No hay que defender la España de los Reyes Católicos, dice Bono. Pero no hay problema para el que vive mentalmente en la Galicia de los suevos o en la Cataluña de Guifré el Pilós, cuatro dedos sanguinolientos sobre un escudo dorado. Tampoco lo hay si unos alucinados usan el dinero de los impuestos para meterle a usted –escéptico o traidor– en su visión, que es una profecía hacia atrás. Los nacionalistas son buenísimos adivinando el pasado.
La Nación se nos ha convertido, casi sin darnos cuenta, en un Estado plurinacional a resultas de las fiebres liliputienses que indujo e induce un puñado de gobernantes autonómicos premodernos. Sin oficio ni beneficio, zurupetos nutridos por la teta del erario se han venido comportado con la ciudadanía al modo de esas víctimas del síndrome de Munchausen: madres abnegadas y solícitas, se desviven por hijas a las que han provocado su enfermedad, a las que mantienen primorosamente enfermas.
Llevan décadas inoculándonos un mal de pasiones, visiones y arrebatos. Nos administran unos vigorizantes nacionales que parecen los cafelitos que le sirve a Ingrid Bergman, en Encadenados, la bruja de su suegra. Unos creen que su vida va a ser mejor en cuanto lleguen los papeles de Salamanca. Otros se sienten más seguros sabiendo que los policías nacionales no pueden ir armados por estos pagos. Este ha caído en el insomnio porque ya no soporta más el déficit fiscal; ese ha perdido el apetito porque en los patios de los colegios se sigue usando el castellano; aquel sufre urticaria cada vez que ve ondear la bandera española en la Plaça de Sant Jaume. Pero lo único enfermizo son los cuidadores, el morboso termómetro, el sutil instrumental con el que la clase política y los medios del oasis nos miden las constantes a diario.
Ya los oigo. Lo hacen por nuestro bien, quejarse es cosa de dementes. Fuera de eso no hay ningún malestar, y, como ha observado Rodríguez, mucho menos en el ejército. No hay malestar en las empresas, ni en la judicatura, ni entre los docentes, ni entre lospeperosapestados. Nada, un loco que no sabe dónde está y que amenaza con una huelga de hambre porque quiere educar a su hija en castellano. Y unos cuantos nostálgicos que viven en la España de los Reyes Católicos. Lo dice Bono, que no es nacionalista.