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Victor D. Hanson

La mente no tan loca de Ahmadineyad

Su extraordinario diagnóstico del malestar occidental los ha convencido ahora de que pueden fabricar cuidadosamente una realidad sin Holocausto en la cual los musulmanes son las víctimas y los judíos los agresores merecedores de castigo.

“Las disputas en los territorios ocupados son parte de una guerra del destino. El resultado de cientos de años de guerra será definido en tierra palestina. Como dice el imán, Israel debe ser borrado del mapa.”

Así despotrica el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad.

Dada su retórica apocalíptica, podemos entender por qué el presidente Ahmadineyad podría querer tener un arsenal de misiles nucleares. Le permitiría hacer desfilar a un constante río de ricos emisarios europeos, amenazar a los estados árabes del Golfo para que reduzcan la producción petrolífera, neutralizar la influencia de Estados Unidos en la región y, por supuesto, destruir a Israel.

En todos sus locos pronunciamientos, Ahmadineyad refleja la opinión de que la Historia está llegando a su gran final bajo su égida. En realidad, el presidente Ahmadineyad mágicamente pone en trance incluso a su público extranjero hasta llevarlo al estupor. Sobre su reciente discurso en la ONU, alardeó así: “Sentí que de pronto la atmósfera cambió. Y por 27-28 minutos los líderes ni pestañearon”.

De modo que el nombre del aureolado Ahmadineyad vivirá por los siglos, pero solamente si él solito saca al cruzado entrometido de Jerusalén. Los chiítas pueden ser los desposeídos del mundo musulmán pero, mientras la mesiánica figura del Gran Madhi baja a la Tierra, Ahmadineyad puede hacer algo por los devotos no visto desde que Saladino echó de Palestina a los infieles. Pero por ahora, careciendo de intervención divina, la tarea de Ahmadineyad tiene dos pequeños obstáculos: conseguir la bomba y preparar al mundo para la desaparición de Israel.

Curiosamente, el primer obstáculo puede ser más fácil de vencer. Ya lo lograron unos empobrecidos Pakistán y Corea del Norte. China y Rusia le venderán a Teherán lo que sea que no pueda conseguir de manos de estados canallas. Además, Moscú y Pekín probablemente vetarán cualquier acción punitiva de la ONU.

Los impotentes diplomáticos europeos siempre cederán ante tan importante figura global, “descartando” el uso de la fuerza para detener la industria nuclear iraní mientras ofrecen dinero y relaciones comerciales si Teherán actúa cuerdamente. Estados Unidos tiene un creciente movimiento antiguerra y 180.000 de sus tropas están ocupadas ayudando al nacimiento de la democracia en Afganistán e Irak. Y de todas formas, al impredecible George W. Bush le quedan menos de tres años en el cargo.

Pero la segunda parte, esa de preparar al mundo para el fin del estado judío, es más delicada. Es cierto que el evangelio laico de Oriente Medio es el antisemitismo, proclamado cada hora desde Siria, Arabia Saudí y Pakistán. En estos lugares, los medios de comunicación del gobierno hacen retumbar cansinos sermones sobre “cerdos y monos”. Y, nuevamente, a Rusia y a China no les importa mucho lo que le pase a Israel en la medida en que su desaparición no les afecte en los negocios.

Pero Occidente es otra cosa. Allí, la historia del antisemitismo es de mucha importancia, enmarcada con el Holocausto que casi destruyó al pueblo judío europeo.

De modo que levantar dudas sobre ese genocidio es tan objetivo de Ahmadineyad, como apuntar sus armas al centro de Tel Aviv. La negación del Holocausto es un juego cansino pero su forma de abordarlo es distinta.

Ha estudiado la moderna mente postmoderna de Occidente, alimentada por la sagrada trinidad del multiculturalismo, la equivalencia moral y el relativismo. Como populista del Tercer Mundo, Ahmadineyad espera que su propio fascismo escape al escrutinio público si logra enumerar la suficiente cantidad de pecados pasados de Occidente. También entiende de victimismo. Así es que también sabe que para destruir a los israelíes, él –no ellos– debe convertirse en la víctima y que los europeos han de ser los que fuercen su mano. Citando a Ahmadineyad:

“De modo que les pregunto: Si en verdad ustedes cometieron ese gran crimen, ¿por qué la gente oprimida de Palestina debe ser castigada por ello? Si ustedes cometieron un crimen, son ustedes los que deberían pagar por ello.”

Ahmadineyad también comprende que hay millones de occidentales altamente educados pero cínicos, que no ven nada excepcional en su propia cultura. Si el democrático Estados Unidos tiene armas nucleares, ¿por qué no el Irán teocrático? “Los arsenales de Occidente rebosan a tope, sin embargo cuando es el turno de una nación como la mía para que desarrolle tecnología nuclear pacífica, ustedes objetan y recurren a las amenazas.”

Además, él sabe cómo funciona el relativismo occidental. De modo que, ¿quién puede decir que estos son “hechos”, o que esto es “verdad”, dada la tendencia de los poderosos a “construir” sus propias narrativas y llamar a ese resultado “Historia”? ¿No será que se exageró el Holocausto o que quizá hasta fue un invento, y que las simples cárceles se convirtieron en “campos de la muerte” gracias a un truco del lenguaje para apoderarse de tierra palestina?

Nos reímos pensando que todo esto es absurdo. Pero no deberíamos. El dinero, el petróleo y las amenazas han traído a los teócratas iraníes hasta el umbral mismo de un arsenal nuclear. Su extraordinario diagnóstico del malestar occidental los ha convencido ahora de que pueden fabricar cuidadosamente una realidad sin Holocausto en la cual los musulmanes son las víctimas y los judíos los agresores merecedores de castigo. Y por ende, el Irán moralmente agraviado (y nuclear) de Ahmadineyad podrá por fin, después de “cientos de años de guerra”, poner las cosas en su sitio en Oriente Medio.

Y entonces, a un mundo que desea continuar ganando dinero y conducir coches en paz no le importará mucho la forma cómo este hombre escogido por la divinidad termine finalmente con esa fastidiosa “guerra del destino”.

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