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Los días tristes de Bush

La caída de los índices de aprobación parece haber tocado fondo. La recuperación podría haber comenzado. No olvidemos lo veleidosas que son las fortunas políticas en nuestros tiempos

Bush la tiene últimamente negra, y eso es peligroso para todos los que quisiéramos defendernos de la amenaza de relativismo absoluto, -¡qué ya es ser relativista! pero que es absolutamente contrario a los valores creados por las generaciones que nos precedieron-, del multiculturalismo antioccidental, es decir, antinosotros y pro todo lo que nos niegue, del apaciguamiento entreguista, del buenismo suicida y estultificante y del rendicionsimo preventivo, como dice, o casi, nuestro colega en estas páginas el gran arabista no arabizado Serafín Fanjul. De pestes varias, aviares y bípedas, aunque ya no del socialismo, a Dios gracias, porque de eso ya no queda aunque lo que quede sea peor.
 
Bush empezó su segundo mandato muy potente, con unos espléndidos discursos a comienzos de año poniendo toda la carne de la hiperpotencia en el asador de la Democracia, de su expansión por el muy refractario mundo árabe y otros pagos autocráticos y libertófobos. Y durante unos pocos meses los vientos planetarios parecieron soplar en su velamen. Pero las numerosas fuerzas que no soportan el éxito americano mantuvieron su coalición para que no se desalienten esos héroes del fascismo en versiones laica e islamista, que asesinan a civiles iraquíes por docenas y así persistan en su empeño, desangrando la potencia americana, corroyendo ante todo su determinación interna.
 
Porque los americanos, como casi todos, son triunfalistas, adoran el éxito y han perdido el sentido trágico de la historia y, como otros, creen que se pueden ahorrar una de las más trágicas manifestaciones de ésta, la guerra, con sólo desearlo. Nada que se lleve más vidas que el tráfico en un puente de media semana parece que valga la pena. Y el aliento que unos reciben en Mesopotamia desalienta a otros en el Potomac, porque Irak sólo se puede perder en el Mall de Washington, como Vietnam, no en las orillas del Éufrates y el Tigris.
 
Pero no sólo las dificultades de Irak han socavado el apoyo al presidente. Uno de sus grandes proyectos internos para el segundo mandato, la reforma del sistema de pensiones, llamado en Estados Unidos “Seguridad Social”, encalló en pocas semanas. El tema es grave en todo el envejecido occidente, con cada vez menos trabajadores para financiar a más retirados. Pero no es de un año para el otro y demasiada gente es reacia a correr riesgos a corto para recoger beneficios a largo.
 
Y luego vino una acumulación de desgracias. Con el Katrina hubo errores y sorprendente falta de reflejos, así como una hábil y desaprensiva explotación por parte de los demócratas del instinto popular, según el cual si piove, porco goberno.
 
La propuesta de la Miers para ocupar una vacante en el Tribunal Supremo mostraba sin duda uno de los peores defectos de Bush, su proclividad al cronism, el amiguismo, no por favorecer a los de la pandilla, sino por contar con gente de confianza aunque no sean competentes. Pero sus consecuencias fueron mucho más que las de un simple error. Desencadenaron una revuelta conservadora. Era un mar de fondo que rompió con violencia contra la Casa Blanca.
 
Y todo esto en vísperas de que el fiscal especial se pronunciase en el caso de la revelación de la identidad de un agente secreto, Valerie Plame, lo que podía haber implicado, soñaban los demócratas, a Karl Rove, el imprescindible asesor político del presidente.
 
Pero el caso que se investigaba ha quedado prácticamente sobreseído. Bush ha reaccionado rápida y acertadamente en la cuestión de la vacante para el supremo, en Irak el referéndum constitucional ha sido un éxito aunque no la purga de Benito. La caída de los índices de aprobación parece haber tocado fondo. La recuperación podría haber comenzado. No olvidemos lo veleidosas que son las fortunas políticas en nuestros tiempos. Para mal pero a veces para bien.

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