En su intento por justificar la venta de armas a la revolución bolivariana, José Bono cometió el desliz, imperdonable para buena parte de la izquierda española, de poner en un mismo saco al dictador cubano, Fidel Castro, y al ex dictador chileno, Augusto Pinochet, como ejemplo de regímenes no democráticos que no surgieron de las urnas.
No es clara cual fue la intencionalidad del ministro de Defensa con esas palabras, si realizar un guiño a Washington con el que calmar el malestar de la administración Bush por una venta que consideran peligrosa para la estabilidad del hemisferio, un gesto cara al sector más moderado de la sociedad española perplejo ante la venta de armas a un régimen de dudosas credibilidad democrática, o simplemente tratar de poner una nueva zancadilla al dúo Zapatero-Moratinos que ha hecho del acercamiento a Cuba uno de los ejes de su política exterior.
En todo caso, a pesar de que la comparación podría resultar incluso beneficiosa para el totalitarismo cubano, si es que fuera mesurable el sufrimiento humano causado en ambos casos, la reacción diplomática de La Habana fue furibunda, llamando de inmediato a consultas a nuestro embajador para expresarle la protesta formal del Gobierno cubano por las declaraciones del ministro de Defensa español.
La comparación con el dictador chileno debió resultar especialmente hiriente para Fidel Castro porque se sintió traicionado por alguien al que consideraba amigo, y al que incluso había llegado a invitar a una estancia en la isla. En efecto, según reconoció públicamente José Bono en las Cortes de Castilla-La Mancha, el actual ministro de Defensa fue invitado especial del régimen cubano, siendo aún presidente de esa Comunidad Autónoma, a una estancia en una de las residencias a disposición de la oligarquía comunista para disfrutar, al parecer junto a parte de su familia, de las delicias del Caribe al que desde entonces el ministro cogió tanta afición.
Quizá ese viaje, y otros muchos de actuales dirigentes socialitas españoles, sea parte de los dardos que guarda en la particular “mochila” con los que el dictador cubano amenazó la pasada semana al PSOE tras otras declaraciones de Trinidad Jiménez en las que osaba pedir a la dictadura castrista que pusiera fin a “los actos de repudio” y a la “persecución política” contra un disidente que es de la cuerda socialista.
Nuevamente estas declaraciones provocaron una reacción inmediata, en este caso del propio dictador en persona. Las consideran una nueva traición de un partido que en boca de su presidente en la Comisión de Exteriores en el Congreso goza de “cierta legitimidad” y al que el régimen cubano considera su principal aliado en Europa. La política de acercamiento impulsada por Rodríguez Zapatero y por Moratinos a la dictadura castrista está encontrando así algunos contratiempos.