Por aquello de, si no quieres caldo, tres tazas, Rubalcaba se ha ido a la comisaría de Canillas, meca de todas las checas y academia de ilusionismo antiterrorista, para anunciar que ya está verificado el alto el fuego etarra y la inequívoca disposición de los terroristas a la paz. De la entrega de las armas no ha dicho nada. De la continuidad del renacido terrorismo callejero, tampoco. De las condiciones para ese alto el fuego siempre temporal y siempre en función del comportamiento del Gobierno que la ETA ha repetido por enésima vez en “Gara”, menos aún. Hace pocos días el propio Rubalcaba constataba que no tenían pruebas de la voluntad real de los etarras de abandonar “la violencia”, eufemismo que lo significa casi todo y casi no significa nada. Pocos días después, Rubalcaba ha verificado no sabemos qué, no sabemos dónde y no sabemos cómo. Ahora bien, si lo ha verificado con Telesforo en Canillas, podemos tener la seguridad de que está mintiendo.
Lo que ha debido de suceder es que el mecanismo psico-cognitivo exhibido por Rubalcaba en el “Caso Bono” o “Caso Alonso” ha vuelto a funcionar, que ha vuelto a usar esa mirada de Supermán sin miedo a la kriptonita que le permite ver la agresión al ex-ministro de Defensa, que, según la sentencia de la Audiencia de Madrid, jamás existió, que niegan una docena de guardaespaldas de Bono y negaban todos los testigos hasta la fecha del fallo que condenó a los policías telesforinos a la cárcel por detención ilegal (luego han embarcado en una denuncia, que se califica sola, a una militante navarra de la Cosa Sociata que durante año y medio guardó silencio). Según el propio Rubalcaba, el nuevo Djerzinski, el actualizado Yehzov, el Beria de la situación, vio la agresión a Bono “con sus propios ojos”. Vio lo que no podía ver porque, según la propia investigación del juez, reflejada minuciosamente en la sentencia, según el fiscal, y los policías decentes (sancionados por serlo), amén de los testigos sin urgencias partidistas, no existió.
