Contaba uno de mis abuelos –que amén de socialista era ferroviario y lo presenció en alguna ocasión– que Pablo Iglesias, cada vez que venía al noroeste de la Península, viajaba en primera y al aproximarse a la estación de destino pasaba a un vagón de tercera, del cual descendía, para que el comité de recepción tuviera un buen caudillo popular que llevarse a la boca, ya para alimentarse en fructífera comunión laica con su carne y su sangre divinas, ya para hacerse lenguas de su sacrificio. El tipógrafo de Ferrol, entre amenaza y amenaza contra Maura, vivía bien y sobre todo dejó trazada una pequeña pero luminosa guía moral para socialistas futuros, o sea, los de ahora. No hay razones, pues, para extrañarse de que Negrín, Prieto y compañía entrasen a saco –obviamente para proteger y "recuperar" su contenido– en las cajas fuertes de los bancos al final de la guerra civil, que Roldán con no menores afanes de salvaguarda metiese mano a la caja o que Pepiño, Rodríguez, Moratinos y otros estrategas por igual señeros anden aleccionando a la Iglesia sobre doctrina católica. "Que los obispos lean la Biblia", sentencia el prócer, y los buenos hombres –¡hala!– a enfrascarse gracias al consejo en tan saludable cometido. Y a ser posible en la edición Kittel, cuyo recuerdo alguna de mis lectoras leerá entre divertida y emocionada.
Todos los comentarios que se están haciendo a propósito de la gran concentración del día 30 en Madrid se mueven en el terreno de lo evidente: de una banda, la rabia de una izquierda (no olvidemos a los menesterosos postulantes de pesebres de IU) incapaz de sacar ni a cuatro gatos a la calle (rememoren el planchazo que se dieron en la Puerta de Alcalá hace pocas fechas); de la otra, la defensa de la obviedad. ¿Por qué no van a salir al terreno público los católicos para expresar sus puntos de vista acerca de la familia y de cuanto les pete? La cosa es tan palmaria que no merece mayores comentarios, pese a haber suscitado torrentes de palabras a favor y en contra. Si los cristianos estiman inicuas –y lo son, hasta en el contexto de legislaciones civiles nada eclesiales como la francesa– varias de las leyes y, por supuesto, la praxis socialista en estos cuatro años bochornosos, ¿por qué han de callar? Mientras Pepiño do Palleiro y Vázquez ofician de polizontes malos, asoma refulgente Rodríguez y nos perdona la vida, fungiendo de policía bueno y afirmando, más o menos, con su énfasis y voz hueca habituales, que "todo el mundo tiene derecho a decir lo que quiera". Gracias, bwana, gracias, si tú no nos lo aclaras, no habríamos caído.
En tanto pretenden impedir – todavía no se atreven directamente – la manifestación de cualquier opinión crítica y la aparición en público de católicos expresándola, se aplican a gastar dinero promocionando el islam, dándole cancha en La Moncloa, territorio prohibido para quienes intentan presentar tres millones de firmas ("Son pocas", falló la del Cuarto Turno, con la dulce y voluptuosa simpatía que la caracteriza) o comunicar su malestar por el rumbo sectario y arrasador que lleva la enseñanza, u organizando saraos pseudoculturales en Córdoba, Granada o Sevilla. Inflan la importancia de una confesión muy minoritaria, con el objetivo de utilizarla como punta de lanza contra el cristianismo o, en el caso de los ilusos –pero buenos navegantes de puestos– de IU, para cubrir las bajas de sus ya inexistentes masas proletarias. Por cierto, que se limpien bien el huevo si esperan sacar algo por ese camino, fuera de apoyos coyunturales y oportunistas.
Pero a ellos les da igual que, a la larga, la conversión de los inmigrantes en su anhelada clase obrera resulte quimérica, les basta con ir trampeando y trapicheando sobre la marcha, improvisando alianzas de tres al cuarto y trincando unos votos por aquí y un diputado por allá. Todo para que no gane el PP las elecciones. El presidente del "lo que sea" dirige un partido de lo mismo, así pues, el PSOE de Melilla se alía con Coalición por Melilla, un partido confesional musulmán: ¿qué dirían si existiera un partido católico homólogo y el PP se arrejuntara con él para presentarse a los comicios? Las sombras de Diego de Deza, de Torquemada o Rodríguez Lucero no bastarían para llenar el escenario y emular el aquelarre de chillidos histéricos con que nos obsequiarían el PSOE y sus tertulianos por la vuelta de "la Cruzada" y de "lo más reaccionario de la Iglesia", en conchabe con "los mayores ultras del PP". Ellos se encaman con un grupo cuya seña de identidad es fideísta y más nada y tan ricamente. Es de suponer que los melillenses tomen buena nota de hasta dónde está dispuesta a llegar esta gente y termine saliéndoles el tiro por la culata, pero lo grave es el gesto, la actitud que delata.
Y es que, queridos amiguitos, es menester entender bien la libertad de expresión: si la Comisión Islámica se deshace en inciensos al gobierno y promesas de fidelidad eterna a la Alianza de Civilizaciones, eso no es intromisión en la política ni usurpación de funciones, ni ideas que no corresponden al ámbito religioso, pero si los católicos se limitan a repetir el mensaje evangélico (una vez leído, gracias a los consejos de Pepiño), entonces la cosa se mete de hoz y coz en lo subversivo y anticonstitucional, casi, casi un golpe de estado. Y ya lo dijo uno de sus cerebros: "Si con el Prestige no basta, hundimos otro barco". O se lo hundieron en Atocha. Amigos lectores, preparen los tapones para los oídos, la paciencia y una mente lúcida para no picar en provocaciones: hasta el 9 de marzo vamos a oír lo increíble. Suerte.