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EDITORIAL

Irak, cinco años después

Pensamos que muchos moralistas de salón se opusieron a la guerra porque no tenían que vivir con las consecuencias de su heroica pose, al contrario que los iraquíes de a pie bajo Sadam

El quinto aniversario de la guerra de Irak ha traído consigo varias encuestas cuyos números absolutos han centrado la atención de los periodistas españoles, pese a que no decían nada nuevo, mientras las tendencias que reflejaban eran cuidadosamente ignoradas pese a que resultaban ser, ellas sí, la noticia. Y es que tanto iraquíes como norteamericanos parecen haber doblado un recodo y son ahora mucho más optimistas tanto en lo que se refiere a la situación actual como en el futuro.

De agosto a aquí, el número de iraquíes que considera que su propia vida está marchando bien ha subido del 39 al 55%, los que piensan que la seguridad allí donde viven es buena ha pasado del 43 al 62% y el porcentaje de quienes creen que dentro de un año estarán mejor ha subido del 23 al 46%. Asimismo, aumentan del 37 al 49% quienes aprueban la invasión norteamericana y disminuyen del 47 al 38% lo que desean que el ejército estadounidense se marche. No obstante, aunque la mejora es evidente en estos y muchos otros apartados, es evidente que hay mucho por hacer, pero la nueva estrategia del general David Petraeus ha mejorado suficientemente la seguridad en el país como para que los principales problemas sean ahora políticos, centrados sobre todo en la arquitectura institucional y el reparto de los beneficios del petróleo.

Mientras tanto, en Estados Unidos vuelve a haber una pequeña mayoría (53%) que considera que su país terminará alcanzado sus objetivos en Irak, algo que no sucedía desde verano de 2006. Un cambio que casa mal con el derrotismo de los candidatos demócratas Obama y Clinton y beneficia claramente a John McCain, que ha apoyado al presidente Bush durante estos cinco años, aun criticando los errores que consideraba que se habían cometido, que han sido muchos, sin duda. Como, por otra parte, sucede en todas las guerras. Aplaudió con entusiasmo, sin embargo, la nueva estrategia ideada por Petraeus, y ese acierto puede ganarle una parte importante del voto independiente norteamericano si las cosas siguen mejorando en Irak.

En España, desgraciadamente, el nivel del debate sobre el conflicto está y ha estado siempre bajo mínimos. Primero, por la decisión de Aznar de apoyar a Estados Unidos y su renuncia a explicar a los ciudadanos, un día sí y otro también, por qué lo hacía, permitiendo que los españoles recibieran la información de manos de telediarios monocordes y tertulianos de tercera. Segundo, por el convencimiento de tantos de que el 11-M fue consecuencia de "la foto de las Azores", pese a que nunca hayan existido pruebas al respecto y haya quedado en el juicio tan descartado, en principio, como la implicación de ETA.

Muchas posturas de corte moral contrarias a la guerra de Irak se han basado en la creencia de que quienes nos hemos declarado a favor lo hemos hecho porque no teníamos que sufrir las consecuencias de una conflagración sangrienta, al contrario que los iraquíes de a pie. En cambio, nosotros pensamos que muchos moralistas de salón se opusieron a la guerra porque no tenían que vivir con las consecuencias de su heroica pose, al contrario que los iraquíes de a pie bajo Sadam.

Por más que se diga que la guerra es el infierno, no cabe duda de que no es lo único que entra en esa categoría. En España jamás se ha producido un debate sereno sobre la situación en Irak antes y después de la guerra y no esperamos que se produzca ahora, porque en cuestiones de política internacional, aquellas sobre las que los ciudadanos no tienen contacto directo, se depende enormemente de la impresión que nos dejan los medios de comunicación. Y mientras éstos nos han mostrado los horrores de la guerra, y ocultado celosamente los progresos, jamás nos enseñaron los horrores del régimen de Sadam mientras se producían. En esas condiciones, defender que nos alegramos de que Irak no sufra ya una tiranía y esté construyendo poco a poco un sistema democrático suena casi a herejía. Pero lo cierto es que Libertad Digital no nació para nadar con la corriente.

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