Ayer el estadio Vicente Calderón dictó sentencia contra Carlos Bianchi. Dicen los "atleticólogos", o sea los especialistas en la complicada historia del Atlético de Madrid, que nunca se había producido una circunstancia semejante a esa. Al menos, no tan pronto. Aún no hemos alcanzado el "ecuador" de la Liga (qué bonito eso de "ecuador") y los aficionados ya han manifestado claramente su parecer: "¡Bianchi, vete ya!"... Claro que Jesús Gil (q.e.p.d.) tampoco daba mucho tiempo para que el público expresara con tranquilidad su opinión. El presidente Gil era una especie de Billy the kid de Burgo de Osma, enseguida desenfundaba el rotulador rojo y ponía a uno, dos, tres o cuatro entrenadores de patitas en la calle. Los que fuera menester.
Bianchi ha entrado en una dinámica muy peligrosa, un proceso que podríamos bautizar a partir de ahora como "luxemburguización". Igual que le sucedió al ex entrenador madridista, Bianchi también se muestra "optimista por naturaleza" y sigue creyendo que puede sacar al equipo adelante. Y como le ocurría al entrenador brasileño del Real Madrid, Bianchi también respeta profundamente la opinión de los aficionados. Enrique Cerezo ha ratificado en su puesto a Carlos Bianchi, cuestión ésta que, de no ser por el auténtico pastón que deberían abonarle al "virrey", podría suponer su más que posible destitución. La única diferencia entre Vanderlei Luxemburgo y Bianchi es la económica, de ahí que el entrenador rojiblanco pueda ser más "optimista por naturaleza" aún que su colega del Real Madrid.