os arrojaron... Si os combaten, matadlos : ésa es la recompensa de los que no creen... Matadlos hasta que no haya persecución y en su lugar se levante la religión de Dios» (2, 186-189). En la sura 9, 29 se establecía además taxativamente la actitud hacia judíos y cristianos: «Matad a los que no creen en Allah ni en el Día último y no se vedan lo que vedó Allah y Su enviado y no cumplen la ley de la verdad, a aquellos que recibieron el Libro hasta que no paguen el tributo y se sometan en todo». De manera innegable, para cristianos y judíos sólo quedaba la expectativa de ser derrotados y convertidos en súbditos de segunda clase condenados al pago de un impuesto especial o, en el peor de los casos, el exterminio físico. Tampoco faltaron numerosos episodios de conversiones forzosas al islam y Mahoma no tuvo ningún reparo moral en recurrir al empleo de asesinos para deshacerse de sus oponentes políticos o a la práctica de la tortura.

Aunque la religión predicada por Mahoma no es la única que ha recurrido a la guerra, las formulaciones contenidas en el Corán presentan características muy específicas. A diferencia del cristianismo —incluso del budismo— la guerra no es en el islam un distanciamiento de la enseñanza inicial sino un instrumento propugnado para reducir el cosmos al islam y someter en todo a judíos y cristianos.

En los siglos posteriores a la muerte de Mahoma, el islam vivió su expansión como una confirmación de la veracidad de estas enseñanzas. De la misma manera, cualquier intento de respuesta —desde las Cruzadas a la guerra del Golfo pasando por la lucha contra el estado de Israel— ha provocado un profundo resentimiento no sólo por lo que implicaba de ataque o reacción extranjeros sino también porque significaba el retroceso en el avance hacia la meta final de sumisión de todo el orbe al islam y la derrota a manos de aquellos que, según la revelación coránica, debían estar sometidos en todo.

En resumen, la primera predicación del islam no incluyó elementos violentos e incluso mostró, de manera oportunista quizá, una inclinación acentuada hacia la tolerancia. Fue la posibilidad de responder con contundencia a las agresiones externas, la de crear un estado netamente islámico, la de vengarse de los antiguos adversarios y la de expandirse mediante el uso de la guerra las que impulsaron a Mahoma a alterar totalmente ese esquema inicial transformando el islam en una fe impregnada de violencia. Se trata de un proceso que, hasta el día de hoy, ha resultado irreversible.

Bibliografía para saber más sobre el islam y la guerra santa
R. Bell y W. M. Watt, Introducción al Corán, Madrid, 1987.
G. Konzelmann, La espada de Alá, Barcelona, Planeta, 1990.
C. Horrie y P. Chippindale, ¿Qué es el islam?, Madrid, Alianza, 1994.
G. Kepel, La Yihad, Península, Barcelona, 2001.
B. Tibi, La conspiración. El trama de la política árabe, Barcelona, Herder, 1996.
C. Vidal, Enciclopedia de las religiones, Barcelona, Planeta, 1998.
Diccionario de las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam, Madrid, Alianza, 1992.

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