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EDITORIAL

Democracia al chavista modo

sin hacer mucho ruido, la candidatura de Rosales ha ido lenta pero constantemente creciendo en los sondeos, algo meritorio si se tiene en cuenta lo peligroso que puede resultar para muchos expresar su predilección por los opositores de Chávez.

El revés sufrido por la oposición venezolana tras el fracaso del referendo revocatorio con el que intentaron desalojar a Chávez del poder fue de los que hacen época. Buena parte de ella lo consideraba como la última oportunidad de acabar por medios pacíficos con la dictadura militar procastrista de Chávez, pues la ocupación que ésta había llevado a cabo de todas las instituciones que en cualquier democracia liberal han de servir de contrapeso –especialmente el Tribunal Supremo y el Consejo Nacional Electoral– harían inviable cualquier intento futuro. Fue precisamente la destrucción de este último organismo independiente e imparcial lo que llevó al boicot de las elecciones legislativas hace un año, que llevaron la unanimidad chavista a la Asamblea Nacional.

Así, cuando empezó a acercarse la fecha de las presidenciales, se hizo evidente una brecha entre los opositores partidarios de no presentar ninguna candidatura para evitar que Chávez volviera a disfrazar de democracia su régimen autoritario y quienes prefirieron, pese a la casi certeza de que Chávez jamás les permitiría ganar, presentar la batalla. Escogieron como candidato al gobernador de Zulia, una próspera región venezolana donde está creciendo un movimiento autonomista que desea evitar que las leyes socialistas de Chávez acaben con su bienestar mediante un modelo como el de Hong Kong en China. Y Manuel Rosales ha llevado a cabo una larga campaña en la que ha logrado ilusionar a muchos venezolanos y preocupar al régimen haciendo propuestas de cambio, como la de repartir los dividendos del petróleo entre los ciudadanos, sin que el Gobierno se los gaste en su nombre en exportar la "revolución" por toda Latinoamérica.

Así, sin hacer mucho ruido, su candidatura ha ido lenta pero constantemente creciendo en los sondeos, algo meritorio si se tiene en cuenta lo peligroso que puede resultar para muchos expresar su predilección por los opositores de Chávez. Baste recordar que el régimen chavista recolectó a los firmantes que pidieron el revocatorio en la llamada lista Tascón para tomar represalias tanto contra los empleados públicos incluidos en ella como contra otros no directamente dependientes del Estado, a quienes se les denegaron servicios estatales como la expedición de pasaportes.

Mario Vargas Llosa ha enviado una carta a la Organización de Estados Americanos recordando que la limpieza de unas elecciones no debe limitarse al día de la votación y que se deben respetar normas preelectorales como la ausencia de coacciones, la acreditación sin trampas de los electores o la justa asignación de tiempos en los medios, algo que, denuncia, no está teniendo lugar en Venezuela. Además, se prevé que la coacción continúe el día de la votación, pues el uso previsto de máquinas captahuellas para identificar al votante hace temer por el secreto del voto y por una repetición corregida y aumentada del episodio de la lista Tascón. Que el CNE haya invitado como observadores electorales españoles sólo a diputados de PSOE e IU no deja de ser una muestra de lo que se puede esperar de la limpieza de las votaciones.

En realidad, aún suponiendo que Rosales lograra la mayoría de los votos el 3 de diciembre, resultaría ingenuo pensar que Chávez admitiría el triunfo. La única esperanza real es que el régimen se vea obligado a desprenderse de su disfraz democrático más o menos ostentosamente, y pierda aún más apoyos dentro y fuera del país.

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