Un ideólogo socialista escribe sobre “el fenómeno Rodríguez Zapatero” sin reparar en que éste es antes un asunto psicológico que político. Ignacio Sotelo, pobre, ya sólo sirve para dar una pobre cobertura ideológica a quien está necesitado de cura moral. En España estamos pasando del análisis de los sucesos del Gobierno a la evaluación psicológica del sujeto que preside tan alta magistratura. Después de las últimas encuestas, casi nadie cuestiona que Zapatero, el presidente del Gobierno, es el origen de buena parte de los grandes problemas de España, especialmente es el principal irresponsable, junto a algunos otros miembros de su Gabinete, de cuestionar la unidad de España. Al pasar de solución a problema, de hombre de gobierno a individuo sin prudencia política, el presidente de Gobierno ha dejado de ser sujeto de atención política para pasar a ser objeto de análisis psicológico.
Las columnas sobre la capacidad intelectual de Zapatero empiezan a ser superiores a los textos que analizan las graves consecuencias que traen aparejadas su toma de decisiones. Algo grave está pasando en España, cuando pasamos del análisis de acciones y hechos políticos más o menos contrastables a evaluaciones psicológicas sobre el presidente del Gobierno. “No es tan tonto como la gente cree”, “no explica para evitar dar pistas a los adversarios”, “algo tendrá el hombre cuando ha llegado a secretario general del PSOE”, “ha dado muestras de inteligencia al recibir a los manifestantes contra la LOE” y así podría seguir citando “frases” que, de una u otra forma, se refieren a las capacidades intelectuales del presidente del Gobierno. Es para sentir vértigo, si fuera verdad lo que ha dicho Vidal Quadras de Rodríguez Zapatero: “tiene menos inteligencia que un mosquito”. Y, ciertamente, siento vértigo, pues que, si hay alguien en España del que no puede ponerse en duda su inteligencia, este es Alejo Vidal.
No se trata, en fin, de descalificar a Zapatero, porque nos guste más o menos su política, sino que ante la imposibilidad de comprender cuáles son los fines que quiere para España, los ciudadanos tienen todo el derecho del mundo a recurrir a cualquier tipo de “ciencia”, incluida la psicología, para averiguar cuál es la patología de un político, de un hombre público, del primer representante del Gobierno, que no quiere, no sabe o no puede explicar a sus ciudadanos qué pretende hacer con la nación española. Acaso, por eso, el estudio psicológico de un personaje público puede ser de gran utilidad para ayudarnos a conocer sus reacciones ante un determinado problema. Saber de la psicología de un político, sin duda alguna, puede orientarnos para comprender tanto la relación con sus compañeros de partido como con sus adversarios políticos.
Pero, no nos engañemos, sólo recurrimos al estudio psicológico, a veces psicopatológico, de un político, cuando no logramos entender ni su discurso intelectual ni su acción de gobierno. Precisamente, por eso, a los columnistas y analistas políticos no les queda otro remedio qué buscar las capacidades intelectuales del hombre que parece llevarnos, según también las encuestas, al despeñadero. Sin embargo, hay gentes que se autoproclaman “intelectuales” y “científicos sociales”, como Ignacio Sotelo, que prefieren cantar las bondades ideológicas del “fenómeno Rodríguez Zapatero, incluso justificar arteramente su carencia absoluta de “discurso programático” –hay que ser muy necio, intelectualmente hablando, para mantener que un político demócrata no necesita un discurso programático-, antes que reconocer que estamos ante un “fenómeno, sí, psicológico”, casi patológico, que está arruinando un país.