Hubo tiempos, no muy lejanos, en los que los partidos de la izquierda española encabezaban manifestaciones a favor de la autodeterminación y de la unión de Navarra a las provincias vascas. Y que celebraban mítines en los que era usual la ovación y los versos a los "luchadores vascos" de ETA, con el correspondiente regocijo de la parroquia izquierdista. Era 1976.
Era la época en la que ser antifranquista obligaba a mostrar solidaridad con cualquier reivindicación nacionalista no española. Unos años en los que se podía leer en las resoluciones del Congreso del PSOE, allá en 1974: "La definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado Español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas". Y enmarcado en la lucha de clases internacional, se comprometían, en 1976, a propugnar el "ejercicio libre del derecho de autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regiones que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que preconizamos".
Luego vino el consenso constitucional de 1978, y pareció resucitar aquello que decía Indalecio Prieto, y el PSOE, en 1918: el nacionalismo vasco es antiliberal, antidemocrático y su historicismo político-racial es pura fantasía. Dejar entonces la autonomía vasca a los nacionalistas era, decía Prieto, fomentar la creación de un "Gibraltar vaticanista". Así lo entendió el PSOE durante la Segunda República, y parecía ser la consigna de los socialistas en el proceso constituyente de 1978.
Pero no siempre fue así. Los socialistas de febrero de 1936 vieron en la concesión a los nacionalistas un modo de impedir su colaboración con la derecha española, y ahora lo ven los de Zapatero. La estrategia para obtener y mantener el poder quedó, y queda, por encima de las ideas, las convicciones y los sentimientos. La derrota del enemigo justificó, y justifica, la concesión a los nacionalistas. En esta línea, los socialistas de Zapatero han hecho del "proceso de paz" un elemento más de la estrategia para sacar al PP del sistema y no abandonar el poder.
En el camino han puesto en marcha todo su arsenal. Los medios de comunicación afines despliegan una campaña de propaganda que equipara a ETA-Batasuna con el PP, que define a Otegi como "hombre de paz" y a De Juana Chaos como el "primer reinsertado". Se insulta a las víctimas llamándolas "marionetas del PP" y se las abandona. Y los intelectuales orgánicos del socialismo, como escribió Raymond Aron refiriéndose a los filósofos, siguen cumpliendo con su misión: "ya no es solamente obedecer, sino justificar la obediencia".
La memoria histórica no consiste únicamente en desenterrar muertos, publicar esquelas y filmar vídeos manipulados. La memoria debe servir para enterrar errores. El PSOE de 2006 regresa al año 1976 al admitir una supuesta superioridad moral e histórica de cualquier nacionalismo no español, aceptando de hecho el principio de autodeterminación y demonizando a los que no piensan igual. Y poco importa que los "Gibraltares" carezcan de calidad liberal y democrática, y que el objetivo –mantenerse en el poder– sea perseguido por medios que serían considerados espurios en cualquier democracia seria. Sin embargo, nos tenemos que conformar con un presidente grandilocuente pero vacío, con monsergas sobre la pedagogía y el silencio, y con un José Blanco que, hierático y dadaísta, sueña con ganar un "Goya".