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Ocultar la realidad

Cuando las victimas se resisten a ser marginadas a su reserva de merca compasión, entonces no dudan en recurrir a la descalificación, a sembrar la cizaña entre ellas y al sistemático desprestigio de su asociación más representativa.

Una de las estrategias fundamentales de los gobiernos de Aznar en la lucha contra el terrorismo fue la movilización de la sociedad. Cada atentado tenía no sólo una dura condena desde las instituciones, sino que iba acompañado de una fuerte respuesta de los ciudadanos. El grito de “¡Basta Ya!” simbolizaba el hartazgo de una sociedad democrática que ya había pagado con demasiados muertos la conquista de su libertad y la determinación de una nación para derrotar al terrorismo con toda la fuerza de la Ley.

El gobierno de Rodriguez Zapatero ha optado, en sentido contrario, por ocultar a la sociedad los atentados terroristas. Las bombas que atentan contra las instituciones más básicas del Estado no requieren ya condena por parte del Ejecutivo. Es más, se han producido atentados como la explosión del Valle de los Caídos que el Gobierno ha mantenido ocultos durante días.

Cada vez que el presidente del gobierno habla de paz, ETA coloca un par de bombas. Los artefactos tienen además cada vez mayor carga explosiva y se dirigen contra objetivos más estratégicos como la banda. Se trata ahora de amedrentar a la Justicia como último obstáculo para la claudicación política que planea Zapatero.

El gobierno ha tenido cierto éxito en esta política. El terrorismo que llegó a ocupar la primera posición en las preocupaciones de los españoles, ocupa ya, según el último barómetro del CIS, la tercera posición y bajando. Se trata de anestesiar la sociedad antes de darle la puñalada de rendirse ante los terroristas. Que los ciudadanos olviden el dolor y el sufrimiento causado por los asesinos, que el terrorismo quede en la memoria colectiva como algo lejano y ajeno. Sólo en ese estado de amnesia colectiva será posible que Zapatero pueda culminar sus planes de claudicación ante ETA.

En esa estrategia es fundamental silenciar a las victimas, aislarlas en su locura, condescender con su dolor, pero despreciarlas políticamente. Cuando las victimas se resisten a ser marginadas a su reserva de merca compasión, entonces no dudan en recurrir a la descalificación, a sembrar la cizaña entre ellas y al sistemático desprestigio de su asociación más representativa.

Hubo un tiempo en que las victimas del terrorismo se enterraban por la noche y a escondidas. Se quería también ocultar a la sociedad española la realidad terrible del terrorismo, para no tener así que asumir las responsabilidades políticas. En la lucha contra el terror, Zapatero nos quiere conducir veinte años atrás, a los denominados años de plomo. Con ello no sólo pisotea la dignidad de las victimas, sino que renuncia al arma más poderosa que existe para derrotar al terror: la voluntad de la sociedad de derrotarlo.

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