El Partido apenas acaba de llegar al poder. Formalmente, la Constitución aún sigue vigente y en la retórica oficial el Gobierno se presenta como el garante de las libertades; de todas las libertades, también las de los judíos. En apariencia, pues, nada anormal ocurre. Sin embargo, lo que ha de acontecer se palpa en el ambiente. Nadie lo ignora. Algunos germanos de origen hebreo, discretamente, sin hacer ruido, ya han vendido sus bienes y abandonado el país. Incluso mucho antes de que el Partido soñase con controlar el Estado, ese éxodo se había convertido en un lento goteo; silente y discreto, sí, pero constante.
Para el Partido los judíos no suponen un problema: son el problema. Y ahora, el Partido controla las instituciones; todas las instituciones. Los llamados a callar, lo saben; quienes deben gritar, también lo saben. Así, un juez de Múnich brama por las calles que alguno de esos marranos debería ser ejecutado. Nadie en la ciudad lo critica; al contrario, se le cita con respeto y admiración. “Hay que resolver el problema judío”, sentencia a diario el coro los entusiastas de la causa. Ayer mismo, el director del informativo nocturno de Baviera Información, la emisora pública, advertía a los rabinos locales contra su propia gente.
Gaspar Hernández, que por tal responde el disciplinado camarada, escribía: “Esos judíos les lanzan cubos de mierda encima, y la parte insultada paga religiosamente para que la insulten y le sigan lanzando cubos de mierda encima, marcando la casilla Asignación tributaria a la Iglesia Judía en la declaración de la renta (…) Los rabinos de Baviera deberían hacer un boicot permanente a las reuniones del Consejo Hebraico de Alemania hasta que su emisora de radio no cambie de tono o se disuelva”. Luego, añadía: “No se ha visto nunca que los accionistas de una empresa se dejen insultar por empleados de la propia empresa”. Sin embargo, sí se ha visto que un columnista llene de mierda al director de su propio periódico desde sus propias páginas. Pues el tal Hernández ha colocado su granito de arena a favor del gran progrom en la edición bávara de El Mundo, donde trabaja.