Fue la pasada semana, entre las dos luces del atardecer. Escribo en tiempo verbal presente porque la hazaña se repite cada día, también hoy. Un autobús circula a gran velocidad por la autopista nacional de Madrid a Barcelona y en dirección contraria. Lo conduce Rodríguez, el sedicente presidente del Gobierno de España; el “soi-disant” del lenguaje de Molière que él “domina”. Mira fijamente a lo alto hacia no se sabe donde. Un enorme rotulo a la entrada informa del nombre de la autopista: “Constitución Española. Autopista Nacional”.
El autobús se llama España. En frontal y laterales lleva pintada la bandera roja y gualda. Y, aunque es el vehículo de todos los españoles, dentro sólo se acierta a ver, amparados en la oscuridad, a los del cuatripartito catalán dando órdenes al susodicho conductor kamikaze. Quienes circulan correctamente por el carril invadido intentan eludirle y hacen sonar su claxon. Algunos salen despedidos de la autopista. Tras la valla metálica muchos ciudadanos –¡casi diez millones!– gritan alarmados reclamando a la autoridad –allí presente pero inhibida– que evite la catástrofe.
Veamos los resultados de circular en dirección prohibida por la Constitución.
El vehículo del idioma español cae a la cuneta. Los cuatripartitos okupantes del autobús España han conseguido que se obligue a hablar en catalán a quien viva o viaje a Cataluña. “Es un deber impropio, es decir carente de sanción”, argumenta el chofer Rodríguez, en peregrina fórmula seudo jurídica que le sopla Rubalcaba, un químico o más bien alquimista metido a político, también a bordo.
El “trailer” del poder legislativo, exclusiva del Parlamento nacional, se estampa contra el blindaje estatutario al “margen” de la Constitución. Y resulta destrozada su facultad de legislar unitariamente para todo el territorio español. Desde ahora no habrá obstáculo para que el homólogo de Cataluña apruebe leyes para separarla del resto de España. “¡Qué importa!”, dice el kamikaze promotor. “El concepto de Nación es debatido y debatible. Póngase pues en el preámbulo del Estatut, conforme aconseja mi alquimista”.
La furgoneta de la Justicia es impulsada a la cuneta al esquivar el bus de Rodriguez que se salta la señal de tráfico que obliga a cumplir toda sentencia. Y entre ellas la del Tribunal Supremo que ilegalizó a Batasuna y prohibió sus reuniones por ser organización terrorista. No obstante tal impedimento, los batasunos pretendían celebrar una asamblea en Baracaldo el próximo sábado 21 de enero. “Es el derecho fundamental de reunión que ampara también a los delincuentes”, argumentaba el kamikaze Rodríguez coreado desde el arcén por la Vice de la Vega y su Ministro de Justicia.
No contaban con que la Justicia, aunque modesta, sigue siendo más bien independiente. Su “furgoneta” recupera la autopista dando un empellón al kamikaze. El juez Grande Marlaska ha prolongado por dos años la suspensión de toda actividad de la banda, cerrado sus sedes y ordenado al Gobierno vasco que impida la ilegal asamblea. A Ibarreche se le atragantará el cava con que brindó el lunes en Vitoria, con Carod, por la resurrección de su viejo Plan a la sombra del Estatut.
¿Quien para al kamikaze y arregla los desperfectos? Nos lo preguntamos los españoles mientras autoridades y partidos debaten sobre el sexo de los ángeles.
Siendo competente el Tribunal Constitucional para anular el Estatut, no llegará a tiempo. Aunque hubiera voluntad, que lo dudo, requiere formalmente su previa aprobación por el Parlamento español. Y de aprobarlo el victimismo cuatripartito dificultará dar marcha atrás.
El PP, que parece abandonar su viaje al centro ... de la tierra, intenta pararlo pero es abucheado y arrollado. Se le ha negado toda intervención y sus declaraciones en defensa de la circulación constitucional “crispan”, “palabro” machaconamente repetido por cientos de indocumentados crispines.
Hay coincidencia entre los ciudadanos – entre ellos los buenos catalanes - en que podría paralizar todo la élite del PSOE, especialmente el tándem Guerra-González. El primero, que expresó claramente su aversión a esta reforma estatutaria, presidirá la Comisión Constitucional del Congreso, la competente para detener la locura. El segundo, Felipe González, ha manifestado su desacuerdo con el Estatut; en Jaca ante los militares y recientemente en Sevilla bautizándolo de “cagada” (sic) y a ZP de residuo escatológico, o sea, vulgar “eme”. También mostraron su contrariedad socialistas de la categoría de Rodríguez Ibarra, y el alcalde coruñés Vázquez pero, ¿qué harán en definitiva? Bono se envuelve en la bandera española con propósitos de promoción personal. Y Chaves, el de la Andalucía “planchada” por el Estatut, acepta definir en su preámbulo a Cataluña como nación.
Un historiador de gran prestigio calificó de suicida político al presidente Rodríguez, el kamikaze de este mi comentario. Fue en el celebre “Más se perdió en Cuba” de Radio Intereconomía, el programa de las 20 horas de domingos y festivos. Hay abundante literatura médica. Un prototipo es Ayax, el héroe maniático de la tragedia griega, que buscaba ganar las batallas por si solo, para atribuirse la victoria sin solicitar auxilio o aparentando no pedirlo. Aunque cortitos, se creen poseedores de facultades para triunfar. En la voz “suicida político”, del Google, encontrarán pistas.
Sólo el pueblo español podrá pararlo. No basta, aunque sea sacrificado e importante, manifestarse en las calles de Madrid. Sugiero una formula más sencilla. Fijar un día y hora concreta –por ejemplo los martes a las 12– para que, en toda España y al unísono, los ciudadanos hagamos sonar el claxon de nuestro vehículo. Durante un minuto y de día para no incordiar a los enfermos. En febrero, antes de la aprobación de los estatutos catalán, vasco y gallego. A tiempo de evitar el gran choque en la autopista constitucional; quizá el que alertó el general Mena y alientan algunos paisanos como los injuriantes delAvui y sus mecenas. Mejor “ruido de cláxones” que “ruido de sables”.