Poco a poco lo vamos consiguiendo. Con el despliegue informativo en torno al trigésimo aniversario de la muerte de Franco hemos dado un paso más. Después de haber logrado que España entera corriera delante de los grises, ahora tenemos la certeza de que todos los españolitos, salvo Blas Piñar y algún otro montaraz, celebraron con champán la muerte del dictador. Para los que teníamos entonces ojos y oídos, y hasta militancia política, esto de la recuperación de la “memoria histórica” es una caja de sorpresas. Y realmente divertidas son, por su fenomenal desajuste con los hechos. Porque la matraca de la “memoria” consiste en lo contrario de lo que dice proponerse. No se trata de reconstruir la realidad con sus luces y sombras, no. Se pretende borrar de ella que España fue una vez franquista, si no entera, casi toda, y si no ferviente e incondicional, sí confortablemente instalada en la aurora de la prosperidad y el principio de no inmiscuirse en política.
Con estos borrados, no hay modo de explicar la larga vida del franquismo salvo recurriendo en exclusiva al tópico de la represión y el miedo. Que ambos existieron, es un hecho. Pero su intensidad decayó con los años, salvo para los casos de terrorismo. Y fuese como fuese, ni lo uno ni lo otro permiten entender la antipatía que mostraba el común de las gentes hacia los activistas y sus acciones. Ni tampoco que ya muerto el dictador, miles de personas pasaran horas haciendo cola para tributarle un último adiós. Podían no haber ido, pero fueron. Y es que si España no era franquista a la muerte de Franco, decir que era antifranquista raya en lo alucinatorio. Pero ahí están los documentales y las series que nos sirven de un tiempo a esta parte, para corregir tamaño borrón en la historia de este pueblo. Los Winston Smith están de suerte; se les acumula el trabajo.
Y los que jalean y emplean a los Smith no son siquiera, en muchos casos, figuras de la vieja guardia antifranquista. Por contra, se diría que quienes eran indiferentes, apolíticos, o las veían venir desde la orilla, han encontrado el momento para rescribir su propia historia y resolver frustraciones. Y junto a ellos, los partidos políticos que han creído hallar en la reinvención del pasado un filón para cargar de tintes melodramáticos la polaridad izquierda-derecha. Lo hacen a través de ese revisionismo histórico que simplifica infantilmente la Guerra Civil y niega el apoyo que concitó el régimen de Franco entre amplias capas de la sociedad española. Y que niega también, claro, las razones por las que gozaba de respaldo. Por ello deben pintar un negrísimo panorama de miseria, terror, cerrazón y atraso, que sólo correspondería, en rigor, a la primera época del régimen.