Javier Velázquez (Jerez de la Frontera) señala que en México ha visto que emplean la expresión “desarrollo sustentable” en lugar de la manida “desarrollo sostenible”. Sigue sin gustarme. Prefiero, de todas todas, “desarrollo duradero” o “perdurable”, como sugirió en su día un imaginativo libertario, José Luis Germán. La idea que se quiere transmitir es que el desarrollo auténtico es el que no esquilma los recursos y, por tanto, permite que las siguientes generaciones puedan seguir produciendo riqueza. Luego se trata de una dimensión temporal más que física. Lo de “sostenible” es una importación fraudulenta del inglés, por mucho latín que haya detrás. Pero el pensamiento progresista dominante odia todo lo norteamericano y se pirria por los anglicismos.
Octavio Villamón Font anota este neologismo referido a los usos deportivos: equipación. Por ejemplo, “la equipación es pantalón y camiseta blanca”. Me suena mal. Tenemos equipamiento, que a un apuro podría servir. Pero el “equipamiento” es más la acción de equiparse o provisionarse. Don Octavio sugiere que tiremos de “uniforme”, que bien puede ser deportivo y no solo militar, escolar o de algunas ocupaciones. En efecto, cabría decir el “uniforme deportivo”. Lo del “equipo deportivo” para las prendas reglamentarias se podría confundir con el “equipo” como conjunto de jugadores. Vamos a ver si cuaja la sugerencia octaviana de “uniforme” para el conjunto de prendas deportivas reglamentarias.
Jesús del Álamo inquiere si es correcto el verbo descarcelar para sacar a una víctima que ha quedado atrapada en un coche accidentado. A él le suena mal; a mí también. Y eso que a mí me gusta mucho el prefijo des-. Don Jesús plantea la vieja cuestión de llamar hosteleros a los restauradores. Apoyo la apuesta, pero la tenemos perdida. En la acción de comer bien en un establecimiento, lo de menos es “restaurar” fuerzas, pero la influencia francesa es aquí definitiva.
José Antonio Martínez Pons sugiere que traduzcamos la palabra japonesa tsunami por “aguajo”. Tampoco hay que hacer ascos a uno de los pocos niponismos que tenemos. Puede ser un intercambio para tempura (= pescado crudo). Los japoneses lo derivaron de la comida de témporas (= días de vigilia) que decían los jesuitas del siglo XVI. En todo caso, sería mejor castellanizar el tsunami y llamarlo sunami.
Cándido Alvarado M. (San Pedro Sula, Honduras) me comunica que, en su país, a los entrenadores de fútbol, los llaman “profesores”. Don Cándido se irrita y con razón. Bien está que llamemos “profesores” a los músicos de una orquesta, pero nada más. Aunque la avidez de los futboleros por las metáforas resulta insaciable.
Juan Navarro Balsalobre me dice que un amigo suyo, profesor de la Universidad de Alicante, le asegura que Inglaterra viene de “In gala terra” (= en tierra de los galos). No lo creo. “Inglaterra” es la adaptación de England, es decir, tierra de los Engle o Angle. Era una tribu procedente de Germania que llegó a la isla después de la caída del imperio romano.
José María Corella confiesa que le ha llamado mucho la atención “eso de que el paraíso terrenal estaba en Olot”. Hombre, es una humorada. Recuerdo haberla comentado algunas veces con Joan Hurtalà, siempre en tono de chanza, naturalmente. En el mismo tono, tan saludable, me comenta don José María la tesis de un padre escolapio respecto a que el Paraíso Terrenal estuvo en Guipúzcoa y que la lengua en que habló Dios a Adán y Eva fue el vascuence. En apoyo de su tesis, el escolapio se fija en la voz Eva, compuesta de ez (= no) y bai (= sí). Más aún, avanza que el nombre de España procede del vascuence. No hay más que ver que ezpain (= labio) se refiere al labio superior que hace la península Ibérica para cerrar la boca de Gibraltar. Francamente, me resulta admirable la imaginación del clérigo guipuzcoano.
José Antonio Martínez Pons recuerda que el adjetivo sicalíptico proviene de un empresario del género de revista que, al describir el éxito de un espectáculo, quiso decir “apocalíptico”. Realmente fue un trabucamiento, pues dijo “sicalíptico” y así quedó. Hay otra versión, creo que más auténtica. La palabreja sicalipsis ─ para aludir a los espectáculos pornográficos o simplemente pícaros─ fue inventada en una tertulia como una chanza. Viene del griego sikon (= higo) y aleifis (= frotar). No puedo ser más explícito sin que me acusen de horrendos crímenes. Fue una palabra de moda hace un siglo, pero hoy está en desuso. Amenazo con publicar una biografía fantaseada de Felipe Trigo, maestro de la novela “sicalíptica”, aunque él prefería la calificación de “erótica”.
Rafael Valero Albaladejo tiene entendido que el verbo comportar se utiliza en sentido positivo, mientras que conllevar se aplica a algo negativo. No creo que se pueda mantener esa distinción. Los dos verbos vienen a significar algo parecido: sufrir, soportar, aguantar. Pero, dado que conllevar se reduce cada vez más a “suponer”, lo mejor es pasarse a ese último verbo cuando se quiera significar esa acción. Así dejamos conllevar para sufrir, soportar, aguantar algo que se nos viene encima de forma inevitable. Es famosa la expresión de José Ortega y Gasset: “el problema catalán hay que conllevarlo”.
Ramón Trevilla Murciano se plantea la duda de qué forma presentar a su cónyuge: “mi señora”, “mi esposa” o “mi mujer”. Las tres formas valen. Quizá la más razonable sea hoy “mi mujer”. Caben otras: “mi compañera”, “mi pareja”. Desde luego, ni en broma se puede decir “mi cónyuge”. Como broma se pueden admitir otras fórmulas: “Mi parienta”, “mi enmienda a la totalidad”, “mi novia”.