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Amando de Miguel

Jergas y jerigonzas

Recordemos que el arte del insulto es un trasunto de la riqueza del idioma. No me vengan con remilgos feministas.

Por lo general, aquí nos referimos a la lengua más o menos culta, la de intercambio común. Pero a veces hay que descender a los barrios bajos del idioma. Ahí están las jergas y jerigonzas de grupos reducidos. No vamos a hacer ascos al número.

Eloy Oliveri (Santander) me envía una lista de 223 palabras, con su significado correspondiente, que se asimilan a los grupos de jóvenes marchosos de Cantabria (varones ellos). Es un verdadero diccionario de jerga. Le animo a que lo complete y lo publique. Con menos material se han hecho tesis doctorales. Aquí solo tengo espacio para recoger algunas de esas voces, a cual más ingeniosa y expresiva:

  • Alineación: Lista de gente que sale de “marcha” por la noche.
  • Bumpi: Autobús
  • Caerse del equipo: Renunciar a salir de “marcha” en el último momento
  • De la muerte: Óptimo, sensacional
  • Dejar el sacerdocio: Ser infiel o dejar a la novia
  • Donante de aceite: Maricón
  • Padre: Máximo, muy grande
  • Policía: La “parienta” de uno (esposa, novia)
  • Porculín: Adiós, hasta luego
  • Tener más tablas que Leroy Merlín: Ser muy experto en algo.

Así, hasta 223.

Pablo Gómez Rivas se asombra de algunos barbarismos como “poner en valor”. Arguye que en francés mettre en valeur es “aprovechar”. Pero aquí hemos dado en buscar la equivalencia redicha de “valorar”. Pero nada como “poner en riesgo” que don Pablo apuntó en el debate del Estatuto, dicho por Zapatero. Más barbarismos. Don Pablo acaba de oír en RNE lo de la “gripe aviaria” (= aviary flu). Hombre, se dice mejor aviar, pero lo de aviaria tampoco molesta mucho.

Juan Ponce aduce dos palabros de moda en la jerga de los medios de comunicación: calcinados y efectivos (sustantivo). Le doy la razón en que los bosques “calcinados por los incendios” no quedan “abrasados por completo”, ni mucho menos “reducidos a cal”. Son los dos significados que da el diccionario. Muchos árboles retoñan, sobre todo los autóctonos. Otros solo se chamuscan. La televisión enfoca siempre la zona abrasada. A los alcaldes, vecinos y a los madereros les interesa la calificación de “zona catastrófica”.

Tiene también razón don Juan en lo de “efectivos” como equivalente de agentes, bomberos, guardias, soldados, etc. Puede sustituirse también por fuerzas, personas dependientes de la organización que sea. Es un anglicismo insufrible. Esto de la jerga empieza a ser una juerga.

Manuel Caridad me escribe para contarme sus cuitas al tratar de hincarle el diente a unos textos de la UNED sobre traducción. Copia esta frasecita: “Mientras que los semas son los rasgos mínimos de significado que son operativos dentro de un único campo léxico, los clasemas son los componentes de sentido general que son comunes a los lexemas pertenecientes a varios campos léxicos diferentes, los cuales tienden a ser lexicalizados y gramaticalizados”. Comenta resignado don Manuel: “Claro ¿no?”. Añado por mi parte que muchas veces los textos sobre la lengua acaban produciendo una suerte de glotofobia, si se me permite el neologismo, fácilmente comprensible.

Rafael Barceló anda intrigado con la expresión “pendón desorejado”. Originariamentependónquiere decir bandera, enseña, cualquier tela o adorno llamativo. Popularmente, lospendoneseran los retazos de telas que quedaban sobrantes en el obrador de los sastres. Naturalmente, eran de distintos colores y texturas. Con ellas se hacían “centones”, esto es, colchas o vestidos multicolores (en ingléspatchwork). Es muy posible que algunas putas se vistieran así, por lo que se produjo la metonimia de designar como “pendones” a las putas. De ahí se derivó lo dependejo, que es como prostituta muy arrastrada. Por si fuera poco despectivo lo de pendón, se añadieron algunas subclases. Por ejemplo, “pendón verbenero”, la puta que andaba a la caza de clientes por los bailes populares madrileños. Como estrato ínfimo estaba el “pendón (o putón) desorejado”. Decir “desorejado” equivalía a vil, infame, porque cortar las orejas era una pena infamante para algunos delincuentes. Recordemos que el arte del insulto es un trasunto de la riqueza del idioma. No me vengan con remilgos feministas.

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