Por si no estuviera clara la decisión de excluir al PP de la normalidad política aplicando todas las presiones necesarias, por si no supiéramos de la extensión de los Pactos del Tinell, va el pobre Blanco y lo proclama sin disimulo. Vale, hombre, ya lo habíamos entendido. Lo venimos entendiendo, más o menos, desde mediados del segundo mandato de Aznar. El zapaterismo, que es un priísmo en almíbar pero con no menos aristas, necesita, si no quiere alinearse abiertamente con el castrismo, que formalmente siga habiendo derecha. Pero sin que pueda difundir sus ideas, aplastando a los medios de referencia de sus votantes, sin esperanza de convertirse en alternativa y asumiendo el lenguaje y el imaginario de los neotontos. Ocurre que en el PP hay derecha con muchos matices, y también están los liberales, que no podrían acogerse en España a ninguna otra formación. ¡Qué lejos queda Gran Bretaña!
Si el PSOE no excluye ningún medio –subrayo, ninguno- para someter a su única alternativa, es porque, en algún momento de 2002, bajo el auspicio del imperio mediático y entregado al consejo de un grupo de asesores a caballo entre el marketing, el teatro, la publicidad, el cine, el clientelismo profesional, la estética antiglobalizadora y la ética de los “cómplices” (el vocablo más sincero de su léxico de bolsillo), José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en una marca a posicionar a partir de un único parámetro: progresistas-fachas. Así de tosco, así de polvoriento, sin matices, sin espacio para un debate sereno sobre la gestión pública, las nuevas corrientes sociales, el impacto de las nuevas tecnologías, la mundialización de la economía, el futuro de Europa, las relaciones trasatlánticas, la amenaza terrorista... Cualquier cuestión susceptible de debate se puso al servicio de una simple estrategia de posicionamiento: aquí la izquierda, ahí los fachas, la caspa, la extrema derecha o la derecha extrema. Como saben los expertos, la estrategia impone aprovechar todo cuanto refuerce la percepción deseada. También impone la exageración. Por eso el presidente pudo declarar a una revista de peluquería: “¡Es que yo soy rojo!” Y ellos son los nacionales, ça va de soi.
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