Tía Mercedes me llama para decirme que exagero. Tía Mercedes siendo muy anciana considera que lo sabe todo, porque lo ha visto todo, y opina que en mi última carta me he pasado, hablando de “guerrilla urbana” e “intifada”, que he demostrado paranoia aguda sugiriendo que habría un “complot islámico” contra Francia. No sólo contra Francia, le respondía, contra Europa y Occidente en general”. Estás hablando como “la voz de su amo”, esa es la opinión oficial, la de los medios y de todas los avestruces que hunden el pico en la arena de puro miedo.
Para que esa conversación probada se convierta en diálogo “digital”, daré muy esquemáticamente, alguna precisión. Si la situación de los emigrantes en Francia (y Europa) fuera ese infierno que algunos describen, no habría tantos miles de inmigrantes que intentan, incluso arriesgando sus vidas, alcanzar dicho infierno e instalarse, legal o ilegalmente. Sí, efectivamente, se han creado algo así como “guetos” en muchos suburbios, esto no se debe sólo a un urbanismo de aquelarre de los sucesivos gobiernos desde hace treinta años, o más, se debe también al racismo de los franceses que se niegan rotundamente a vivir en las mismas casas o torres que los africanos.
Si la urbanización, tan monstruosa, demuestra el desprecio de los urbanistas por la gente, su deterioro es, por lo general, obra de sus habitantes, o de grupos de gamberros, que destruyen los ascensores, cubren las escaleras y pasillos de pintadas, y venden grifa en cada rellano. Pero el sueño totalitario de tantos arquitectos y sociólogos que consideran que una buena (y bella) vivienda dará a luz una vida buena, en una buena sociedad, constituye un mero delirio de difícil curación.
Si el fracaso educativo es común a la mayoría de los franceses, es cierto, en cambio, que el paro es más importantes en esos suburbios en donde la población está compuesta de franceses de origen africano en su mayoría. Por esos y otros motivos, la verdad es que existen en Francia, desde hace lustros, zonas fuera de la ley, con bandas más o menos organizadas, que a veces se enfrentan violentamente, que viven del tráfico de drogas, robo de coches, móviles, ropa, etcétera, y ni la policía, ni los educadores, ni “la ayuda psicológica”, ni los maestros, nadie, ha logrado aminorar y aún menos liquidar este problema.
Los únicos que han logrado “meter mano”, son los islamistas. No es una casualidad si también reclutan en las cárceles. Pero lo que ha cambiado radicalmente con los actuales motines, que prosiguen pese al establecimiento del estado de sitio, calificado de “urgente”, es la magnitud, la violencia y la coordinación del movimiento que se extiende por toda Francia, lo cual ni internet, ni la televisión, explican del todo. Antes, por motivos o pretextos diversos, surgía una explosión en tal o cual lugar, hoy es en todos, y pese a las mordazas y censuras, nadie logra ocultar el papel del Islam, un papel ambiguo y hasta contradictorio, porque el Islam en Francia no es un ejército disciplinado con un comandante en jefe. Varias organizaciones musulmanas compiten, y los “moderados” admiten que los “radicales” pueden intentar sacar provecho de los disturbios. Por ejemplo: una organización musulmana lanza una “fatua” (condena divina, a veces a muerte), contra los “violentos”, y Boubaker, rector de la Gran Mezquita de París, se indigna: ese es un asunto que deben resolver las autoridades francesas y no es una cuestión religiosa. Pero, el Islam, en su conjunto, desempeña el papel de bombero pirómano.