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Historia
El hambre en España en los años 40

El hambre de la posguerra civil en España fue más una consecuencia del bloqueo comercial internacional que de la destrucción provocada por la propia guerra Pío Moa

Los años 40 fueron en España "los del hambre" por antonomasia, como también en buena parte de Europa, a consecuencia de la II Guerra Mundial. No fue un hambre como las que devastaron a algunos países, especialmente a la Unión Soviética, con cientos de miles y hasta millones de víctimas mortales, pero fue una época de penuria muy extendida. Su evolución puede seguirse en las estadísticas de mortalidad: debe considerarse que un muerto por inanición supone la existencia de decenas o cientos de personas con graves carencias nutricionales, y otras muchas muertes por enfermedades derivadas de la miseria. Así, durante la guerra civil, las defunciones por enfermedad crecieron muy notablemente en territorio del Frente Popular, en número muy superior al de las causadas directamente por hambre.

La desnutrición afectaba tradicionalmente a buena parte de España, en especial a las zonas de latifundio extremeñas y andaluzas. A principios del siglo XIX morían directamente por hambre unas 300 personas cada año, bajando la cifra paulatinamente hasta la mitad en 1929. Al llegar la II República, la mortandad creció bruscamente, y en 1933, al final del bienio izquierdista, volvía a la de principios de siglo. En el bienio de centro derecha, llamado "negro" por sus enemigos, el proceso se invirtió, con un descenso del hambre débil, pero significativo.

Durante la guerra, este tipo de mortandad alcanzó su máximo en 1938: nada menos que 1.111 víctimas. Al corresponder en su gran mayoría al Frente Popular —llamado erróneamente "República"—, la cifra resulta la más alta del siglo en proporción a la población, aunque en 1946 sería superada para el conjunto del país.

Tras la guerra, el nuevo régimen debió afrontar la reconstrucción. Contra una idea extendida, las destrucciones bélicas no fueron asoladoras, en parte por la política de Franco de evitarlas, pero aun así imponían un pesado tributo a un país técnicamente atrasado. Además, la ex zona revolucionaria estaba en completo desorden y ruina. El historiador P. Voltes ha señalado: "Una de las páginas más dramáticas de la historia de nuestra guerra civil es la anulación, por Franco, de la moneda emitida por el Gobierno republicano a partir de julio de 1936, y con ella, la ruina de millares de familias, empresas y entidades". Esta "hecatombe económica" constituye, según él, una estafa gigantesca: "¿Qué duda cabe de que en el territorio republicano se había registrado una inflación que pesaba sobre el futuro del país? Bien está. Obsérvese, empero, que en la zona nacional había habido también su propia inflación". Pero si el señor Voltes hubiera cuantificado esa inflación, vería que, como señala el economista Antonio de Miguel, fue de sólo 41 puntos en la zona nacional, contra unos desastrosos 1.340 en la republicana. Las familias, empresas y entidades estaban ya completamente arruinadas, más aun desde la pérdida del oro del Banco de España, destinado a respaldar la moneda. La peseta republicana simplemente no valía nada, y su anulación solo refrendó un hecho objetivo.

Pese a las dificultades, en los años 39 y 40 descendió rápidamente el hambre: 803 muertos el primer año, y 490 el segundo. En cambio, en 1941 experimentó un brusco repunte, hasta 1.093. La causa debe encontrarse en la guerra mundial. Desde el otoño de 1940 Londres y Berlín pugnaban, uno por asegurar la neutralidad española, y el otro por arrastrar a Franco al conflicto. Londres combinó las promesas y seguridades políticas con la amenaza de emplear su dominio naval para bloquear el comercio español, restringiéndolo fuertemente por el momento. La consecuencia fue el brutal aumento del hambre en España.

Una vez afirmada la neutralidad, España pudo comerciar más libremente con los Aliados y otros países, y con Alemania, aunque siempre bajo la presión de un posible bloqueo aliado o de una invasión nazi desde los Pirineos. Aun así, la mortandad por hambre bajó el año siguiente a 842, volviendo en 1943 a la del primer bienio republicano (con 315 víctimas mortales) y a las del segundo bienio republicano en 1944 y 1945 (267 y 236). Para entonces se daba por concluida en lo esencial la reparación material de los daños bélicos, y la situación había mejorado notablemente para buena parte de la población. En La fuerza de las cosas, Simone de Beauvoir, describe su paso a España, al final de la guerra en Francia: "Al borde de la carretera una mujer vendía naranjas, plátanos, chocolate, y se me anudó la garganta de codicia y de rebeldía: ¿por qué se nos prohibía una abundancia que estaba a diez metros de nosotros? Al verme pasar por la carretera los españoles habían dicho: "¡Es una mujer pobre, no tiene medias!". Nuestro dinero no valía nada. En los andenes de las estaciones se paseaban muchachas charlatanas y risueñas, cubiertas sus piernas con medias de seda; en las vitrinas de los negocios de las ciudades que atravesábamos veía montones de comestibles. Los comedores de las estaciones desbordaban de comida. Me acordaba de la estación de Nantes, donde estábamos tan hambrientos, tan cansados, y donde sólo pudimos comprar, a un precio exorbitante, galletas rancias. Me sentía rabiosamente solidaria con la miseria francesa".

Sin embargo, en 1946 el esperanzador panorama cambió por completo al decretar los vencedores de la guerra mundial el aislamiento diplomático y económico de España. El estudioso inglés Preston habla de un "inocuo bloqueo internacional", pero su "inocuidad" se revela en los demoledores datos: la mortandad por hambre dio un salto hasta las 1120 víctimas, la cifra más alta del siglo. Este será el año del hambre por excelencia, dejado atrás poco a poco gracias a un esfuerzo redistribuidor y a la ruptura del bloqueo por Argentina, que vendió trigo. En 1947, la cifra volvía a las 232, propias de los años buenos de la república, y en torno a ella se mantuvo hasta los años 50.

La persistencia del hambre durante el resto de la década puede achacarse, por una parte, al bloqueo, insistente aunque perforado, y por otra al gasto militar originado por una amenaza de intervención exterior —cada año más remota—, y de reanudación de la guerra civil, objetivo del maquis. En el resto de Europa la penuria era también muy grande, y como la economía no daba muestras de reactivarse, USA, temiendo un auge de los movimientos comunistas, aplicó desde 1948 el Plan Marshall, que permitió la reconstrucción europea y el alejamiento del peligro revolucionario. El plan, ofrecido a los países comunistas y rechazado por Stalin, fue negado a España (algún historiador despistado ha dicho que España lo rechazó), y ello mantuvo la escasez, no recuperando España la renta per capita de 1935 hasta 1951 (Según A. Maddison, Francia recuperó su nivel de anteguerra en 1949, Italia en 1951, Alemania en 1954 y Japón en 1956. Otras estimaciones hacen variar los años).

Al comenzar la década de los 50, quedaban atrás definitivamente las amenazas de intervención, el maquis y el bloqueo, todo lo cual se reflejó en un rápido descenso del hambre hasta desaparecer como causa de fallecimientos en España, probablemente por primera vez en su historia.

Surge la cuestión de cómo, si los españoles no recuperaron en los años 40 su nivel de ingresos de preguerra, pudo el hambre mantenerse, salvo años especiales, como en la república. La respuesta más probable está en el racionamiento, el cual aseguraba a la población una alimentación espartana, pero suficiente para sostenerse.

Otra causa de penuria, muy grave en un país básicamente agrario, fue la sequía, la "pertinaz sequía" de aquella década, probablemente la menos lluviosa del siglo en España. Pero, por deberse a causas naturales, la he dejado deliberadamente al margen en esta aproximación.