En “Peregrinos políticos”, una exhaustiva investigación sobre la atracción que ejerció el comunismo entre los intelectuales de las sociedades capitalistas, el sociólogo Paul Hollander recoge la anécdota que le sucedió a Jonathan Mirsky, que había quedado maravillado por la China de Mao en 1972. Siete años después, cuando Mirsky reconocía que allí se había envainado su capacidad crítica, se encontró con uno de los guías que había tenido en tierras chinas, y éste le dijo: “Nosotros queríamos embaucarle. Pero usted deseaba ser embaucado”. Ese deseo, que para algunos era auténtica necesidad, regía entonces en las filas de la izquierda. No querían saber la verdad, y es por ello que no la sabían.
Pasó aquella época, pocos se atreven hoy a ensalzar el comunismo, contentándose los nostálgicos con trastocar la realidad, al modo que lo acaba de hacer Harold Pinter en su discurso del Nobel. Pero el mecanismo psicológico que permitió aquel engaño gigantesco continúa intacto. Las pautas de pensamiento de los que circulan con anteojeras ideológicas responden al mismo resorte. Su punto de partida no son los hechos, los sucesos, la realidad, sino la construcción mental previa. Ésta dirige la percepción y la reflexión, y no al revés. Seducidos por la ideología, tragan carros y carretas, como en su día tragaron personas inteligentes y notables científicos las mentiras del poder comunista.
Pienso en esto cuando veo el tríptico que acaban de presentar la Asociación de Víctimas del Terrorismo y la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M pidiendo respuestas e investigación al Congreso, al Gobierno y a la Fiscalía, sobre aquella masacre que conmovió a España, que conmovería sus sentimientos y a la postre, también sus cimientos. Pues el tríptico se despliega bajo este lema: “Queremos saber la verdad”. El mismo lema que, dos días después del atentado, coreaban indignadas miles de personas ante las sedes del Partido Popular, entonces en el gobierno. ¿Qué ha sido de aquel urgente deseo de verdad? ¿Se dan por satisfechas aquellas y otras personas con la versión oficial de los hechos? ¿No aprecian contradicciones, lagunas, enigmas, zonas oscuras?
Los interrogantes que se formulan en ese tríptico, siguen abiertos y planean como una pesadilla de la que algún día habrá que despertar. Más allá del gobierno, que sus razones tendrá para encerrarse en su consigna de que todo está claro, uno se encuentra a personas que ya no quieren saber nada más de aquello. Que han decidido pasar página, sepultar la pesadilla bajo siete llaves, abrumados por la complejidad del caso y los abismos a los que nos asoma. Pero, ¿y aquellos decididos perseguidores de la verdad que aparecieron el 13-M? Pues esos, no sé si todos, pero intuyo que muchos, no salieron a la calle movidos por su deseo de saber la verdad. Así lo proclamaban, puede que lo creyeran en aquel momento, pero la chispa que los puso en marcha era el convencimiento de que el PP mentía. Más aún, de que el PP no podía hacer ni haría nunca otra cosa que mentir. Así lo dictaba su construcción apriorística. Era el deseo de echar al PP del gobierno. Y una vez logrado esto, la chispa se apagó; ya no era necesaria. Nunca quisieron saber la verdad del 11-M y por eso no la querrán saber ahora. Para ellos, el caso no era el 11-M, sino el PP.