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Blasco M. Peñaherrera Padilla

El cuento del bloqueo

Cuba, pese al “bloqueo”, amén de haber comerciado con el mundo entero y de la caudalosa asistencia soviética en tiempos de la Guerra Fría, ha sido receptora de cuantiosas inversiones europeas, asiáticas e inclusive latinoamericanas

El primer día del 2006 se cumplieron 47 años de la apoteósica llegada del doctor Fidel Castro Ruz y sus barbudos a la capital de su patria. Y se cumplirán también 45 años de la invención del cuento más escuchado, comentado y controvertido en materia de política internacional: el cuento del “bloqueo”. Me refiero a la denuncia y la protesta del líder cubano contra la decisión del gobierno de los Estados Unidos de cerrar sus fronteras al acceso de productos o bienes procedentes de Cuba y de impedir la salida de sus exportaciones hacia ese país, tomada como represalia a la incautación de empresas estadounidenses decretada a los pocos meses de iniciado el gobierno revolucionario.
 
Esta decisión norteamericana fue denominada “bloqueo” porque habiendo sido el mercado de ese país el que absorbía más del 80% de los productos cubanos y al mismo tiempo suministraba al menos el 60% de los que requería la Isla, la suspensión casi total de ese flujo tuvo las características de un “bloqueo”. Algunos de los gobiernos “gringos” que se han sucedido durante la “era fidelista” trataron de hacer extensivo este cierre comercial a otros países, como lo pretendía el célebre senador Helms, pero fracasaron en el intento. Es que, en materia de comercio internacional, lo que cuenta no son las simpatías ni las afinidades ni los principios ideológicos, sino los intereses. Y por ser esto así, Cuba, pese al “bloqueo”, amén de haber comerciado con el mundo entero y de la caudalosa asistencia soviética en tiempos de la Guerra Fría, ha sido receptora de cuantiosas inversiones europeas, asiáticas e inclusive latinoamericanas, sobre todo relacionadas con la industria del turismo.
 
Sin embargo, desde que el barbudo presidente vitalicio tenía 35 años hasta sus actuales setenta y nueve, en todos los foros y en todas las reuniones, en todos los discursos y en todas las declaraciones, no ha dejado de condenar al “embargo criminal impuesto por el imperialismo yanqui” y de sindicarlo como la causa fundamental para que, pese a todos sus esfuerzos, aciertos y sacrificios, no haya podido colocar a Cuba en la cima del desarrollo. Y del mismo modo, no ha concluido foro, cumbre, asamblea o conferencia alguna sobre temas de la política y el desarrollo de América Latina en que no se hubiera incluido una declaración, una protesta o una propuesta “condenando el bloqueo a Cuba”, incitando y hasta conminando al Gobierno norteamericano a ponerle punto final sin más demora. Como lo ha hecho, en el primero de sus pronunciamientos, el flamante presidente electo de Bolivia Evo Morales.
 
Todo esto quiere decir que el comercio con los Estados Unidos de América sería sumamente importante e indudablemente beneficioso para Cuba. Que lo sería en una medida tal como no lo ha sido el intercambio favorable con el resto del mundo, porque éste no ha bastado para rescatar a la mayor de las Antillas de la pobreza y el subdesarrollo. Si esto es así, ¿por qué los mismos líderes políticos, los sesudos analistas y los laureados escritores y tecnócratas que claman porque se ponga punto final al “bloqueo criminal” a Cuba se oponen con igual fervor, indignación y energía al avance de las negociaciones de los tratados de libre comercio con los Estados Unidos? Ellos persisten en sostener la vieja tesis de Cardozo y Faleto de que “los términos desfavorables del intercambio” son inevitables cuando se comercia con “la potencia unipolar” y son la causa determinante del subdesarrollo y la pobreza. Pues, me parece que esto solo se puede entender como una de las más aberrantes paradojas del maniqueísmo sociopopulista.

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