A veces los apellidos tienen su guasa. Así, don Alfonso no podía apellidarse de otro modo que Guerra; el ministro de Justicia Bermejo como las torres de la Alhambra; el presidente de la Generalitat, socio de los radicales de ERC, Montilla; el que cocina las estadísticas de Empleo, Caldera; el que tiene las ideas en el aparato del PSOE, Blanco; y el que controló a favor del Gobierno a la CNMV en tiempos de la OPA de Endesa, Arenillas. A estos hay que añadir hoy a Fallarás, subdirectora de ADN, que ha dicho muy seria ella, pero con toda la gracia que tienen los progrevoguesistas de este país, que la agresión que sufrió el otro día la candidata popular por Barcelona, Dolors Nadal, es "un acto de proteína social".
Rajoy, todo corazón y cabeza, ha dicho que espera que esta vez Zapatero le mande la ración de proteína social a la sede del PP "de forma ordenada", quiere decirse que no de manera tumultuosa como las vías de agua que anegaban el humilde pisito del señor ministro Bermejo.
La proteína social no es un invento nacional, como en cambio sí lo es la fregona o el chupachup, porque ahí tenemos a los nazis y a los matones leninistas, que fueron en realidad quienes la descubrieron y aplicaron generosamente a quienes no compartían sus ideales. Pero en cambio, dar una buena ración de proteína social se ha convertido, desde hace cuatro años, en una auténtica tradición española cada vez que hay elecciones, es decir, en un hecho diferencial de la Patria, que Mariano debería introducir en el contrato de integración con los inmigrantes.
Esta consolidación del "proteinismo social", además, demuestra irrefutablemente que nuestra democracia vive momentos de esplendor inauditos, gracias a esta izquierda mostrenca que, como en el viejo programa de Isabel Gemio, tiene una carta para usted: una carta de insultos, amenazas y, si sube un poco la bilirrubina, un buen guantazo, que no hace daño a nadie y además ayuda a despabilar el voto y a tensionar la campaña, que es lo que quiere el camarada secretario general.
Como no sólo los apellidos, sino que a veces también los nombres tienen su guasa, pues ahí tenemos a Cándido, que en un ejercicio de candidez imprescindible para cualquier fiscal que se precie, sobre todo si es el jefe, hace de su capa un sayo con todo esto de la proteína social, que es lo que no haría si los agredidos fueran los suyos. Recuerden lo que pasó con Bono, o mejor dicho, lo que en realidad no pasó.
El ministro de Sanidad debería estudiar la aplicación práctica de la proteína social en otros campos que no fueran estrictamente los políticos en tiempo electoral, porque estimo que podría ser un buen medicamento para extender los principios de la Educación para la Ciudadanía, esto es, el discurso políticamente correcto de la "definitiva modernización" de España. Tendríamos proteína social en el fútbol, en las colas para comprar conejo, en las listas para demandar la ayuda por el alquiler, en las de espera de la sanidad pública, en las reuniones de la comunidad de propietarios, en la puerta de las iglesias los domingos y, por supuesto, en la entrada al cine para quien no elija la película de los cejudos artistas españoles.
Sí, sin duda eso es lo que necesita España: más proteína social. A ver si estos de la derecha, que sólo quieren el poder a toda costa y haciendo trampas, aprenden de una puñetera vez que la calle es de la izquierda. Que para eso son los demócratas de toda la vida.